jueves, 31 de diciembre de 2020
Mensaje del Santo Padre con motivo de la apertura del Año Santo Compostelano 2021
A Su Excelencia
Mons. Julián BARRIO BARRIO
Arzobispo de Santiago de Compostela
Querido hermano:
1. Con ocasión de la apertura de la Puerta Santa, que da comienzo al Jubileo Compostelano de 2021, con el lema «Sal de tu tierra», hago llegar mi afecto y cercanía a todos los que participan en este momento de gracia para toda la Iglesia, y en modo particular para la Iglesia en España y Europa.
El lema que han elegido para este año, así como la Carta pastoral que lo acompaña, evoca las palabras de san Juan Pablo II en el Mensaje del Año Santo Compostelano de 1999: «Como Abraham, —los peregrinos que caminaron durante siglos hacia el finis terrae— dejaban la propia casa para ir en busca de la tierra que el Señor habría de mostrarles (cf. Gn 12, 1), abandonaban las seguridades engañosas de su pequeño mundo para ponerse en manos del don de Dios» (Carta con ocasión de la apertura de la Puerta Santa de Santiago de Compostela, 29 noviembre 1998, 2).
Al ponernos en camino tras las huellas del Apóstol salimos de nuestro propio yo, de esas seguridades a las que nos aferramos, pero teniendo clara nuestra meta, no somos seres errantes, que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte. Es la voz del Señor que nos llama y, como peregrinos, la acogemos en actitud de escucha y de búsqueda, emprendiendo este viaje al encuentro con Dios, con el otro y con nosotros mismos. La finalidad es llegar a los confines de la existencia, a ese finis terrae que nos marca la tumba del Apóstol.
2. Caminar como un proceso de conversión, que inicia en la tierra de la que salimos y concluye en la patria a la que nos dirigimos. Una experiencia existencial en la que la meta es tan importante como el camino mismo, como decía el poeta, «se hace camino al andar» (ANTONIO MACHADO, Campos de Castilla XXIX). No hay recetas previas, peregrinar debe ser para nosotros un camino al paso con el que es Camino, Verdad y Vida, con Aquel que quiere entretenerse con nosotros, para ofrecernos su compañía y mostrarnos el sendero de la vida (cf. Carta ap. Misericordia et misera, 20 noviembre 2016, 6). En ese itinerario, la misericordia de Dios nos acompaña y aunque permanezca la condición de debilidad por el pecado, esta es superada por el amor que permite mirar el futuro con esperanza y a estar listos para encaminar nuevamente nuestras vidas (cf. ibíd., 1).
3. Caminar haciéndonos prójimo, supone el esfuerzo de ir ligeros de equipaje, sin apegos y vivir en continua tensión hacia ese anhelado encuentro con el Señor. Confiar el corazón al compañero de camino sin recelos, sin desconfianzas, y mirar ante todo lo que buscamos, nos ayuda a reconocer en el prójimo un don que Dios nos entrega para acompañarnos en este viaje. Salir de sí mismo para unirse a otros hace bien y esta experiencia se fragua en el camino, la hacen los peregrinos todos los días, esperándose, apoyándose, compartiendo fatigas y logros. Una travesía que empezaron solos, cargados de cosas que pensaban que les serían útiles, pero que acabarán con la mochila vacía y el corazón lleno de experiencias que se han ido fraguando en contraste y en sintonía con las vidas de otros hermanos y hermanas nuestros que provienen de contextos existenciales y culturales diferentes. Una lección que debe acompañarlos toda la vida (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 147).
4. Caminar como discípulos misioneros, reavivando en nuestro corazón el mandato del Señor a ser sus testigos hasta «los confines de la tierra» (Hch 1,8). De este modo la peregrinación a la tumba del Apóstol se convierte en una llamada a la misión, a convocar a todos a esa patria hacia la que avanzamos. Al hacer el camino, nos unimos espiritualmente al pueblo que tiene puesta su mirada en Dios, un pueblo peregrino y evangelizador (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 111). Evangelizar supone saber de pan y hogar, la patria prometida a la que convocamos, en el nombre del Señor, no es un ideal utópico sino una meta concreta, conocida, recordada, una calidez que nos acompaña y espera. La calidez del hogar nos hace creer en la fuerza revolucionaria de la ternura y del cariño, de la encarnación. El pelegrino es capaz de «ponerse en manos del don de Dios», consciente de que la patria prometida está ya presente en Aquel que ha querido acompañar en medio de su Pueblo, para custodiar su viaje. Y es así como toca el corazón del hermano, sin artificios, sin propaganda, en la mano tendida dispuesta a dar y acoger.
Al llegar a la Puerta santa, tres gestos nos recuerdan el motivo de nuestro viaje. El primero es contemplar en el Pórtico de la Gloria la mirada serena de Jesús, juez misericordioso, que con sus brazos abiertos nos ofrece su perdón y nos recibe en su casa. Esta es la razón por la que un día salimos de nuestra tierra, entrar a la que Él nos está mostrando. El segundo es el emotivo abrazo a la imagen del Apóstol peregrino. Abrazamos en él a la Iglesia entera y recordamos que no es una institución abstracta, sino que se encarna en el santo de la puerta de al lado, para mostrarnos el camino de la fe que profesamos. El tercero es la participación en la liturgia eucarística, el sonido de las campanas, el humo del butafumeiro, los cantos y las plegarias, nos invitan a sentirnos Pueblos de Dios que hace de sus tradiciones un cántico de alabanza. Un solo corazón que se hace casa de Dios y de los hombres y los llama a compartir la alegría del Evangelio.
Al agradecer finalmente los esfuerzos de la Arquidiócesis de Santiago de Compostela, así como los de todos los que colaboran en la realización de este Año Jubilar, les imparto con afecto la Bendición Apostólica.
Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Fraternalmente,
Roma, San Juan de Letrán, 17 de diciembre de 2020.
Homilía en el día de Navidad 2020
Queridos hermanos: paz y bien.
Algunos lo han dicho en medio de la circunstancia que estamos viviendo, y quizás más de alguno de nosotros lo hemos pensado: ¿podemos este año celebrar la Navidad como fiesta con la que está cayendo? La pandemia intrusa que se nos ha colado en la vida sin pedirnos permiso, nos está quitando tantas cosas. Nos quita la salud, nos llega a quitar la vida, como hemos visto en tanta gente querida que ha quedado tocada o que nos ha dejado. Ha llevado al traste el trabajo de personas sencillas que vivían del sudor de su frente, sumiendo a sus familias en situaciones donde no se puede llegar a fin de mes, ni pagar las deudas de la farmacia, o las de comestibles. Niños que no entienden el llanto de sus mayores ante algo que ellos no acaban de comprender en su gravedad más fiera. Hay mucha gente asustada, que tiene miedo y ha perdido la esperanza. Hay otros que se están aprovechando para otras cosas en medio de una situación así de dura, para imponernos sus ideologías políticas, sus leyes abusivas, sus interesadas historias. Cuando todo esto sucede, cabe preguntarse si es posible celebrar estas fiestas cristianas tan entrañables. Por eso nos cuestionamos si en medio de nuestra situación es posible la esperanza, si podremos volver a comenzar cuando aparezcan las vacunas varias que necesitamos para las varias pandemias. Es evidente que los cristianos creemos que podemos y hasta debemos celebrar la Navidad, precisamente cuando más arrecia lo que nos puede acorralar la alegría y ensombrecer nuestra esperanza. La Navidad no es sólo algo que sucedió hace dos mil años y que nosotros cada 25 de diciembre recordamos. Es algo que sigue sucediendo cada día. Hay una luz más grande y poderosa que todas nuestras oscuridades juntas. Hay una ternura capaz de superar la dureza de nuestra existencia. Hay una paz que viene a desarmar nuestros conflictos y violencias. Y tamaña gracia Dios la ha querido ofrecer a través de un pequeño y divino bebé, que nace de una joven doncella que se fio de Él, y de un artesano carpintero llamado José que, enamorado de María su prometida, supo respetar hasta el extremo lo que el Señor había dispuesto de ella. Ellos tres, hace dos mil años, en aquella cueva de pastores ofrecían al mundo de todos los tiempos este regalo.
¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz sobre los montes y trae la buena nueva!, hemos escuchado en la primera lectura. Y de las muchas maneras con las que Dios hace las cosas al hablarnos, nos ha querido narrar la historia de nuestra felicidad haciéndose un pequeño para comenzar a contárnosla. Palabra acampada, palabra hecha tienda en los valles de nuestras contiendas. El Verbo de Dios que se hace palabra nuestra. Esto es lo que celebramos hoy. La escena es conocida y la volvemos a contemplar mirando los belenes y nacimientos que colocamos en nuestras casas, en nuestras calles, en nuestras iglesias. Era joven aquella mujer, joven mamá que había dado a luz nada menos que a su Redentor. Tenía en sus brazos a su recién nacido, al que amamantaba, al que acariciaba, al que decía ternuras mientras miraba sus ojitos de bebé. ¿Qué canción le cantaba María a aquel pequeño? Aquel a quien estrechaba contra su pecho, era Dios, nacido en la noche más buena de la historia, noche de Paz, noche de Dios, noche que alumbra este precioso día.
“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande: habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló”, nos dice el profeta Isaías. Toda la liturgia nos ha hablado de la luz, de una luz que ha sido la respuesta de Dios para nuestras tinieblas y oscuridades. Pedimos que esta claridad disipe todo cuanto nos pudiera o nos pueda hacer extraños ante Dios y ante los demás. Hay un texto del libro de la Sabiduría que hemos escuchado al final del Adviento y que volveremos a escuchar el día de la Sagrada Familia, especialmente bello y rico que nos permite comprender a fondo lo que ahora estamos celebrando: “Cuando un silencio todo lo envolvía y la noche estaba a la mitad de su camino, tu palabra omnipotente, oh Señor, se acampó en una tierra condenada al exterminio” (Sabiduría 18,14-15). Toda la historia de la salvación pende de esta verdad expresada por el autor sapiencial: un silencio y una oscuridad que han sido vencidos, ganados por una palabra acampada que nos ha traído la luz que no conoce ocaso.
Aquella noche en Belén de Judá nos arrimó el viejo sueño de Dios. ¡Qué incomparable regalo! ¡Qué inmerecido don! No sé qué habríamos hecho nosotros para “ayudar” a Dios a salvar a la humanidad sugiriéndole nuestras ocurrencias. Tal vez habríamos escogido a algún poderoso adinerado para utilizar su generosidad en beneficio de tantos hombres pobres, parias de la historia; o a algún filósofo renombrado para poner buenas ideas en nuestro confuso mundo; o a algún político honrado para organizar la cosa de un modo eficaz; o a algún santón de la mejor galería para asombrar con buenos ejemplos… o algún qué sé yo qué.
Pero Dios hizo otra cosa. Escogió un niño, se hizo niño. Todo el poder, toda la sabiduría, todo el arcano del eterno Dios, hecho lágrima de bebé, llanto de hambre y frío de un niño divinamente común, al amparo de una mujer joven que consintió ser tan especial madre, de un joven varón que, sin conocer a su esposa, se fio de Dios y actuó de amoroso protector de ella y de su pequeño infante. Una historia humana y divina, asombrosamente habitual y misteriosamente única. Quienes nos hemos asomado mil veces a la cuna de un bebé (privilegio de ser el mayor de ocho hermanos) nos hemos hecho un sinfín de preguntas que desde la inocente provocación que tanta belleza y tan inefable bondad nos brindaba con toda su desarmada ternura.
Hay un poema insólito de alguien que se mete por un instante en esa mirada de materna curiosidad de María ante su pequeño Jesús: Dios verdadero y su hijo verdadero a la vez. La concretez de las observaciones del poema, la agudeza de sus detalles, la delicadeza de sus interrogantes, y la ternura de su osadía, nos permitiría adivinar que se trata de una autora: una mujer, madre tal vez, contemplativa y mística quizás, que con toda su fuerza femenina ha interpretado como nadie esa curiosidad de la mirada de María. Leyendo el poema, escuchando estos versos, nos parecería que estamos ante una mujer dotada de una finísima sensibilidad y una acendrada fe. Y, sin embargo, esta es la sorpresa, se debe a una pluma bien distinta. Escrito el poema en una cárcel, sin ningún tipo de soporte ambiental. Fue durante una Navidad. La autoría se debe nada menos que a Jean Paul Sartre, agnóstico.
Siempre he pensado que este aguerrido existencialista francés, conservó en los pliegues más hermosos de su corazón ese reducto de fe o de apertura al Misterio que le permitió escribir algo tan tierno y tan verdadero. Este poema, le habrá servido de intercesión por parte de María, cuando se haya presentado ante Dios con todas sus carencias. No puedo no pensar que su evidente falta de vino en las bodas de su existencia atribulada, encontraría nuevamente a la Virgen dispuesta a susurrar a Jesús, su Hijo, como hizo en Caná: este que llega, no tiene vino. Y ese sería el inmerecido pago de la Madre de Dios a su improvisado pintor poeta, que la sorprendió furtivo abismada ante la ternura de Dios. Dicen así estos versos:
«La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que habría que pintar en su cara sería un gesto de asombro lleno de ansiedad que no ha aparecido más que una vez en un rostro humano. Y es que Cristo es su hijo, carne de su carne y fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo ha llevado en su seno, y ella le dará el pecho y su leche se convertirá en la sangre de Dios. De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: “¡Mi pequeño!”. Pero en otros momentos, se queda sin habla y piensa: Dios está ahí. Y le atenaza un temor reverencial ante este Dios mudo, ante este niño que infunde respeto. Porque todas las madres se han visto así alguna vez, colocadas ante ese fragmento rebelde de su carne que es su hijo, y se sienten como exiliadas ante esa vida nueva que han hecho con su vida, pero en la que habitan pensamientos ajenos. Mas ningún niño ha sido arrancado tan cruel y rápidamente de su madre como éste, pues Él es Dios y sobrepasa por todas partes lo que ella pueda imaginar.
Y es una dura prueba para una madre tener vergüenza de sí y de su condición humana delante de su hijo. Aunque yo pienso que hay también otros momentos, rápidos y fugaces, en los que siente, a la vez, que Cristo es su hijo, es su pequeño, y es Dios. Le mira y piensa: “Este Dios es mi niño. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí.
Y ninguna mujer ha tenido la fortuna de tener a Dios sólo para ella. Un Dios pequeñísimo, hasta poder estrecharlo entre los brazos y llenarlo de besos. Un Dios lleno de calidez, que sonríe, que respira, un Dios que se puede tocar y que ríe. Y es precisamente en estos momentos que yo pintaría a María… si fuera un pintor». (J.P. Sartre, Barioná. El hijo del trueno. Madrid 2004, 125-126).
¡Qué hermosas palabras las de este escritor! La historia real es todavía más hermosa. Un Dios hecho niño que tendrá que aprender nuestra lengua y nuestros gestos para contarnos y cantarnos una Buena Noticia que no caduque jamás ni dependa de las circunstancias. Una Buena Noticia capaz de sembrar esperanza en el nombre de Dios, luz, calor, ternura, paz, amor.
