viernes, 16 de agosto de 2024

Esta tarde

 

Reflexión de nuestro Párroco en el día de la Asunción

 

Queridos fieles:

Los creyentes católicos hoy estamos de fiesta, pues en este día mirando a la Madre del Señor queremos vislumbrar lo que anhelamos en lo más profundo de nuestro ser y nos hace vivir con esperanza, como es gozar un día de la gloria de los bienaventurados en ese reino sin fin que nos ha prometido el Señor. Por eso, para celebrar la Asunción de verdad, hemos de acudir al sacramento de la reconciliación; a veces puede parecer que los sacerdotes somos muy pesados con el tema y que nos pasamos la vida riñendo, exigiendo e insistiendo en lo mismo, y es verdad, pero lo hacemos no sólo por ser nuestra obligación pastoral en cura de almas, sino porque os queremos y deseamos que cumpliendo el plan de Dios para cada uno, podamos en verdad llegar a Él. 

Mirad, en Nápoles hay un cementerio muy curioso donde las tumbas son apadrinadas por personas que se comprometen a rezar por el alma de aquel difunto desconocido. Se llama el Cimitero delle Fontanelle -el cementerio de las pilas-. La cultura religiosa napolitana tiene una idiosincrasia propia con una profunda proyección teológica en la sabiduría popular; allí cuentan que los difuntos que se apadrinan se te presentan en sueños, hasta el punto que hay calaveras que tienen nombre o mote, pues sus padrinos dicen coincidir en como eran en sueños. Me contaba un lugareño que una calavera trasmitía el mismo mensaje a todos: ¡quiero salir del purgatorio!. Parece que había sido una persona que nunca fue a misa, y como a sus hijos no los educó en la fe, desde que murió nadie había aplicado una misa por su alma, y tal había sido su vida de alejada de Dios que necesitaría casi el mismo número de intenciones después de muerta que las que se había perdido en vida. Esto nos puede parecer una historia piadosa o "ad terrororum paisanorum", pero tiene un importante trasfondo escatológico que nos remite a lo que los cristianos siempre hemos creído: que estamos llamados al cielo, y todo lo que nos lleve en dirección contraria nos hunde y hace daño, y frustra nuestro mayor anhelo en plan de salvación que Dios tiene para cada uno.

La Asunción, modelo y defensora de los cristianos:

Creer en Dios no nos hace inmunes al dolor y al sufrimiento, pero nos ayuda a darle sentido y verlo con otros ojos, hasta el punto de sacarle rédito y partido espiritual. A Nuestra Señora de la Asunción se la llama ''modelo y defensora de los cristianos''. Ella es el modelo perfecto de vida cristiana, de mujer nueva en de caridad, en fe y vocación... Nunca nos cansemos no sólo de mirarla, sino especialmente de tratar de imitarla en todo. María ''guardaba todas las cosas en su corazón'': sabía discernir, no actuaba sin más, sino que lo que tenía en la mente lo pasaba por el corazón y la oración. María se autodenomina ''esclava''; se humilla, no se cree por encima de nada ni de nadie, a pesar de que el mismo Creador la ha elegido para llevar adelante su plan de redención. María dice sí: ''hágase en mí según tu palabra''; obedece, se somete a los planes de Dios y pone las riendas de su vida en manos de la Providencia. María es madre de Buen Consejo que nos dice: ''haced lo que Él os diga''. No tenemos mejor modelo que Ella. Y acudimos a su protección para que nos defienda de los enemigos del alma y del cuerpo, pues es "Asumpta"; es decir, ''enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores''. Por ello la llamamos reina de cielos y tierra, o señora de todo lo creado. Así la celebraremos dentro de ocho días concluida esta Octava de la Asunción, el próximo 22 de Agosto, día de Santa María Reina. 

