Seguramente, al ver el título que encabeza estas líneas, se nos vengan a la cabeza los regalos, la alegría y el bullicio de las fiestas que se acercan, aun a pesar de la pandemia que, inevitablemente, cambiará nuestro modo de vivirlas, al menos este año. Pero no. “Admirable intercambio” es una expresión que aparece en las oraciones de este tiempo y que nos centra en el Misterio que vamos a celebrar y a vivir: la Navidad del Señor, segundo polo en importancia del Año Litúrgico después de la Pascua.
Para entenderlo, leamos la oración colecta de la misa del día de Navidad, probablemente escrita por el papa San León Magno hace más de mil quinientos años: «concédenos compartir la vida divina de aquél que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana».
Para qué nace Jesús
Cristo ha tomado nuestra naturaleza para que nosotros podamos participar de la naturaleza de Dios. Lo verdaderamente importante de la Navidad, por tanto, es el para qué nace Jesús. En ese sentido la Navidad mira al Misterio Pascual de Cristo, a su muerte y resurrección, donde se consuma ese intercambio y se nos da gratuitamente el don de la redención y el de la filiación adoptiva. Si estamos atentos, esta idea irá resonando en todas y cada una de las fiestas de este tiempo: Navidad, Sagrada Familia, Santa María Madre de Dios, Epifanía y Bautismo el Señor.
Esta clave es importantísima para vivir las celebraciones de estos días con una hondura espiritual. Se trata de reconocer lo que somos, nuestra pequeñez y nuestra debilidad, para ponerla en manos de Dios por medio de este Niño que nace, signo por excelencia que realiza la presencia de Dios en medio de su pueblo: el Emmanuel, el «Dios-con-nosotros». No puede haber Navidad sin un corazón humilde y agradecido que acoja, a modo de nuevo pesebre, el don de Dios.
Una auténtica fraternidad
Con esta base, podemos vivir la Navidad también a un nivel más afectivo, quizás identificándonos con los personajes, ayudados por el Belén, por los villancicos, por el ambiente festivo… Incluso podremos vivirla a nivel familiar y social, desde una auténtica fraternidad, más allá de derroches excesivos y clichés que la desnaturalizan y que poco tienen que ver con el Misterio que se celebra. Sin ese fundamento, nuestra vivencia de la Navidad sería necesariamente superficial y ajena a la hondura y riqueza de este tiempo.
Para concluir, escuchemos de nuevo a San León, que saca las consecuencias para la vida de la vivencia del Misterio del Dios hecho hombre, del admirable intercambio que nos salva: «Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas».
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