Día de Navidad, día del regalo inmerecido de Dios mismo. Damos gracias por lo acontecido hace 2000 años y pedimos que siga aconteciendo en nosotros y entre nosotros. Que seamos testigos de aquello que ya sucedió y que sigue sucediendo. Como los pastores, dejémonos asombrar por los ángeles-enviados de hoy, vayamos a adorar al Niño Dios, y seamos sus testigos en medio de nuestro mundo.
Queridos amigos, tanto vosotros, como yo, necesitamos esa Luz bendita en nuestros apagones diarios, y esa ternura que ponga amor en nuestras intemperies vacías, y que acerque la paz a nuestros miedos y sobresaltos perdidos. Es la gracia de la Navidad que cada año se nos concede y se nos da a quienes la pedimos, a quienes la esperamos, a quienes la recibimos de parte del buen Dios. La pandemia ha puesto en jaque tantas cosas hermosas, pero no podrá arrugar ni manchar la esperanza si hacemos de nuestra vida en este momento, un pequeño portal de Belén donde Dios nazca de nuevo. Por todo esto, a todos vosotros, a vuestras familias y amigos, os deseo en esta fecha tan especial, una feliz Navidad.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
miércoles, 30 de diciembre de 2020
El sacerdote Joaquín Manuel Serrano Vila, nuevo Director de la EDAE
El Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz Montes, ha nombrado nuevo Director de la Escuela diocesana de Animación y Educación en el Tiempo Libre (EDAE) al sacerdote Joaquín Manuel Serrano Vila, párroco de San Félix de Lugones, sustituyendo así a Miguel del Campo, que ocupaba esa responsabilidad hasta el momento.
Tal y como se define, la «Escuela Diocesana de Animación y Educación en el Tiempo Libre – Fundación EDAE es una entidad que pretende aportar su granito de arena para un mundo mejor a través de la educación en el tiempo libre». La EDAE es una escuela con una larga trayectoria que tiene sus raíces en el año 1952, cuando se detecta una necesidad formativa como consecuencia del primer campamento organizado por los Aspirantes de Acción Católica. Desde la EDAE se entiende el tiempo libre como un espacio educativo donde se ponen en juego los valores de la persona y sus relaciones.
90 años de la encíclica de Pío XI sobre el matrimonio
(Infovaticana) Mañana se cumplen 90 años de la publicación de la encíclica Casti connubii, de Pío XI, sobre el matrimonio cristiano. Fue publicada el 31 de diciembre de 1930, en el noveno año del pontificado de Achille Ratti, siendo la encíclica número 17.
(L. Sebastiani)- El tema y la distribución de la encíclica están indicados por el mismo pontífice en las páginas introductorias: 1) naturaleza y – dignidad del matrimonio cristiano; 2) ventajas que de él dimanan para la familia y para la sociedad humana; 3) errores-contrarios a la doctrina y vicios contra la vida conyugal: 4) remedios.
En la Casti connubii hay frecuentes citas explícitas de la encíclica Arcanum divinae sapientiae de León XIII (10 de febrero de 1880), la primera encíclica dedicada específicamente al matrimonio.
Al principio se reafirma la doctrina tridentina sobre el sacramento del matrimonio, sobre todo en lo que se refiere a su institución divina, en contra de las posiciones de las Iglesias reformadas y de los liberales. El Papa subraya que la libertad de los sujetos se refiere sólo a la opción por la vida conyugal a la opción de casarse con una persona determinada con preferencia a las demás, pero no a las propiedades y a los deberes del matrimonio: el vínculo en sí mismo no depende de la libertad de decisión humana: “Así pues, mediante el matrimonio se unen y estrechan íntimamente las almas, antes y más fuertemente aún que los cuerpos, y no por un afecto pasajero de los sentidos y del alma, sino por una decisión firme y deliberada de la voluntad; y de esta fusión de las almas surge, por haberlo establecido así el Señor, un vínculo sagrado e inviolable” (parte 1).
Se insiste en la superioridad del matrimonio concebido de este modo, no sólo respecto a las uniones casuales de los brutos incapaces de opción, sino también respecto a las uniones libres, condenadas como “torpes alianzas”, que la autoridad legítima tiene el derecho y el deber de “frenar, impedir, castigar”.
Se confirma la doctrina agustiniana de los bienes del matrimonio, con la prole en primer lugar. También la jerarquía de los fines es la tradicional ―sólo quedará arrinconada más tarde por el Vaticano II en la constitución Gaudium et spes. Pero se concede cierta atención a la ayuda mutua, a propósito de la cual se especifica que no se refiere sólo a las necesidades exteriores, sino también al perfeccionamiento interior, a la mutua santificación de los esposos.
Entre los aspectos más positivos de la encíclica, que siguen siendo válidos, hay que ver cierto planteamiento personalista ―obviamente, en un estado embrionario, casi podríamos decir que virtual― y la admisión expresa del matrimonio como posible camino de santificación, que contrasta con la doctrina secular del matrimonio como “bien menor” ―que, por otro lado, no se rechaza y que puede advertirse en algunos detalles. Entre los aspectos que han sufrido un replanteamiento crítico por parte de la teología moral de los últimos decenios están el motivo del ordenamiento jerárquico dentro de la familia y en la misma pareja conyugal, así como las posiciones adoptadas a propósito del control de la natalidad.
Encíclica Casti connubii de Pío XI:
1. Cuán grande sea la dignidad del casto matrimonio, principalmente puede colegirse, Venerables Hermanos, de que habiendo Cristo, Señor nuestro e Hijo del Eterno Padre, tomado la carne del hombre caído, no solamente quiso incluir de un modo peculiar este principio y fundamento de la sociedad doméstica y hasta del humano consorcio en aquel su amantísimo designio de redimir, como lo hizo, a nuestro linaje, sino que también lo elevó a verdadero y gran sacramento de la Nueva Ley, restituyéndolo antes a la primitiva pureza de la divina institución y encomendando toda su disciplina y cuidado a su Esposa la Iglesia.
Para que de tal renovación del matrimonio se recojan los frutos anhelados, en todos los lugares del mundo y en todos los tiempos, es necesario primeramente iluminar las inteligencias de los hombres con la genuina doctrina de Cristo sobre el matrimonio; es necesario, además, que los cónyuges cristianos, robustecidas sus flacas voluntades con la gracia interior de Dios, se conduzcan en todos sus pensamientos y en todas sus obras en consonancia con la purísima ley de Cristo, a fin de obtener para sí y para sus familias la verdadera paz y felicidad.
2. Ocurre, sin embargo, que no solamente Nos, observando con paternales miradas el mundo entero desde esta como apostólica atalaya, sino también vosotros, Venerables Hermanos, contempláis y sentidamente os condoléis con Nos de que muchos hombres, dando al olvido la divina obra de dicha restauración, o desconocen por completo la santidad excelsa del matrimonio cristiano, o la niegan descaradamente, o la conculcan, apoyándose en falsos principios de una nueva y perversísima moralidad. Contra estos perniciosos errores y depravadas costumbres, que ya han comenzado a cundir entre los fieles, haciendo esfuerzos solapados por introducirse más profundamente, creemos que es Nuestro deber, en razón de Nuestro oficio de Vicario de Cristo en la tierra y de supremo Pastor y Maestro, levantar la voz, a fin de alejar de los emponzoñados pastos y, en cuanto está de Nuestra parte, conservar inmunes a las ovejas que nos han sido encomendadas.
Por eso, Venerables Hermanos, Nos hemos determinado a dirigir la palabra primeramente a vosotros, y por medio de vosotros a toda la Iglesia católica, más aún, a todo el género humano, para hablaros acerca de la naturaleza del matrimonio cristiano, de su dignidad y de las utilidades y beneficios que de él se derivan para la familia y la misma sociedad humana, de los errores contrarios a este importantísimo capítulo de la doctrina evangélica, de los vicios que se oponen a la vida conyugal y, últimamente, de los principales remedios que es preciso poner en práctica, siguiendo así las huellas de Nuestro Predecesor León XIII, de s. m., cuya encíclica Arcanum, publicada hace ya cincuenta años, sobre el matrimonio cristiano, hacemos Nuestra por esta Nuestra Encíclica y la confirmamos, exponiendo algunos puntos con mayor amplitud, por requerirlo así las circunstancias y exigencias de nuestro tiempo, y declaramos que aquélla no sólo no ha caído en desuso sino que conserva pleno todavía su vigor.
