jueves, 12 de septiembre de 2019

Limpiando la torre


A Jesús Nazareno

Serena Majestad, ¡qué horror profundo / cuando lleva el madero condenado / sobre el exangüe gesto moribundo / que la cabeza flagelada enseña! / Le invoco en la oración arrodillado / al Divino Ecce Homo de Noreña.



¡Dulcísimo Jesús Nazareno, Dios y Redentor mío, que llevando sobre tus hombros la cruz, caminas al Calvario para ser en ella clavado! Yo pobre pecador soy la causa de tu Pasión dolorosísima. Te alabo y te doy gracias, porque como manso cordero recibiste sobre tus hombros el madero de tu suplicio, para expiar en él mis pecados y los del mundo entero. Perdóname, ¡oh buen Jesús! Reconozco mis culpas y tu bondad inmensa al borrarlas con tu preciosa Sangre. Te amo sobre todas las cosas y prometo serte fiel hasta la muerte. Sosténme, oh buen Jesús, con tu gracia y condúceme por el camino de tus mandamientos a tu reino celestial. Así sea.

Este mes rezamos por…

La Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española aprobó en su 111º reunión (16-20 de abril de 2018) las Intenciones de la CEE para el año 2019 por las que reza la Red Mundial de Oración del Papa (Apostolado de la Oración).

Además, el papa Francisco confía a su Red Mundial de Oración las intenciones de oración para este año.

Este mes de septiembre rezamos por…

Conferencia Episcopal Española: Por los catequistas y profesores de religión, para que tengan siempre presente la importancia de su misión y se formen adecuadamente a fin de que su labor produzca frutos abundantes.

Universal: La protección de los océanos. Para que los políticos, los científicos y los economistas trabajen juntos por la protección de los mares y los océanos.


Mensaje del Santo Padre con motivo del lanzamiento del Pacto Educativo

(Iglesia actualidad)

Ofrecemos a continuación el mensaje del Santo Padre Francisco con motivo del lanzamiento del Pacto Educativo, evento mundial que tendrá lugar el jueves 14 de mayo de 2020, con el tema “Reconstruir el pacto educativo global”:

Mensaje del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas:

En la Encíclica Laudato si’ invité a todos a colaborar en el cuidado de nuestra casa común, afrontando juntos los desafíos que nos interpelan. Después de algunos años, renuevo la invitación para dialogar sobre el modo en que estamos construyendo el futuro del planeta y sobre la necesidad de invertir los talentos de todos, porque cada cambio requiere un camino educativo que haga madurar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora.

Por este motivo deseo promover un evento mundial para el día 14 de mayo de 2020, que tendrá como tema: “Reconstruir el pacto educativo global”; un encuentro para reavivar el compromiso por y con las jóvenes generaciones, renovando la pasión por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión. Hoy más que nunca, es necesario unir los esfuerzos por una alianza educativa amplia para formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contraposiciones y reconstruir el tejido de las relaciones por una humanidad más fraterna.

El mundo contemporáneo está en continua transformación y se encuentra atravesado por múltiples crisis. Vivimos un cambio de época: una metamorfosis no sólo cultural sino también antropológica que genera nuevos lenguajes y descarta, sin discernimiento, los paradigmas que la historia nos ha dado. La educación afronta la llamada rapidación, que encarcela la existencia en el vórtice de la velocidad tecnológica y digital, cambiando continuamente los puntos de referencia. En este contexto, la identidad misma pierde consistencia y la estructura psicológica se desintegra ante una mutación incesante que «contrasta la natural lentitud de la evolución biológica» (Carta enc. Laudato si’, 18).

Sin embargo, cada cambio necesita un camino educativo que involucre a todos. Para ello se requiere construir una “aldea de la educación” donde se comparta en la diversidad el compromiso por generar una red de relaciones humanas y abiertas. Un proverbio africano dice que “para educar a un niño se necesita una aldea entera”. Por lo tanto, debemos construir esta aldea como condición para educar. El terreno debe estar saneado de la discriminación con la introducción de la fraternidad, como sostuve en el Documento que firmé con el Gran Imán de Al-Azhar, en Abu Dabi, el pasado 4 de febrero.

En una aldea así es más fácil encontrar la convergencia global para una educación que sea portadora de una alianza entre todos los componentes de la persona: entre el estudio y la vida; entre las generaciones; entre los docentes, los estudiantes, las familias y la sociedad civil con sus expresiones intelectuales, científicas, artísticas, deportivas, políticas, económicas y solidarias. Una alianza entre los habitantes de la Tierra y la “casa común”, a la que debemos cuidado y respeto. Una alianza que suscite paz, justicia y acogida entre todos los pueblos de la familia humana, como también de diálogo entre las religiones.

