lunes, 14 de diciembre de 2020

Iglesia pobre y para los pobres. Lo estamos consiguiendo. Por Jorge González Guadalix

Distingamos, que diría un escolástico, entre pobreza personal voluntaria y pobreza institucional. La pobreza voluntaria, especialmente cuando es por el Reino de los cielos, es don de Dios y signo del Reino que vendrá. La austeridad personal por bien de los pobres es caridad cristiana. Aclarado esto, la pobreza de las instituciones, de la Iglesia en concreto, a modo de ver de un servidor, es una tristeza y una desgracia.

La Iglesia necesita medios para desarrollar su misión. Mantener el culto, las obras institucionales, obras de caridad sin medios es pura quimera. Se necesitan medios para levantar y mantener lugares de culto, el sustento del clero, conventos, seminarios, misiones, enseñanza, caridad. Cuanto más dinero, más posibilidades de hacer el bien. Simplemente matices.

Cuanto más dinero nos entre en la Iglesia, mejor. Mucho mejor. Más medios para evangelizar y atender a los pobres. Eso sí, siendo muy conscientes de que esos medios no son para la buena vida de clérigos, religiosos y laicos espabilados. Son para lo que son. Por eso a la hora de administrar los bienes que llegan a la Iglesia habría que hacerlo con cuatro criterios:

- Total transparencia en la adquisición de bienes

- Austeridad personal de religiosos y eclesiásticos

- Austeridad en lo material, de forma que dispongamos de medios suficientes y dignos, pero no lujosos.

- Claridad en los fines: garantizar el culto, el sustento de los ministros y las obras apostólicas y sociales.

Los no creyentes, los no católicos, los anti Iglesia, qué más quisieran que una Iglesia sin medios. Imaginen: los sacerdotes trabajando civilmente para ganarse el pan, con el necesario deterioro de lo propio de su ministerio, templos cayéndose y sin posibilidad de levantar nuevos, abandono de las misiones, precariedad en la caridad. Una Iglesia pobre pidiendo limosna al estado que ya se lo cobrará en valores y principios. 

Lo triste es que la pobreza de medios nos está llegando de manera real y efectiva y no por opción personal o evangélica, sino porque los fieles se van y esta situación de pandemia no colabora a que las cosas vayan mejor. Llegan noticias de diócesis pidiendo créditos para cosas básicas, el otro día pudimos conocer los graves problemas económicos de la Iglesia en Francia, los fieles abandonan casi en masa la Iglesia en Suiza y Alemania y hasta el cardenal Pell ha llegado a decir que el Vaticano corre peligro de quiebra. Madrid tampoco está para tirar cohetes.

Sobre el papel queda bonito eso de la Iglesia pobre y para los pobres. Si con eso lo que se quiere decir es eso de la austeridad personal e institucional, me apunto. A otra cosa, claramente no. Descapitalizar a la Iglesia es una forma clara de ahogarla y hacerla desaparecer. Dicho esto, si los eclesiásticos administramos mal, vivimos como marqueses de los de antes y apostamos por el despilfarro y el descuido en la administración, no hará falta que acaben con nosotros. Estaremos cavando nuestra propia tumba. Cualquier institución de la Iglesia que se haga rica y no sepa asimilarlo, no tiene más porvenir que su propia extinción.

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