3. Y comenzando por esa misma Encíclica, encaminada casi totalmente a reivindicar la divina institución del matrimonio, su dignidad sacramental y su perpetua estabilidad, quede asentado, en primer lugar, como fundamento firme e inviolable, que el matrimonio no fue instituido ni restaurado por obra de los hombres, sino por obra divina; que no fue protegido, confirmado ni elevado con leyes humanas, sino con leyes del mismo Dios, autor de la naturaleza,…
Ha nacido la vida. Por Monseñor José Ignacio Munilla
La Navidad 2020-2021 será recordada por la pandemia del Covid y por la ley de la Eutanasia. ¡Toda una paradoja! Lloramos a los muertos de esta pandemia, al tiempo que aprobamos el derecho al suicidio asistido. Aplaudimos a los sanitarios que salvan vidas, mientras les pedimos que completen su jornada provocando la muerte. Impulsamos políticas que dignifiquen a los discapacitados, pero simultáneamente consideramos la discapacidad como razón suficiente para el suicidio. Recurrimos a la compasión para justificar y dignificar la eutanasia, a la vez que posponemos el desarrollo de los cuidados paliativos para decenas de miles de enfermos terminales que los requieren. Aprobamos una ley de dependencia, sin implementar los recursos para facilitar la atención a los abuelos en nuestros hogares. Afirmamos tener derecho a decidir sobre nuestra muerte, cuando la pandemia nos ha dejado bien claro que no somos dueños de la vida…
Pocas veces la celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret ha podido llegar a tener una mayor significatividad. La Natividad del Niño Dios nos descubre la dignidad de la vida humana. Como decía San Juan Pablo II en su primera encíclica, Redemptor Hominis: «Jesucristo revela plenamente el hombre al mismo hombre». Es cierto que el reconocimiento de la dignidad de la vida humana no es propiedad exclusiva de ningún credo religioso. Más aún, no solo la ley divina reconoce y tutela el valor de la vida, sino que también lo hace la misma ley natural. Pero es bastante obvio –a los hechos nos remitimos– que el eclipse de la fe en Occidente ha acarreado el eclipse de la razón. En nuestros días está quedando patente la veracidad de aquella sentencia de Chesterton: «Quitad lo sobrenatural, y no os encontraréis con lo natural, sino con lo antinatural». Ciertamente, reivindicar la muerte por suicidio como un derecho, es algo tan antinatural como reivindicar el derecho a infectarse por el Covid, el derecho a vivir en la indigencia, o el derecho a ser un esclavo. ¡Es un disparate, que refleja el desnortamiento de nuestra cultura!
Por ello, es necesario recordar al mundo que la encarnación de Jesucristo dignifica la vida humana, abriendo nuestros ojos al milagro de la vida. Como decía San Agustín, entre todos los milagros que pueden acontecer en esta vida, ninguno es tan grande como la vida misma.
Este bebé indefenso nacido en Belén, que nada más nacer requiere ser protegido frente a la agresión de Herodes, es al mismo tiempo el autor de la vida. En lo cual se muestra que la dignidad de la vida no depende del estadio en que se encuentre ésta, de su robustez o de las metas alcanzadas… Es un error gravísimo –un error «mortal»– confundir «calidad de vida» con «dignidad de la vida». Y es que, nuestra cultura ha dejado en el olvido el concepto de «dignidad», para sustituirlo por el de «calidad de vida».
La contemplación de este niño pleno de dignidad venido al mundo en medio de la indiferencia, la pobreza, el rechazo y la persecución, nos enseña que el «ser» está por encima del «tener», del «hacer» o del «sentir». En Belén ha nacido no solo el autor de la vida, sino el que autentifica y garantiza la dignidad de toda vida humana.
En muchas familias se vive esta Navidad con el dolor de no haber podido acompañar y despedir a nuestros mayores fallecidos por el Covid. ¡No se merecían esa muerte en soledad, sin la compañía de sus seres queridos! Seguimos sintiendo vivamente la necesidad de despedirles en conformidad a su dignidad y fe católica. ¡No dejemos de hacerlo! La Natividad de Jesucristo nos recuerda que nuestra muerte es un «nacimiento» para la vida eterna. El Niño Dios ha nacido entre nosotros, a modo de un puente trazado desde lo alto, para que nosotros podamos «nacer» a esa vida eterna.
Aunque mi felicitación navideña se dirige a todos los guipuzcoanos, quiero referirla especialmente a tantos ancianos que permanecen aislados por espacio de cerca de un año en los geriátricos. ¡Nuestra sociedad no ha sido justa con vosotros! ¡No lo hemos hecho bien, y os pedimos perdón!
En la postal de felicitación de la Navidad de este año, he insertado una frase pronunciada por Benedicto XVI que estimo especialmente crucial para el momento presente: «En Belén la soledad ha sido vencida». A vosotros, queridos ancianos, os dirijo esa buena nueva de forma especial. Cada una de las habitaciones de esas residencias es la cueva de Belén. ¡Jesús ha nacido en vosotros!
Y los demás, no olvidemos que una Navidad sin natividad es como una carcajada sin alegría… Eso sí, con Jesús hay alegría y sentido del humor, incluso en medio de nuestras lágrimas. Como decía San Juan XXIII, el «papa bueno»: «La risa, cuando es sin malicia, ensancha el corazón y así cabe mejor en él Jesús». ¡Jesús es nuestra esperanza!
¡Feliz y santa Navidad!
Nueva directora y secretario general de Cáritas Asturias
El Arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, ha nombrado nueva directora de Cáritas Asturias a Aurora María García García, mientras que Ramón Méndez-Navia Gómez será el nuevo Secretario General. Sustituyen en el cargo a Ignacio Alonso Areces y a Mari Luz Baeza Rodríguez respectivamente, que han ocupado esta responsabilidad desde el año 2014.
Aurora García Garcia, nacida en Trubia en 1973, es vecina de Pravia desde el año 2000. Está casada y es madre de 4 hijos. Implicada desde su juventud en la vida de la parroquia, comienza su voluntariado en 2013 en Cáritas como directora de la Cáritas Parroquial, responsabilidad que ha desempeñado hasta ahora. Entrelas tareas de voluntariado que ha desarrollado están la de acoger y acompañar a las personas que se acercan a Cáritas, trabajar con los jóvenes y niños y la animación de la comunidad. Tal y como marcan los estatutos de Cáritas, la función directiva tiene un carácter voluntario.
Por su parte Ramón Méndez-Navia Gómez nació en Gijón en 1966). Está casado y es padre de tres hijos. Es licenciado en Derecho y abogado desde el año 1994. Comenzó su trayectoria en Cáritas como voluntario en el año 1996, prestando asesoramiento jurídico. Fue administrador de la institución a comienzos del año 2000, y pasó a formar parte del equipo técnico de Cáritas en el año 2008. Durante 5 años fue responsable del Programa de Personas Sin Hogar de Cáritas, y actualmente es parte del Equipo de Apoyo al Territorio, en los arciprestazgos de Oviedo y de El Fresno.
El Vaticano subraya la “responsabilidad moral” de aceptar la vacuna
La Comisión Vaticana Covid-19 y la Academia Pontificia para la Vida han publicado un documento conjunto de 20 puntos abordando las problemáticas y prioridades que emergen en las diversas etapas del proceso de la vacuna, desde la investigación y desarrollo, hasta las patentes y explotación comercial, pasando por la aprobación, distribución y administración.