Para alcanzar estos objetivos globales, el camino común de la “aldea de la educación” debe llevar a dar pasos importantes. En primer lugar, tener la valentía de colocar a la persona en el centro. Para esto se requiere firmar un pacto que anime los procesos educativos formales e informales, que no pueden ignorar que todo en el mundo está íntimamente conectado y que se necesita encontrar —a partir de una sana antropología— otros modos de entender la economía, la política, el crecimiento y el progreso. En un itinerario de ecología integral, se debe poner en el centro el valor propio de cada criatura, en relación con las personas y con la realidad que las circunda, y se propone un estilo de vida que rechace la cultura del descarte.

Otro paso es la valentía de invertir las mejores energías con creatividad y responsabilidad. La acción propositiva y confiada abre la educación hacia una planificación a largo plazo, que no se detenga en lo estático de las condiciones. De este modo tendremos personas abiertas, responsables, disponibles para encontrar el tiempo para la escucha, el diálogo y la reflexión, y capaces de construir un tejido de relaciones con las familias, entre las generaciones y con las diversas expresiones de la sociedad civil, de modo que se componga un nuevo humanismo.

Otro paso es la valentía de formar personas disponibles que se pongan al servicio de la comunidad. El servicio es un pilar de la cultura del encuentro: «Significa inclinarse hacia quien tiene necesidad y tenderle la mano, sin cálculos, sin temor, con ternura y comprensión, como Jesús se inclinó a lavar los pies a los apóstoles. Servir significa trabajar al lado de los más necesitados, establecer con ellos ante todo relaciones humanas, de cercanía, vínculos de solidaridad»1. En el servicio experimentamos que hay más alegría en dar que en recibir (cf. Hch 20,35). En esta perspectiva, todas las instituciones deben interpelarse sobre la finalidad y los métodos con que desarrollan la propia misión formativa.

Por esto, deseo encontrar en Roma a todos vosotros que, de diversos modos, trabajáis en el campo de la educación en los diferentes niveles disciplinares y de la investigación. Os invito a promover juntos y a impulsar, a través de un pacto educativo común, aquellas dinámicas que dan sentido a la historia y la transforman de modo positivo. Junto a vosotros, apelo a las personalidades públicas que a nivel mundial ocupan cargos de responsabilidad y se preocupan por el futuro de las nuevas generaciones. Confío en que aceptarán mi invitación. Apelo también a vosotros, jóvenes, para que participéis en el encuentro y para que sintáis la responsabilidad de construir un mundo mejor. La cita es para el día 14 de mayo de 2020, en Roma, en el Aula Pablo VI del Vaticano. Una serie de seminarios temáticos, en diferentes instituciones, acompañarán la preparación del evento.

Busquemos juntos las soluciones, iniciemos procesos de transformación sin miedo y miremos hacia el futuro con esperanza. Invito a cada uno a ser protagonista de esta alianza, asumiendo un compromiso personal y comunitario para cultivar juntos el sueño de un humanismo solidario, que responda a las esperanzas del hombre y al diseño de Dios.



Os espero y desde ahora os saludo y bendigo.

Vaticano, 12 de septiembre de 2019

Oración a la Santina de San Juan Pablo II

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, he subido a la montaña, he venido a tu cueva, Virgen María, para venerar tu imagen, Santina de Covadonga.

Con tus hijos de Asturias y de España entera quiero hoy proclamar tus glorias y unirme a tu canto: tú eres la sierva del Señor, nuestra Madre y Reina.

Como peregrino que ansía afianzar su esperanza, vengo a este santuario, testigo de tanta fe y amor en la Historia, hogar seguro, bajo tu cobijo, entre los montes, donde pusiste tu casa y sin cesar dispensas los dones de tu Hijo.

Junto con los pastores y fieles de esta Iglesia de Asturias, a ti, que eres dulzura y esperanza de cuantos te imploran, te pido el don de la esperanza que ilumina el futuro, el gozo perenne de la fe, el ardor ardiente de la caridad.

Ayúdanos a vivir en comunión sincera, sabiéndonos Iglesia de Dios, hermanos de Cristo e hijos tuyos, para dar testimonio de unidad y reavivar en nuestro pueblo la fe.

Te pido. Señora desde este corazón de Asturias que es tu cueva, por todos los que invocan tu nombre en tantos otros templos que, esparcidos en la geografía del Principado, son faros de fe, santuarios donde brota el fervor de la esperanza, morada tuya donde tus hijos se reúnen en torno al altar.