La Asunción, consuelo en nuestro peregrinar


Los santos gozan ya de la visión de Dios, aunque tan sólo en alma, mientras que María participa no sólo en alma, sino ‘’en cuerpo y alma’’. Los cuerpos de los santos aún están entre nosotros, y los veneramos como reliquias; esperan la resurrección de la carne al final de los tiempos y, sin embargo, no hay tumba ni cadáver de Nuestra Señora dado que ‘’terminado el curso de su vida en la tierra’’ -como dicen las palabras exactas de la definición dogmática- participa en plenitud de la vida del cielo. Esta es una verdad que llamamos "misterio", por tratarse de una realidad que nos supera, pero que la comprendemos fácilmente desde la clave del amor, y es que era tal la unión entre Jesús y María, entre el Hijo y la Madre, que Dios la asoció a su resurrección para tenerla cuanto antes a su lado. Esto lo describe de forma muy clara la liturgia de hoy en su prefacio: ''Con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida''. Hay aspectos que en esta vida no seremos capaces de conocer ni entender: ¿María se durmió al concluir su vida mortal y directamente fue al cielo, o primero pasó por la muerte? ¿Podría morir María siendo Inmaculada desde su concepción como si fuera un tributo al pecado?... Algunos teólogos y mariólogos sí defienden que María murió como su Hijo por asemejarse más a Él, ya que a Ella la consideramos la perfecta discípula; sin embargo, la Iglesia siempre ha sido muy cuidadosa en estos aspectos. Por ejemplo, los católicos orientales celebran "la Dormición de María", pues quieren contemplar en el sueño el transito hacia lo eterno. Todo muerto parece dormido, toda persona cuando fallece cierra los ojos, pero los cristianos católicos vemos en ese gesto un transporte amoroso. Los ateos dicen de un ser querido difunto: ¡parece que duerme! y nosotros decimos: ¡descanse en paz! le deseamos un buen reposo, pues esperamos que duerma el sueño de los justos. Los paganos tenían necrópolis: ciudades de los muertos; nosotros tenemos cementerios: lugares de descanso y dormición.  

Decimos que Ella es nuestro consuelo, pues al contemplarla asumpta a los cielos, triunfante y alejada de toda atadura mundana, hemos de sentirnos esperanzados al tomar conciencia de que el sepulcro no tiene la última palabra; no lo tuvo para Jesús que pasó por él, ni lo tuvo para María que ni siquiera pasó por éste. Tal misterio debe darnos a los católicos la respuesta a nuestras aflicciones, dado que en María asumpta en cuerpo y alma al cielo vemos con nitidez lo que nos enseña el Concilio Vaticano II: «brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo» (LG 68).

La Asunción, una celebración con mirada de futuro

Podríamos decir que el día de la Asunción es un día muy grande del año litúrgico, y no sólo en Viella, sino para todos los católicos del mundo. Es uno de los días más importantes en el calendario. Es una de las fiestas marianas más importantes, sí; pero esta solemnidad tiene algo muy específico dado que es una revisión de vida que el Señor por medio de su Madre nos invita hoy a hacer: ¿Cómo veo yo mi mañana? ¿Cómo se presenta mi futuro personal?... Y es que la Asunción de María es una jornada muy alegre para celebrar la esperanza de la obra más grande que Dios quiere hacer en nosotros y que es nuestra propia salvación. Si esta fuera mi última fiesta: ¿dónde estará mi alma el año que viene? ¿podré por mis actos ir directamente al cielo, o me tocará quedarme en el purgatorio clamando misericordia hasta que  ponga con Dios y mis semejantes al día las cuentas pendientes que no dejé arregladas?... El que esté seguro de que va por buen camino, enhorabuena y a seguir mejorando; los que necesitamos mejorar, no nos durmamos en en los laureles, pues nuestro tiempo en este mundo tiene fecha de caducidad y nos jugamos algo tan serio como la salvación. Seguro que los más mayores recuerdan u oirían alguna vez aquellas canciones que invitaban a tener deseos de eternidad: ''Un día al cielo iré, al cielo patria mía, y allí veré a María o sí yo la veré...'' u otra más antigua que decía: ''Quisiera, madre mía, subir al cielo y decirte al oído cuánto te quiero''. En Viella nos tenemos que poner las pilas en lo que respecta a preparar nuestro camino al cielo; allí vamos a tener enchufe, que para algo es nuestra Patrona y Reina y Señora del lugar; ahora bien, el camino de aquí a allá depende de cada uno de nosotros. 