La nota asegura que la Academia Pontificia para la Vida aborda el tema mediante dos Notas, una del 5 de junio de 2005 y otra del 31 de julio de 2017. “Particularmente en la segunda, se excluye que: «exista una cooperación moralmente relevante entre quienes hoy en día utilizan estas vacunas y la práctica del aborto voluntario. Por lo tanto, creemos que se pueden aplicar todas las vacunas clínicamente recomendadas con la conciencia clara de que recurrir a dichas vacunas no significa una especie de cooperación con el aborto voluntario. Si bien nos comprometemos conjuntamente a garantizar que ninguna vacuna emplee material biológico procurado de abortos voluntarios para su preparación, reiteramos la responsabilidad moral de vacunarse, para que los niños y la población en general no corran graves riesgos para la salud»”, dice la nota emitida por el Vaticano.
Mas adelante se puede leer: “En cuanto a la responsabilidad moral de vacunarse (con base en lo afirmado en el punto 3), debe reiterarse cómo esta temática implique también una estrecha relación entre la salud personal y la salud pública, mostrando así su interdependencia. A la luz de este vínculo, creemos importante que se tome una decisión responsable, puesto que el rechazo de la vacuna puede también constituir un riesgo para los otros. Esto es válido inclusive cuando, en ausencia de una alternativa, la motivación para el rechazo fuese la de evitar beneficiarse de los resultados de un aborto voluntario”.
jueves, 24 de diciembre de 2020
Palabras del Santo Padre sobre la Navidad
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta catequesis, en los días previos a la Navidad, quisiera ofrecer algunos puntos de reflexión en preparación a la celebración de la Navidad. En la Liturgia de la Noche resonará el anuncio del ángel a los pastores: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,10-12).
Imitando a los pastores, también nosotros nos movemos espiritualmente hacia Belén, donde María ha dado a luz al Niño en un establo, «porque —dice San Lucas— no tenían sitio en el alojamiento» (2,7). La Navidad se ha convertido en una fiesta universal, y también quien no cree percibe la fascinación de esta festividad. El cristiano, sin embargo, sabe que la Navidad es un evento decisivo, un fuego perenne que Dios ha encendido en el mundo, y no puede ser confundido con las cosas efímeras. Es importante que no se reduzca a fiesta solamente sentimental o consumista. El domingo pasado llamé la atención sobre este problema, subrayando que el consumismo nos ha secuestrado la Navidad. No: la Navidad no debe reducirse a fiesta solamente sentimental o consumista, rica de regalos y de felicitaciones pero pobre de fe cristiana, y también pobre de humanidad. Por tanto, es necesario frenar una cierta mentalidad mundana, incapaz de captar el núcleo incandescente de nuestra fe, que es este: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). Y esto es el núcleo de la Navidad, es más: es la verdad de la Navidad; no hay otra.
La Navidad nos invita a reflexionar, por una parte, sobre la dramaticidad de la historia, en la cual los hombres, heridos por el pecado, van incesantemente a la búsqueda de verdad, a la búsqueda de misericordia, a la búsqueda de redención; y, por otro lado, sobre la bondad de Dios, que ha venido a nuestro encuentro para comunicarnos la Verdad que salva y hacernos partícipes de su amistad y de su vida. Y este don de gracia: esto es pura gracia, sin mérito nuestro. Hay un Santo Padre que dice: “Pero mirad de este lado, del otro, por allí: buscad el mérito y no encontraréis otra cosa que gracia”. Todo es gracia, un don de gracia. Y este don de gracia lo recibimos a través de la sencillez y la humanidad de la Navidad, y puede quitar de nuestros corazones y de nuestras mentes el pesimismo, que hoy se ha difundido todavía más por la pandemia. Podemos superar ese sentido de pérdida inquietante, no dejarnos abrumar por las derrotas y los fracasos, en la conciencia redescubierta de que ese Niño humilde y pobre, escondido e indefenso, es Dios mismo, hecho hombre por nosotros. El Concilio Vaticano II, en un célebre pasaje de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, nos dice que este evento nos concierne a cada uno de nosotros: «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado» (Const. past. Gaudium et spes, 22). Pero Jesús nació hace dos mil años, ¿y me concierne a mí? — Sí, te concierne a ti y a mí, a cada uno de nosotros. Jesús es uno de nosotros: Dios, en Jesús, es uno de nosotros.
Esta realidad nos dona tanta alegría y tanta valentía. Dios no nos ha mirado desde arriba, desde lejos, no ha pasado de largo, no ha sentido asco por nuestra miseria, no se ha revestido con un cuerpo aparente, sino que ha asumido plenamente nuestra naturaleza y nuestra condición humana. No ha dejado nada fuera, excepto el pecado: lo único que Él no tiene. Toda la humanidad está en Él. Él ha tomado todo lo que somos, así como somos. Esto es esencial para comprender la fe cristiana. San Agustín, reflexionando sobre su camino de conversión, escribe en sus Confesiones: «Todavía no tenía tanta humildad para poseer a mi Dios, al humilde Jesús, ni conocía las enseñanzas de su debilidad» (Confesiones VII, 8). ¿Y cuál es la debilidad de Jesús? ¡La “debilidad” de Jesús es una “enseñanza”! Porque nos revela el amor de Dios. La Navidad es la fiesta del Amor encarnado, del amor nacido por nosotros en Jesucristo. Jesucristo es la luz de los hombres que resplandece en las tinieblas, que da sentido a la existencia humana y a la historia entera.
Queridos hermanos y hermanas, que estas breves reflexiones nos ayuden a celebrar la Navidad con mayor conciencia. Pero hay otro modo de prepararse, que quiero recordaros a vosotros y a mí, que está al alcance de todos: meditar un poco en silencio delante del pesebre. El pesebre es una catequesis de esta realidad, de lo que se hizo ese año, ese día, que hemos escuchado en el Evangelio. Para esto, el año pasado escribí una Carta, que nos hará bien retomar. Se titula Admirabile signum, “Signo admirable”. Siguiendo las huellas de San Francisco de Asís, nos podemos convertir un poco en niños y permanecer contemplando la escena de la Natividad, y dejar que renazca en nosotros el estupor por la forma “maravillosa” en la que Dios ha querido venir al mundo. Pidamos la gracia del estupor: delante de este misterio, de esta realidad tan tierna, tan bella, tan cerca de nuestros corazones, el Señor nos dé la gracia del estupor, para encontrarlo, para acercarnos a Él, para acercarnos a todos nosotros. Esto hará renacer en nosotros la ternura. El otro día, hablando con algunos científicos, se hablaba de inteligencia artificial y de los robots… Hay robots programados para todos y para todo, y esto va adelante. Y yo les dije: “¿pero qué es eso que los robots no podrán hacer nunca?”. Ellos han pensado, han hecho propuestas, pero al final quedaron de acuerdo en una cosa: la ternura. Esto los robots no podrán hacerlo. Y esto es lo que nos trae Dios, hoy: una forma maravillosa en la que Dios ha querido venir al mundo, y esto hace renacer en nosotros la ternura, la ternura humana que está cerca a la de Dios. ¡Y hoy necesitamos mucho la ternura, tenemos mucha necesidad de caricias humanas, frente a tantas miserias! Si la pandemia nos ha obligado a estar más distantes, Jesús, en el pesebre, nos muestra el camino de la ternura para estar cerca, para ser humanos. Sigamos este camino. ¡Feliz Navidad!