Quiero presentarte y poner ante tus pies, Virgen de Covadonga, a todos tus hijos de Asturias, las gentes del campo y los hombres del mar, los mineros con su duro e inclemente trabajo, los niños y los ancianos, los enfermos y todos los que sufren en el cuerpo y en el alma, las familias y, sobre todo, los jóvenes, promesa del futuro, que buscan la razón y el sentido de su vivir.

Alcanza para todos de Dios, "rico en misericordia", con tu poderosa mediación maternal, la gracia del perdón y de la reconciliación que Cristo tu Hijo nos ha merecido para vivir en paz con Dios y con los hermanos. Protege, Virgen Santa de Covadonga, a cuantos vienen a tu templo para unirse en matrimonio bajo tu mirada maternal. Haz que experimenten, como los esposos de Caná, la gracia de tu intercesión y la presencia salvadora de tu Hijo, para que la fe cristiana sea fundamento inquebrantable de su hogar, y el amor verdadero fortalezca su unión y se abra fecundo a la vida. Mira, madre de Asturias, a todos los emigrantes de esta tierra que desde lejos vuelven sus ojos hasta este santuario, en espera de poder regresar a su patria y contemplar tu rostro, que atrae los corazones e irradia luz y paz. "Santina de Covadonga", "causa de nuestra alegría", ilumina a cuantos llegan a estas montañas para que reconozcan, en medio de tanta belleza, a quien "yéndolas mirando, con sola su figura, vestidas las dejó de su hermosura"; y así se dejen atraer por la bondad y la belleza del Creador que hizo de ti el vértice de la hermosura humana y divina.

Suscita, madre de Asturias, entre los hijos e hijas de la familia cristiana vocaciones de apóstoles y misioneros: nuevos sacerdotes, religiosos y religiosas, personas consagradas y seglares comprometidos, al servicio del reino y de la civilización del amor.

Haz que, hoy como ayer, los hijos de Asturias sigan a tu Hijo por el camino de la santidad, y siembren la semilla del Evangelio desde aquí hasta los confines de la Tierra.

Madre y maestra de la fe católica, haz que Covadonga siga siendo, como antaño lo fue, altar mayor y latido del corazón de España. Y a quienes te cantamos como «la reina de nuestra montaña», y a todos los hermanos que peregrinan por los senderos de la fe, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, que nos ofreces siempre como salvador y hermano nuestro.

Oh Clementísima, Oh piadosa, Oh dulce Virgen María. Amén

En una leprosería se convenció, antes dejó novia y trabajo en la banca: hoy es arzobispo de Oviedo

(El comercio)

Jesús Sanz Montes se considera un “peregrino indómito”. Este franciscano de 64 años, arzobispo de la histórica sede de Oviedo, era ya era obispo a los 48 años cuando fue enviado al Pirineo. En Roma y Austria consiguió licenciaturas y doctorados, pero antes de ser sacerdote se formó en Economía y Derecho Mercantil, trabajó en la banca e incluso tuvo una novia con la que estuvo a punto de contraer matrimonio.

Una vida de gran actividad que sigue llenando además de con su día a día como pastor en Asturias con su amor a las misiones viajando a ellas cuando le es posible o subiendo picos, -ha llegado a coronar un 4.000-, una afición que 'providencialmente' ha podido seguir alimentando gracias a que sus destinos como obispo, Jaca-Huesca y después Oviedo, están rodeados de montañas.

"Dios te da caramelos, no sólo disgustos"

En una entrevista con el diario El Comercio, monseñor Sanz Montes revela que siendo obispo en los Pirineos pudo disfrutar de las cumbres, del esquí y de la bicicleta de montaña. “Dios te da caramelos, no sólo disgustos”, bromea el prelado, que confiesa haber subido también unos cuantos picos en Asturias, aunque dice tener “entre ceja y ceja el Urriellu (Naranjo de Bulnes, con más de 2.500 metros de altura n.d.a.), quiero celebrar misa en la cumbre, que exige poco espacio, el justo para poner el cáliz y una patena, y tener a los compañeros de cordada”.

Este arzobispo nació en Madrid siendo el mayor de los ocho hijos de Jesús y Mariana. Aunque luego tardara en decir sí al Señor, Sanz Montes habla de una vocación temprana que se remonta a cuando tenía 9 años. Se produjo tras admirado con los sacerdotes de su parroquia y los seminaristas trabajar y cuidar de los pequeños de la colonia de catequesis.

"A los 9 años dije que quería ser cura"

El ahora pastor de la Archidiócesis de Oviedo afirma que “la alegría, la bondad de aquellos hombres, me hizo pensar que yo quería ser como ellos”. Cuenta que “a los 9 años dije que quería ser cura. ‘Primero los estudios’, me dijo mi padre”.