Me gustaría concluir teniendo un recuerdo especial para Tierra Santa: el Custodio de Tierra Santa, Fray Francesco Patton dirigió en estos días pasados una carta a los frailes franciscanos pidiendo que este 15 de Agosto se rezara de forma especial por la paz en Oriente Medio y en todo el mundo. Al final de esta celebración rezaremos la oración compuesta para este día por la Orden Franciscana. El Padre Francesco termina con un deseo que también hacemos nuestro: Que la Virgen María obtenga hoy lo que ya cantó en el "Magnificat, y lo que su divino Hijo proclamó en las Bienaventuranzas: “que los soberbios sean esparcidos en el pensamiento de sus corazones; los poderosos sean derribados de sus tronos, y los humildes finalmente exaltados; que los hambrientos sean colmados de bienes, los pacíficos sean reconocidos como hijos de Dios y los mansos reciban la tierra como regalo”. ¡Que así sea! 

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Gracias a la Comisión de fiestas Los Paxarros, a la incombustible Carmina, siempre pendiente de la sacristía y limpieza de la iglesia, junto a las personas que han ayudado en la tarea, y a los que lo hicieron en alrededores; al organista, los paxarrinos pequeños y no tan pequeños que vienen vestidos con el traje regional, al campanero que repicó, y en especial los que mantienen viva la Parroquia cada fin de semana. 

Mañana -Dios mediante- tendremos la eucaristía por todos los fieles difuntos de la parroquia; hoy en mi oración han estado de manera especial Don José Manuel Alonso García, cura de Viella de 1958 a 1961, y a "Mari" la catequista que durante tantos años prestó ese servicio a la Parroquia. 

Os invito a preparar con mucha ilusión las fiestas de la Asunción 2025. El próximo año se celebrarán 75 años del dogma de la Asunción, por eso si llegamos allá, quisiera que pasara a la historia como una efeméride sentida e intensamente vivida en nuestra comunidad parroquial con actos litúrgicos, culturales, musicales, espirituales y materiales, a ser posible.

¡Que tengáis un feliz día en familia! 

miércoles, 14 de agosto de 2024

El cielo se maravilla


El cielo se maravilla,
Virgen, viendo como a vos
junto a sí os ha dado Dios
la más eminente silla.

Sobre los altos confines
del más levantado cielo
subisteis, Virgen, del suelo
en hombros de serafines.

Y mucho se maravilla
el cielo de ver que a vos
junto a sí os ha dado Dios
la más eminente silla.

¡Oh Dios, quién supiera ahora
significar la alegría
que todo el cielo tendría
con su nueva emperadora!

Ángeles podrán decilla,
Virgen, y lo que con vos
hizo vuestro hijo y Dios
cuando os dio tan alta silla. Amén.

La Asunción de María. Por Luis Mª Mendizábal SJ

El Señor preparó a los discípulos dándoles los últimos consejos antes de subir al cielo, y de confiarlos al Espíritu Santo que vendría sobre ellos y continuaría así guiándolos en su tarea apostólica, hasta que también a ellos les llegara el momento de seguirle en la gloria. María es la primera criatura que, imitando a Jesús y participando de su obra y de su corazón, entra en el cielo en cuerpo y alma. Todos estamos destinados a esa resurrección y glorificación, pero María ya lo ha hecho ya.

“Asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”

¿Qué significó para la Virgen la Asunción, que es su participación única y privilegiada en el misterio de la ascensión de Jesús?. Según la definición dogmática del Papa Pío XII la Asunción significa, en primer lugar, que “fue librada de la corrupción del sepulcro”. Lo indica como contenido de la Revelación. Pero eso es sólo como el pórtico de este impresionante misterio. Luego viene la gloria: “fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”. No es simplemente que su cuerpo no se corrompió sino que entró, en cuerpo y alma, en la amistad cara a cara con Dios y con su Hijo. Este momento es importantísimo para nuestra relación con María.

Una maternidad consciente

María, ya desde el momento de la anunciación, fue radicalmente madre nuestra, así como Jesús era radicalmente redentor ya en el momento de la encarnación. Pero llegó a ser madre formalmente en el momento de la cruz, y por eso Jesús la proclama entonces como tal: Ahí tienes a tu madre (Jn 19). Luego, en Pentecostés, comienza el dinamismo eficaz de su maternidad, cuando con su oración contribuye a que el Espíritu Santo sea derramado sobre la Iglesia. Pero aún le faltaba un grado que alcanzar. Y será precisamente con su Asunción al cielo como suceda. Ahí esa maternidad se hará plenamente consciente.