Saludos en español
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Que esta Navidad contemplemos con corazón de niños, en silencio orante, el signo hermoso del pesebre, y que el Señor nos conceda acoger con corazón puro y extasiado el modo maravilloso que Dios escogió para venir al mundo. La Virgen y San José nos alcancen del Niño Jesús la gracia de que renazca en nuestro corazón la ternura, para abrazar con amor a todos, como verdaderos hermanos y hermanas. Feliz Navidad para todos.
El tiempo litúrgico de Navidad: “Admirable intercambio”. Por Ramón NAVARRO GÓMEZ
Seguramente, al ver el título que encabeza estas líneas, se nos vengan a la cabeza los regalos, la alegría y el bullicio de las fiestas que se acercan, aun a pesar de la pandemia que, inevitablemente, cambiará nuestro modo de vivirlas, al menos este año. Pero no. “Admirable intercambio” es una expresión que aparece en las oraciones de este tiempo y que nos centra en el Misterio que vamos a celebrar y a vivir: la Navidad del Señor, segundo polo en importancia del Año Litúrgico después de la Pascua.
Para entenderlo, leamos la oración colecta de la misa del día de Navidad, probablemente escrita por el papa San León Magno hace más de mil quinientos años: «concédenos compartir la vida divina de aquél que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana».
Para qué nace Jesús
Cristo ha tomado nuestra naturaleza para que nosotros podamos participar de la naturaleza de Dios. Lo verdaderamente importante de la Navidad, por tanto, es el para qué nace Jesús. En ese sentido la Navidad mira al Misterio Pascual de Cristo, a su muerte y resurrección, donde se consuma ese intercambio y se nos da gratuitamente el don de la redención y el de la filiación adoptiva. Si estamos atentos, esta idea irá resonando en todas y cada una de las fiestas de este tiempo: Navidad, Sagrada Familia, Santa María Madre de Dios, Epifanía y Bautismo el Señor.
Esta clave es importantísima para vivir las celebraciones de estos días con una hondura espiritual. Se trata de reconocer lo que somos, nuestra pequeñez y nuestra debilidad, para ponerla en manos de Dios por medio de este Niño que nace, signo por excelencia que realiza la presencia de Dios en medio de su pueblo: el Emmanuel, el «Dios-con-nosotros». No puede haber Navidad sin un corazón humilde y agradecido que acoja, a modo de nuevo pesebre, el don de Dios.
Una auténtica fraternidad
Con esta base, podemos vivir la Navidad también a un nivel más afectivo, quizás identificándonos con los personajes, ayudados por el Belén, por los villancicos, por el ambiente festivo… Incluso podremos vivirla a nivel familiar y social, desde una auténtica fraternidad, más allá de derroches excesivos y clichés que la desnaturalizan y que poco tienen que ver con el Misterio que se celebra. Sin ese fundamento, nuestra vivencia de la Navidad sería necesariamente superficial y ajena a la hondura y riqueza de este tiempo.
Para concluir, escuchemos de nuevo a San León, que saca las consecuencias para la vida de la vivencia del Misterio del Dios hecho hombre, del admirable intercambio que nos salva: «Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas».
La Asociación Belenista de Oviedo lleva la Navidad a la Plaza Trascorrales
Nuevamente la Asociación Belenista de Oviedo ha llenado la Plaza de Trascorrales de preciosos Nacimientos que podrán visitarse en horario de once a dos y de cinco a nueve de la tarde. Con la salvedad de Nochebuena y Nochevieja que solo abrirá en horario de mañana, y Navidad y Año Nuevo que la plaza permanecerá abierta solo por la tarde.
Esta Navidad podrá disfrutarse de detalles como la construcción que emula el arco del Campo San Francisco que pertenecía a la antigua Iglesia de San Isidoro el Real. Este va acompañado de un Misterio con figuras nuevas de 45 centímetros. En el Belén grande también podrá verse de cerca un nuevo Rey Melchor en un carruaje tirado por dos caballos. Mientras que el Nacimiento asturiano se ha incorporado la escena de una matanza del cerdo. Destacan también los tres Misterios que se han colocado como algunas de las escenas que ningún visitante debe perderse.
En esta ocasión el Belén central tiene unas dimensiones de nueve por catorce metros, mientras que por ejemplo otra de las estructuras tiene tres por diez, unas medidas que permiten que haya mucho espacio para que los visitantes puedan moverse con facilidad y evitar que se acumule mucha gente en las mismas zonas. Para cumplir con todas las medidas de seguridad los Belenes se han instalado a menor altura evitando así que los niños tuvieran que subirse a la balaustrada de madera para poder ver bien todas las escenas y están también abiertos, sin cielo ni cristal, para que puedan contemplarse desde todos los puntos de vista. Se ha eliminado el efecto de noche y día para evitar que se ralentizase la circulación de los visitantes. De igual modo se han instalado catenarias y adhesivos que marcan el circuito a seguir.
Por otro lado, en la Plaza de la Catedral se ha vuelto a instalar el Misterio de gran tamaño con un fondo muy asturiano. La Agrupación de Valdesoto “Como yera antes” que remodeló la casa e hizo el molino que dan forma al conjunto.
Los miembros de la asociación han tenido que enfrentarse este año a todas las dificultades que la pandemia les ha puesto en el camino y que ha impedido que se hayan podido incorporar grandes novedades. De una parte, en la sede de la asociación han debido reducir a la mitad los grupos de trabajo, que normalmente conforman de ocho a doce personas, que elaboran el Belén, además de tener especial cuidado con aquellas que pertenecían a grupos de riesgo; lo mismo ha ocurrido con las labores de montaje que han supuesto un gran esfuerzo al tener que completar la instalación en el mismo tiempo, pero con mucho menos personal. Aún y con todo se han remodelado varias construcciones y se han incorporado nuevas figuras, todo ello para que quien se acerque un año más a la Plaza de Trascorrales pueda disfrutar de una arraigada y artística tradición de los Belenes.
sábado, 19 de diciembre de 2020
La Navidad, el Sol y San José. Guillermo Juan Morado
En uno de sus poemas Lope de Vega se imagina a Jesús dormido en los brazos de José. Jesús es el “sol que nace de lo alto” (Lc 1,78). No conviene, nos dice Lope, que el sol duerma, para evitar que el tiempo quede sin gobierno.
El poeta insta a san José a despertar al sol, al Niño, para que haga su carrera desde el pesebre a la cruz: “despertadle, José, si tanto olvido/ no le disculpa vuestro amor paterno./ Mirad, que hasta los ángeles espanta/ ver que se duerma el sol resplandeciente/ en la misma sazón que se levanta./ Dejad, José, que su carrera intente,/ porque del pesebre a la Cruz santa/ es ir desde el Oriente al Occidente”.
Desde Oriente a Occidente. Desde el pesebre a la cruz. Y san José velando. He encontrado este bello texto en la selección de Yolanda Obregón, “400 poemas para explicar la fe”.
La figura de san José, tan presente en el Belén y en la cultura cristiana, cobra si cabe más actualidad en el año dedicado a él por el papa Francisco con motivo del 150 aniversario de la declaración del Esposo de María como Patrono de la Iglesia por parte del beato Pío IX en 1870. Francisco ha escrito, al respecto, una carta apostólica titulada “Patris corde”, “Con corazón de padre”.
La Iglesia, en sus primeros tiempos, no celebraba la Navidad, sino la Pascua. No el nacimiento de Jesús, sino su Resurrección de entre los muertos. No tanto el pesebre como la cruz, el misterio pascual.
Hipólito de Roma, allá por el año 204, afirmó que Jesús nació el 25 de diciembre. Algunos expertos dicen que ese día se celebraba la Dedicación del Templo de Jerusalén, instituida por Judas Macabeo en el 164 antes de Cristo.