Obedeciendo a su padre, el pequeño Jesús siguió con sus estudios llegando incluso a trabajar más adelante en la banca privada hasta que finalmente la llamada del Señor era tan potente que acabó dejando todo para ingresar en el Seminario de Toledo.

Dejó a su novia para ingresar en el seminario

De hecho, en aquel momento Sanz Montes estaba emparejado. “Dejé a mi novia y renuncie al matrimonio, que estaba cercano, para ingresar en el seminario con veinte años”, señala el religioso franciscano. Esta fue una decisión de la que, asegura, “no me arrepiento”.

Aquella llamada infantil cobró de nuevo fuerza. Según explica, “tenía algo en mi corazón que estaba sin resolver y, con Dios y ayuda, dejé atrás tantas cosas y tanta gente para seguir el camino que entendía era el mío”.

Así fue como ingresó en 1975 en el Seminario de Toledo de Don Marcelo, el arzobispo que llegó en 1971 a la sede primada con un seminario casi vacío y que al marchar en 1995 había ordenado a 400 sacerdotes, de los que 18 son ahora obispos.

Una crisis 'providencial'

Sin embargo, Toledo, “una ciudad mágica para la historia de España, pero también para la historia de la Iglesia y en la que fueron creciendo mis sueños de futuro cura”, no sería su destino final en esta historia vocacional.

Allí vivió, al igual que le ha ocurrido a muchos de los sacerdotes, una crisis sobre si realmente estaba llamado a ser sacerdote. Y entonces ocurrió un suceso que marcaría por completo su vocación y su futuro pues acabaría siendo no sacerdote diocesano de Toledo sino fraile franciscano.

La leprosería que cambió su vida

Explica monseñor Sanz Montes que en medio de esa crisis que experimentaba “me invitaron a hacer una semana de Pascua en una leprosería de Trillo, en Guadalajara, que estaba llevada por los franciscanos, y yo, que estaba en el seminario muy protegido, tuve el primer revolcón de dolor. Sientes que tienes una crisis internamente y externamente te asomas a una más importante, que es el de la vida y la muerte en medio de la soledad y el abandono, y me impresionó”.

Tan importante fue el encuentro con Dios que vivió con los enfermos en aquel lugar que poco después Sanz Montes acabaría convirtiéndose en fray Jesús, fraile franciscano ordenado sacerdote en 1986.

El camino de la vida le acabaría llevando a Roma, donde siguió formándose. Y ya de vuelta en España vivió su vida religiosa de manera cotidiana. “Es tan bonita la vida de comunidad cristiana en la que te entregas como cura, vas día a día descubriendo un mundo y asombrándote”.

En el futuro, misionero o monje

Pero aún quedaba que le enviaran a lugares tan bellos como Viena o Salzburgo. Sobre esto, Sanz Montes afirma que “siempre distingo entre el turista y el peregrino, el primero sale y vuelve y el segundo no sabe a dónde va ni tiene billete de regreso, y yo soy un peregrino indómito”.

Las misiones que ha visitado ya también como obispo le han marcado sobremanera, como las de Benín, donde hay una misión diocesana. “He visto la felicidad en la cara de los niños, la serenidad y la paz en los ancianos. Es ejemplo de esencialidad frente a las complicaciones materialistas y consumistas que nos enfrentan”, explica el arzobispo.

Y por ello asegura que tiene alma de misionero pero también de monje. “Cuando sea un poquito más mayor, o me voy a las misiones o a un monasterio”, concluye el prelado ovetense.

Dar la vida. Por José Ignacio Munilla

Los datos publicados por el INE a finales del pasado junio muestran un panorama desolador en materia de natalidad: la fecundidad se sitúa en 1,25 hijos y los nacimientos han caído un 6% respecto al año anterior. Acumulamos un descenso de un 30% en la última década; y si no nos hubiésemos visto beneficiados por la natalidad de los inmigrantes, este descenso en España habría alcanzado el 44%. En nuestro país mueren más personas de las que nacen, y mientras que la población de más de 65 años supera los nueve millones de personas, los menores de 15 años no llegan a los siete millones. Estos datos se agravan aún más si nos referimos al territorio vasco.

Tengo la impresión de que nos estamos acostumbrando a escuchar periódicamente este tipo de datos, sin calibrar suficientemente lo que implican… La publicación de este tipo de cifras, cada vez más inquietantes, suscita la lógica preocupación por la sostenibilidad del sistema de pensiones. Algunos incluso llegan a mostrar cierto temor por el futuro de nuestra civilización, ya que los flujos migratorios se aceleran por motivo de la descompensación demográfica; o, en el mejor de los casos, se escuchan algunas voces (pocas, por desgracia), planteando la necesidad de implementar medidas para favorecer la natalidad, tales como la conciliación laboral, la lucha contra la especulación en el precio de la vivienda, incentivos directos, etc.