En la cruz, viviendo todavía en la oscuridad de la fe, María ofrece su vida y el sacrificio de Jesús por todos los hombres, pero aún no nos conoce a cada uno. Diríamos que es como cuando una madre concibe a un hijo: lo lleva en su seno pero no lo conoce. Cuando el niño nace, entonces la madre lo ve, lo abraza. La espera lleva al deseo del conocimiento, y el conocimiento luego se expresa en un amor especial.

Pero cuando María llega a la visión de Dios, a la gloria, entonces ya sí que nos conoce personalmente a cada uno de nosotros. Conoce, en Dios, a esos hijos que irán naciendo a través del Bautismo. Y en el Bautismo Ella no sólo nos adopta, sino que podemos decir también que real y voluntariamente nos engendra, como la Iglesia misma nos engendra, en ese sentido. Algo que tenemos que agradecerle mucho. Que haya querido engendrarnos y aceptarnos como hijos personalmente.

Así, desde la Asunción, María establece con cada uno de nosotros una relación personal. Por eso, a esa cercanía suya que sentimos al verla tan semejante a nosotros en la sencillez de su vida humana tenemos que añadir la seguridad de su cercanía actual, precisamente por su Asunción al cielo. Una cercanía que se nos da con toda la riqueza de su humanidad, de ese cuerpo y esa alma de María, lleno de gracia, que han sido glorificados. Hay una continuidad de aquella humanidad de la Virgen, de aquella psicología suya femenina de su vida terrena, y que ha sido glorificada, y que ahora mantiene. Conserva en el cielo toda la riqueza de su delicadeza femenina, y toda la riqueza de su personalidad humana y sobrenatural, pero glorificada, elevada -diríamos- a una potencia infinita. Así es como se hace presente cerca de nosotros.

Inmensamente cercana

El Papa Pablo VI, hablando de María como Madre de la Iglesia, enunció un principio que me parece sumamente interesante cuando contemplamos el misterio de su Asunción: que María es tanto más cercana a nosotros cuanto más cerca está de Dios. Esto es clarísimo. Nada hay más cercano a nosotros que Dios. María es la más cercana a Dios de las criaturas, y por lo tanto la más cercana a nosotros, con su corazón materno, y nos sigue a cada uno, conscientemente, después de su Asunción al cielo. Sigue la vida de cada uno y los proyectos de Dios sobre él. Por eso podemos dirigirnos a Ella con toda razón.

El pueblo cristiano, sin hacer muchas elucubraciones teológicas, lo entiende. Y conmueve ver cómo los fieles se acercan a la imagen de María y se encomiendan a Ella y se dirigen a Ella como si estuviera viviendo con nosotros. Y es que realmente es así. Vive con nosotros. Nosotros nos dirigimos a Ella. Ella responde a nuestra oración y a nuestra plegaria. En el silencio íntimo del alma muchas veces nos habla con la respuesta silenciosa de Madre que se dirige a nosotros. Ella no nos ha dejado ni un sepulcro para venerar, ni nada de eso. Ella misma atrae nuestra atención y nuestra vida.

Plenamente bienaventurada

Así es María asunta al cielo en cuerpo y alma. Toda apertura maternal de su personalidad que mantiene en el cielo. Y al llegar al cielo se encuentra con su Hijo, esa persona divina a quien Ella sola puede llamar “Hijo mío”. Gusta su personalidad, su riqueza, su divinidad y las ve como no las había visto hasta entonces, y eso mismo se convierte en la plenitud de su bienaventuranza.

Se acerca al Señor, ve cara a cara a Dios con la riqueza y proporción de su inmaculada pureza y de su plenitud de gracia. Entra en la maravilla de contemplar el rostro de Dios que tanto anhelamos desde este mundo. “Muéstrame tu rostro”, le pedía Moisés al Señor. No es simplemente un mostrar el rostro de modo que se vea muy bien. Esa presentación del cielo no puede llenar al hombre. Ese “ver a Dios” es ver al amigo, al amigo que se nos descubre. Lo expresa bien el relato de Moisés: “Si es verdad lo que me dices, que eres mi amigo; si es verdad lo que me dices, que llevas mi nombre escrito en tu corazón, muéstrame tu rostro” (cf. Ex 34). Es ese mostrar el rostro el amigo, dándolo, dándose en ese “cara a cara”. En esto consiste la bienaventuranza. El Dios infinito que es Amor, amando, abrazando al alma. En este caso, abrazando a María, a la madre de Jesús, abrazándola, y quedándose en ella. Porque la bienaventuranza es “dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5), pero le verán en la intimidad de su corazón.