En el siglo IV la celebración cristiana de la Navidad asumió una forma definitiva, sustituyendo a la fiesta romana de “Sol invictus”: Cristo es la verdadera luz que vence sobre el mal y el pecado. Se entiende así la exhortación de Lope de Vega a san José para evitar que la luz se duerma, sumergiendo otra vez el curso de los tiempos en las tinieblas.
Podemos hacernos cargo del temor del poeta. Si se apaga el sol, se apaga todo. Si se apaga Cristo, si ya no captamos su luz, se apaga nuestra humanidad. Porque es justamente esta, la humanidad, el terreno común entre Dios y el hombre. Sin Dios, no hay humanidad que dure a largo plazo. Sin hombre, prescindiendo de él, no encontraremos la auténtica revelación de Dios.
Hay algo de profético – en el Credo decimos del Espíritu Santo que “habló por los profetas” – en la doctrina de los concilios de la Iglesia. Por ejemplo, en la del Vaticano II: “En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”.
“Velar por Dios y velar por el hombre”: “No se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre su hijo y no se sirve al hombre sin preguntarse por quién es su Padre y responderle a la pregunta por él. La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo”, decía Benedicto XVI en Santiago de Compostela.
Velar por Dios. Hacer que el sol, que Jesús, siga despierto. Es la encomienda que Lope de Vega le hacía a san José. Tenía, nuestro poeta, toda la razón del mundo. Incluso en el peor de los casos, cuando el hombre tiende a perderse del todo, no se pierde del todo si guarda el recuerdo de la referencia a Jesús.
También Yolanda Obregón incluye en su antología ya mencionada un villancico de José, de un anónimo del siglo XV. En su huida a Egipto, la Sagrada Familia es asaltada por unos ladrones. El texto imagina que un hijo de uno de los ladrones será en su día el buen ladrón perdonado por Jesús en la Cruz: “El viejo y dos hijos suyos/ ladrones que nos robaron,/ viéndote, ellos confesaron/ los altos secretos tuyos; / y un hijo de este ladrón, / de tu gracia inspirado,/ quisiste fuese salvado/ en el día de la pasión”.
El mundo, también el mundo secularizado, necesita imaginar de nuevo motivos para ser humanos. La Navidad es uno de esos motivos, una de esas poderosas razones que nos mueven a no desperdiciar lo mejor de nosotros mismos: la capacidad de estar despiertos, de velar, para impedir que triunfe la oscuridad del egoísmo y del sinsentido. Dejemos que Jesús camine, en favor nuestro, “desde el Oriente al Occidente”.
viernes, 18 de diciembre de 2020
Catecumenado de adultos en la diócesis
El tiempo litúrgico del Adviento es el momento en el que comienza habitualmente el Catecumenado de Adultos. A pesar de que este año todo se ha retrasado con motivo de las medidas de seguridad ante la pandemia, ya es posible inscribirse para comenzar este proceso en el formulario que se puede encontrar en la web www.catequesisasturias.com.
El Catecumenado de Adultos está pensado para personas mayores de 18 años que no hayan recibido el Bautismo, la Primera Comunión o la Confirmación, y desde hace unos años está unificado en la diócesis, de tal manera que todo el mundo recibe la misma formación, organizada por arciprestazgos. Cada arciprestazgo cuenta, al menos, con una sede principal donde se reúnen los grupos de adultos.
Estos encuentros catequéticos, que los expertos recomiendan que sean semanales, se desarrollan durante un año y medio aproximadamente, desde el Adviento hasta la Pascua del año siguiente, y a lo largo de este tiempo se desarrolla el itinerario de formación y vivencia de la fe cristiana que propone la Iglesia
Cuenta con una serie de pasos, que tal y como explica su responsable diocesano, el sacerdote Fernando Llenín, pertenecen al ritual de iniciación cristiana de adultos: “El primer paso sería el rito de entrada, que está precedido por un precatecumenado. Después –continúa– viene el periodo más sólido y prolongado, que dura alrededor de un año, y concluye con el tiempo que se llama de la iluminación, que son los escrutinios y las entregas. Concluye con un retiro inmediatamente anterior a la celebración de los Sacramentos”.
Los dos ritos principales, el de la entrada en el Catecumenado y el de la celebración de los Sacramentos, tienen lugar en la Catedral y están presididas por el Arzobispo. “Dos celebraciones muy vividas y preciosas litúrgicamente”, señala Llenín.
“El Catecumenado de Adultos se desarrolla, además, en lo que podríamos llamar el Espíritu de las Unidades Pastorales”, continúa su responsable en la diócesis. “No es un catecumenado circunscrito a cada una de las parroquias, sino a una Unidad Pastoral configurada en el arciprestazgo. Cuando el catecúmeno termina su proceso, se reincorpora a su parroquia para que allí pueda seguir desarrollando su vida de fe de tal manera que el seguimiento le corresponde propiamente a cada párroco, y a cada comunidad correspondiente”.
En esa vivencia de la fe, de vuelta a las parroquias, ha sucedido ya alguna vez que algunas de las personas que han finalizado su proceso catequético, son, al poco tiempo, padrinos de nuevos catecúmenos que proceden de sus círculos más cercanos, bien familia o bien amistades. Compartir la experiencia de la fe hace que esta se contagie y ayuda a que otras personas inicien su propio proceso también.
Durante el confinamiento del pasado mes de marzo, los encuentros personales tuvieron que ser suspendidos, si bien la actividad y el contacto nunca se dejó y se mantuvo a través de otros medios. En la actualidad, se está pendiente de nuevas medidas que permitan volver a tener encuentros con más de diez personas.
El Constitucional de España sentencia que la libertad de expresión no ampara la profanación de una Misa
(La Razón/InfoCatólica) Junto a otras personas, el activista se dirigió al altar con gritos a favor del aborto y una vez allí exhibió una pancarta con la frase «fuera rosarios de nuestros ovarios» y arrojó pasquines con mensajes similares al grito de «fuera los rosarios de nuestros ovarios».
Por estos hechos, fue condenado a 6 meses de prisión por un delito contra los sentimientos religiosos por la Audiencia de Gerona y confirmada posteriormente por el Tribunal Supremo en noviembre de 2018.
El TC concluye que la perturbación de una ceremonia religiosa no está amparada por la libertad de expresión, según confirmaron a LA RAZÓN fuentes cercanas al Alto Tribunal. los magistrados Juan Antonio Xiol, Cándido Cónde-Pumpido y María Luisa Balaguer han votado en contra de la decisión de la mayoría, por lo que es previsible que emitan el correspondiente voto particular discrepante.
La resolución del Tribunal Constitucional argumenta que la celebración de una ceremonia religiosa como es la Misa es un acto religioso intrínsicamente relacionado con la dimensión externa de la libertad religiosa, cuya participantes tienen derecho a no ser inquietados cuando la ejercen, y que el Estado de Derecho tiene el deber de garantizar su pacífica celebración.
De esta forma, viene a confirmar que no se vulneró ningún derecho fundamental con su condena, ya que los actos que derivó en la misma constituían un delito contra los sentimientos religiosos.
El Tribunal Supremo, en la sentencia que confirmó la condena estableció taxativamente que con su acción, el acusado interrumpió unos minutos la ceremonia religiosa, «perturbando el acto, y con ello el sentimiento de los feligreses que se encontraban en aquel momento congregados celebrando un acto importante para su confesión religiosa». Ello obligó a que se detuviera el oficio y a que los feligreses permaneciesen sentados en el banco que ocupaban sin enfrentarse a los manifestantes y sin poder continuar con la celebración de la ceremonia religiosa.
