Amaneció escarchada hoy la huerta del cura. Es la típica mañana tevergana de diciembre y bajan rápidos los ríos por el deshielo de la montaña. Me llaman los de mantenimiento para mirar la caldera, falta hace. “La llave en casa Milina”, les digo. Lleva meses encerrada la pobre por miedo al virus. Hay otros virus también que nos paralizan: la soledad, el paro, el abandono de los pueblos por tantos que se fueron y que ya no volverán por Navidad. El domingo pasado nevó en Páramo, carretera de Ventana. Estaba fría la iglesia para un cabo de año familiar. Unos padres que lloran al hijo muerto en la cárcel. Una desgracia, tan joven. A esa madre le digo que le llore, sí, que hagamos duelo por él, pero sin culpas ni amarguras añadidas. Que hicieron todo lo que pudieron, no poco.
Me llama mi catequista Teresina, la mejor porque es la única, le digo, y se ríe. Hay que buscar otro pupitre para otro neno que nos viene, ¡bendito Dios!. Ya son cinco para la Comunión. Y hay otro grupín para Confirmar, que es mi apuesta difícil. Habrá más de veinte años desde los últimos confirmados y ya va siendo hora. Ella pone mucho amor, que es lo propio, llega antes y limpia mesas y suelos para los niños. Mándales deberes para casa, mujer, que no vengan tanto a catequesis. “Sí, haremos una misa de niños otro día”. Me llaman por teléfono: la Funeraria. Unas cenizas para enterrar mañana. Van ya cinco este mes. Por la Covid, que ya la han feminizado los telediarios. Es un virus, pero también una pandemia. Cuestión de género, cuidado. Quedamos para las doce, hora del Ángelus, en el camposanto. El responso es íntimo, somos pocos. Tranquilo y sin prisas. Y sin muchas palabras, que hable el silencio y los rostros. Se nota otra Presencia que nos abriga y sobrecoge, un rumor de ángeles. Para eso estamos los curas, para curar las almas y serenar los corazones agitados. Me dice el sacristán que si ponemos el Belén, hombre claro. Que no falte el Nacimiento, que venga la Luz del Mundo, aunque falten Cabalgata y Magos recorriendo las calles para adorarle. Que se abran las puertas del templo para acogernos y darnos esperanza y respaldo unos a otros.
La visita a enfermos y ancianos de la Residencia, pobrinos, se ha cancelado. Qué pena. Ha habido muertos. Va recuperándose su directora. Llevo meses sin verlos, qué triste es todo. Esta vez no podremos llevarles el regalo de Reyes, lo dejaremos a la puerta. Me llaman para otro Aniversario en Villamayor, en la montaña. Hace un año que se les fue el hijo a esos padres. Que si pueden entrar a la iglesia y cuántos. No les hablo de aforo ni de gente: “que no estemos apretaos”, y atrás y de pie, los paisanos. Y si eso, que aguarden fuera, con la puerta abierta… Adviento, pienso, es descubrir al que ya está. Porque ha venido, porque ha quedado. Y está como Viviente tras el velo de la muerte. Sus heridas nos siguen curando. Su Presencia elusiva, como latente, nos llena de gozo y nos ilumina la vida. ¡Marana tha! Ven, Señor Jesús. Ven y sálvanos. Danos fuerzas para encontrar la salida a tanto dolor, tanta ausencia, tanta falta de amor…
El autor es Párroco de la Unidad Pastoral de Teverga
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