No estamos ante un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad, puesto que la crisis de natalidad ha acompañado a casi todos los declives culturales. Por poner un ejemplo, impresiona leer el siguiente texto de Polibio, historiador grecorromano, quien a mediados del siglo II a.C., en plena decadencia de la Grecia clásica, escribía:


«En nuestros días, en toda Grecia, la natalidad ha descendido a un nivel muy bajo y la población ha disminuido mucho, de forma que las ciudades están vacías y las tierras en barbecho (…) Las gentes de este país han cedido a la vanidad y al apego a los bienes materiales; se han aficionado a la vida fácil y no quieren casarse o, si lo hacen, se niegan a mantener consigo a los recién nacidos, o solo crían uno o dos como máximo, a fin de procurarles el mayor bienestar mientras son pequeños y dejarles después una fortuna considerable. De ese modo, el mal se ha desarrollado con rapidez sin que nadie se haya dado cuenta...»

A los pocos años de esta crónica (allá por el año 146 a.C.), el Imperio Romano fagocita a la Grecia decadente, hasta que siglos más tarde llega el ocaso del Imperio Romano, acompañado nuevamente de una profunda crisis de natalidad… ¡Nihil novum sub sole!

Ahora bien, sería muy triste si nuestra preocupación por la crisis demográfica se circunscribiese al temor por el debilitamiento de nuestras pensiones, o al miedo a la llegada de extranjeros. Igualmente, sería muy ingenuo suponer que una administración pública vaya a ser capaz de revertir esta tendencia con la mera aprobación de incentivos a la natalidad, por muy necesarios que sean. De hecho, las clases sociales más pudientes no tienen un índice de fecundidad superior a la media, y los inmigrantes en España tienen un número de hijos muy superior a los autóctonos, a pesar de que su nivel económico es inferior y sus dificultades objetivas para la conciliación laboral sean mayores.

Nuestra crisis de natalidad es uno de los signos más evidentes de la crisis de valores que sufre Occidente. En el contexto de una sociedad en la que la calidad de vida se identifica con el mero bienestar, el reto de la maternidad y la paternidad es percibido como demasiado exigente. Es innegable que la educación de los niños demanda una entrega plena e incondicional –me atrevería a decir que heroica–, que no es fácilmente compatible con la cultura del weekend, de la invasión digital, del consumismo compulsivo, del desorden de vida generalizado, de la crisis existencial... Ciertamente, la maternidad y la paternidad requieren ‘dar la vida’ en el sentido más amplio del término. ¡La crisis demográfica esconde una crisis de esperanza!

Para abordar la cuestión es importante que entendamos que la baja natalidad no solo compromete el futuro de una cultura, sino que afecta en gran medida a su presente. La carencia de niños en nuestras familias y en nuestra sociedad, nos empobrece mucho más de lo que suponemos. De hecho, en no pocas ocasiones hemos constatado que solo la inocencia de los niños es capaz de arrancarnos de nuestra zona de confort, de nuestro aburguesamiento, llevándonos a entregar lo mejor de nosotros mismos hasta alcanzar el cenit de la madurez, que suele coincidir con el olvido de uno mismo. Nuestra cultura necesita de los niños de forma apremiante, porque pocas cosas hay tan falsas como una alegría sin inocencia…

A lo anterior debemos agregar lo que supone hurtar a los niños la experiencia de la fraternidad. El déficit de fraternidad se traduce en la educación, en una notable dificultad para la socialización, además de una proclividad para desarrollar la herida narcisista. Si la experiencia filial nos ayuda a tomar conciencia de nuestra dignidad (somos únicos e irrepetibles), la experiencia de fraternidad nos enseña a ser uno más entre todos; algo absolutamente necesario.

Decíamos que la paternidad y la maternidad requieren ‘dar la vida’. Pero la vida es algo que nos supera. Es un ‘milagro’ que hemos recibido gratis y que estamos llamados a transmitir generosamente. Los creyentes no solemos hablar de reproducción, sino de procreación. Los animales se reproducen, ciertamente; pero los seres humanos procrean. Los progenitores colaboran con Dios creador para dar vida al mundo. En este día de la Natividad de María, 8 de septiembre, no podemos sino acordarnos de sus padres, Joaquín y Ana. ¡Gracias por haber traído al mundo a aquella de la que nacería el autor de la vida!