Con Ella, en camino

Esto es lo que la Virgen nos enseña en su Asunción. Esto es lo que nosotros hemos de aprender. Todo esto, en nuestra vida, es realidad. Estamos en este período como estaba Ella después de la Resurrección. Esa vida que fue para Ella como un vivir atraída hacia los bienes celestes, hacia su Hijo que le atraía del cielo. Era vivir como peregrina sobre la tierra, teniendo el corazón fijo en el cielo, y así su vida ya sobre la tierra era como una asunción progresiva. Iba espiritualizándose cada vez más de nuevo. Eso no significa desinterés por la vida real de la Iglesia, del mundo, de los hombres… ¡ni mucho menos! Más bien es interés enriquecido por esa presencia nueva de Dios, ahora más cerca de los hombres.

Si realmente se va realizando también en nosotros una “asunción progresiva” tenemos que notar que cuanto más nos acercamos de veras a Dios, más cerca estamos de los hombres. Porque “cuando le veamos seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es”. No se refiere a una semejanza de pura belleza estética. Alude a que tendremos el mismo corazón de Dios, seremos como Él, participaremos de su misericordia, de su bondad, de su deseo de salvación del mundo, de su amor a los hombres. Seremos así, “como Él”. En la delicadeza y el respeto hacia los demás, en la eliminación de todo lo que pueda ser crítica, amargura con nosotros, en el establecimiento en el mundo de la civilización de la verdad y del amor.

En ese camino la Virgen nos acompaña, muy cercana a nosotros. Es de verdad contemporánea nuestra. No María la de Nazaret, o la del cenáculo, no. Nos acompaña la Virgen asunta al cielo, pero cercana. Una madre, una hermana, una amiga.

Desde los ojos de los pequeños. Concurso de dibujo infantil de las Fiestas

 

1º Ganador (1º,2º y 3º de Infantil): Roque Sánchez Carril 


2º Ganador (1º,2º y 3º de Infantil): Guillermo Álvarez Quinte

1º Ganador (1º,2º y 3º de Infantil): Fabian Graziano Elzingu Vismale

2º Ganador (1º,2º y 3º de Infantil): Adrián Rivero Hevia 

1º Ganador (4º,5º y 6º de Primaria): Nerea Méndez Menéndez 

2º Ganador (4º,5º y 6º de Primaria): Marina Joglar Suárez 

La Asunción. Por Fray Miguel de Burgos Núñez O.P.

1ª Lectura: Apocalipsis 11, 19a; 12, 1-6.10: ¡El cielo siempre nos espera!

Se ha querido comenzar esta lectura poniendo la manifestación celestial del Arca de la Alianza, que ya había desaparecido del Santuario de Jerusalén, probablemente con la conquista de los babilonios. ¡Es imposible encontrarla en alguna parte, a pesar de que se alimente la leyenda de mil maneras! Y ni siquiera será necesaria en un cielo nuevo, porque entonces habrá perdido su sentido. En nuestro texto es todo un símbolo de una nueva época escatológica que revela las nuevas relaciones entre Dios y la humanidad.

Y si de signos se trata, el de la mujer encinta ha sido identificado en María durante mucho tiempo. Esta lectura ya no tiene sentido, aunque se haya escogido este texto para la fiesta de la Asunción. No es posible que el niño que ha de nacer se identifique con Jesús que sería arrebatado al cielo para evitar que sea destrozado por el dragón. Si fuera así, toda la historia de Jesús de Nazaret, el Señor encarnado que vivió como nosotros y fue crucificado, perdería todo su sentido. La transposición no sería muy acertada.

El símbolo del cielo, apocalíptico desde luego, es el de la nueva comunidad, la Iglesia liberada y redimida por Dios que engendra hijos a los que les espera una vida nueva más allá de la historia. También María es “hija” de esa Iglesia liberada y salvada que vive como nosotros, siente con nosotros y es resucitada como nosotros, aunque sea madre de nuestro Salvador. Y por eso es también “madre” nuestra.

2ª Lectura: Primera a los Corintios 15, 20-26: En Cristo, todos tendremos una vida nueva

Cuando Pablo se enfrenta a los que niegan la resurrección de entre los muertos, se apoya en la resurrección de Cristo que ha proclamado como kerygma en los primeros versos de esta carta (1Cor 15,1-5). En el v. 20 el apóstol da un grito de victoria, con una afirmación desafiante frente a los que afirman que tras la muerte no hay nada. Si Cristo ha resucitado, hay una vida nueva. De lo contrario, Cristo que es hombre como nosotros, tampoco habría resucitado.

Podríamos decir muchas más cosas que Pablo sugiere en este momento. Él le llama “primicia” (aparchê), no en el sentido temporal, sino de plenitud. En Cristo es en quien Dios ha manifestado de verdad lo que nos espera a sus hijos. Él es el nuevo Adán, en él se resuelve el drama de la humanidad; por eso es desde aquí desde donde debe arrancar la verdadera teología de la Asunción, es decir, de la resurrección de María. Porque la Asunción no es otra cosa que la resurrección, que tiene en la de Cristo su eficiencia y su modelo; lo mismo que sucederá con nosotros.

Evangelio según san Lucas 1, 39-56: Un canto de “enamorada” de Dios

La visitación da paso a un desahogo espiritual de María por lo que ha vivido en Nazaret ¡había sido demasiado!. El Magnificat es un canto sobre Dios y a Dios. No sería adecuado ahora desentrañar la originalidad literaria del mismo, ni lo que pudiera ser un “problema” de copistas que ha llevado a algunos intérpretes a opinar que, en realidad, es un canto de Isabel, tomado del de Ana, la madre de Samuel (1Sam2,1-10) casi por los mismos beneficios de un hijo que llena la esterilidad materna. En realidad existen indicios de que podía ser así, pero la mayoría piensa que Lucas se lo atribuye a María a causa de la bendición como respuesta a las palabras de Isabel. Así quedará para siempre, sin que ello signifique que es un canto propio de María en aquel momento y para esa ocasión que hoy se nos relata.

Se dice que el canto puede leerse en cuatro estrofas con unos temas muy ideales, tanto desde el punto de vista teológico como espiritual; con gran sabor bíblico, que se actualiza en la nueva intervención de Dios en la historia de la humanidad, por medio de María, quien acepta, con fe, el proyecto salvífico de Dios. Ella le presta a Dios su seno, su maternidad, su amor, su persona. No se trata de una madre de “alquilér”, sino plenamente entregada a la causa de Dios. Deberíamos tener muy presente, se mire desde donde se mire, que Lucas ha querido mostrarnos con este canto (no sabemos si antes lo copistas lo habían transmitido de otra forma o de otra manera) a una joven que, después de lo que “ha pasado” en la Anunciación, es una joven “enamorada de Dios”. Esa es su fuerza.

Los temas, pues, podrían exponerse así: (1) la gozosa exaltación, gratitud y alabanza de María por su bendición personal; (2) el carácter y la misericordiosa disposición de Dios hacia todos los que le aceptan; (3) su soberanía y su amor especial por los humildes en el mundo de los hombres y mujeres; y (4) su especial misericordia para con Israel, que no ha de entenderse de un Israel nacionalista. La causa del canto de María es que Dios se ha dignado elegirla, doncella campesina, de condición social humilde, para cumplir la esperanza de toda doncella judía, pero representando a todas las madres del mundo de cualquier raza y religión. Y si en el judaísmo la maternidad gozosa y esperanzada era expectativa del Mesías, en María su maternidad es en expectativa de un Liberador.

Este canto liberador (no precisamente libertario) es para mostrar que, si se cuenta con Dios en la vida, todo es posible. Dios es la fuerza de los que no son nada, de los que no tienen nada, de los que no pertenecen a los poderosos. Es un canto de “mujer” y como tal, fuerte, penetrante, acertado, espiritual y teológico. Es un canto para saber que la muerte no tiene las últimas cartas en la mano. Es un canto a Dios, y eso se nota. No se trata de una plegaria egocéntrica de María, sino una expansión feminista y de maternidad de la que pueden aprender hombres y mujeres. Es, desde luego, un canto de libertad e incluso un programa para el mismo Jesús. De alguna manera, también así lo ha concebido Lucas, fuera o no su autor último.

ESTE JUEVES