El sacerdote se tuvo que sentar en una de las sillas laterales de la zona del altar a esperar, «según sus propias palabras y como se expresa en la sentencia de la Audiencia, a que parase ‘el ruixat’ (el chaparrón)». Con ello, concluía el Supremo, «se ocasionó un impedimento, interrupción o perturbación grave del acto o ceremonia religiosa que se estaba celebrando en el interior del templo católico»
Cuatro pandemias para una eutanasia
Son Son cuatro las pandemias que porfían por doquier. Cuatro por lo menos. Pero el cómputo no es fácil de hacer con precisión, de tantas otras que surgen concatenadas como consecuencia de una u otra de entre las primeras señaladas. No será fácil ir adquiriendo las cuatro vacunas correspondientes para estas cuatro pandemias.
Está la pandemia sanitaria de un virus real que extrañamente se ha expandido por todo el mundo sin respetar fronteras ni controles de aduanas, sin reparo de lenguas ni culturas, pero incidiendo como siempre en los más pobres sin que nadie esté seguro ante su despiadado mordiente que contagia y que mata a mansalva. Habrá que observar y hacer observar las medidas razonables que nos permitan cuidarnos y protegernos ante algo que es objetivo y grave.
Está luego la pandemia política, cuando hay mandatarios que tienen en un puño a su país, con algunas medidas dudosas e intermitentes, que no responden tantas veces a su eficacia sanitaria sino al cálculo oportunista de los controles demagógicos que se aliñan con mentiras repetidas, con tramposos paternalismos que cercenan la libertad, censuran la protesta legítima impidiéndola, mientras se ensaya un confinamiento de diseño para ir introduciendo leyes liberticidas que manipulan ideológicamente la educación, e imponen cauces matachines para una eutanasia sin debate y sin escucha de la sociedad civil a la que se niega la palabra. Es una pandemia esta que tiene su hoja de ruta, y que se acelera con su prisa propia para ganar terreno antes de que por algún motivo puedan perder las siguientes elecciones quienes esto cocinan con su alquimia venenosa que reescribe la historia, divide y enfrenta a los pueblos para imponer su fracasada dictadura destructiva.
Viene después la pandemia laboral, en la que sectores de la población activa quedan al pairo del más devastador desamparo destruyendo puestos de trabajo, la viabilidad de empresas y de pequeños negocios. Esto origina no sólo la vulnerabilidad social de un pueblo confinado ideológicamente, sino la tristeza desesperada de tantas familias que ven caer lo que con tanto esfuerzo y generosidad habían ido construyendo a través del tiempo. Una sociedad empobrecida y sin trabajo es una sociedad manipulable desde un subsidio que la hace dependiente, convirtiendo en rehenes al dictado a quienes han vapuleado hasta noquearlos en el más desarmado desarme sin que puedan rechistar bajo las amenazas penalizadoras.
Y está la pandemia personal, que con todas las anteriores en curso, suscita miedo, tristeza y desesperanza en tanta gente. He visto ese rictus en rostros cercanos, en personas inocentes que sufren en su propia piel lo que no pueden ocultar en la mirada de sus ojos cuando se asoman a este horizonte devastador.
Y en este horizonte se cuela de modo exprés también la ley de eutanasia, sin una demanda social real, que evita tener que afrontar el compromiso por lo que realmente pide la gente: ser sostenida en su debilidad terminal con los cuidados paliativos que no le imponga la muerte. Este es el camino justo y humano, el que respeta la dignidad y acompaña debidamente a quien desea vivir hasta el final, sin encarnizamiento terapéutico, pero aliviado en sus dolores con ese cuidado que palía el sufrimiento y la angustia. Los médicos y enfermeras así lo están diciendo en su inmensa mayoría, así lo reclaman las familias y hasta los mismos ancianos o enfermos graves. No que se obligue a “ofertar” la muerte eutanásica como suicidio asistido y subvencionado en todos los centros de salud; no que se puentee al médico o enfermera que por motivos de conciencia no acepte ser cómplice de lo que más contradice su profesión, mandando en ese caso, desde un macabro banquillo, a un matarife suplente. Es jugar a ser dios, controlando la vida antes de nacer, al término de su periplo, y cuando, vulnerada, sobrevive entre acosos y derribos.
Es poner a disposición del egoísmo la voracidad ante una herencia que se anticipa impunemente. Como decía el Papa Francisco: «La eutanasia y el suicidio asistido son una derrota para todos. La respuesta a la que estamos llamados es no abandonar nunca a los que sufren, no rendirse nunca, sino cuidar y amar para dar esperanza». Los obispos hemos invitado a responder con la oración y el testimonio público que favorezcan un compromiso personal e institucional a favor de la vida, verdadero don de Dios, los cuidados y una genuina buena muerte en compañía y esperanza hasta la eternidad.
+ Jesús Sanz Montes,
Arzobispo de Oviedo
Oración a Nuestra Señora del Papa Francisco
Oh María, Tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y esperanza. Nosotros nos encomendamos a Ti, salud de los enfermos, que ante la Cruz fuiste asociada al dolor de Jesús manteniendo firme tu fe.
Tú, Salvación del Pueblo, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que proveerás para que, como en Caná de Galilea, pueda regresar la alegría y la fiesta después de este momento de prueba.
Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y a hacer lo que nos dirá Jesús, que ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos. Y ha tomado sobre sí nuestros dolores para llevarnos, a través de la Cruz, al gozo de la Resurrección. Amén.
Bajo tu protección, buscamos refugio, Santa Madre de Dios. No desprecies las súplicas de los que estamos en la prueba y líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!
Sobre pandemias y la pastoral rural. Por Sotero Alperi Colunga
Amaneció escarchada hoy la huerta del cura. Es la típica mañana tevergana de diciembre y bajan rápidos los ríos por el deshielo de la montaña. Me llaman los de mantenimiento para mirar la caldera, falta hace. “La llave en casa Milina”, les digo. Lleva meses encerrada la pobre por miedo al virus. Hay otros virus también que nos paralizan: la soledad, el paro, el abandono de los pueblos por tantos que se fueron y que ya no volverán por Navidad. El domingo pasado nevó en Páramo, carretera de Ventana. Estaba fría la iglesia para un cabo de año familiar. Unos padres que lloran al hijo muerto en la cárcel. Una desgracia, tan joven. A esa madre le digo que le llore, sí, que hagamos duelo por él, pero sin culpas ni amarguras añadidas. Que hicieron todo lo que pudieron, no poco.
Me llama mi catequista Teresina, la mejor porque es la única, le digo, y se ríe. Hay que buscar otro pupitre para otro neno que nos viene, ¡bendito Dios!. Ya son cinco para la Comunión. Y hay otro grupín para Confirmar, que es mi apuesta difícil. Habrá más de veinte años desde los últimos confirmados y ya va siendo hora. Ella pone mucho amor, que es lo propio, llega antes y limpia mesas y suelos para los niños. Mándales deberes para casa, mujer, que no vengan tanto a catequesis. “Sí, haremos una misa de niños otro día”. Me llaman por teléfono: la Funeraria. Unas cenizas para enterrar mañana. Van ya cinco este mes. Por la Covid, que ya la han feminizado los telediarios. Es un virus, pero también una pandemia. Cuestión de género, cuidado. Quedamos para las doce, hora del Ángelus, en el camposanto. El responso es íntimo, somos pocos. Tranquilo y sin prisas. Y sin muchas palabras, que hable el silencio y los rostros. Se nota otra Presencia que nos abriga y sobrecoge, un rumor de ángeles. Para eso estamos los curas, para curar las almas y serenar los corazones agitados. Me dice el sacristán que si ponemos el Belén, hombre claro. Que no falte el Nacimiento, que venga la Luz del Mundo, aunque falten Cabalgata y Magos recorriendo las calles para adorarle. Que se abran las puertas del templo para acogernos y darnos esperanza y respaldo unos a otros.
La visita a enfermos y ancianos de la Residencia, pobrinos, se ha cancelado. Qué pena. Ha habido muertos. Va recuperándose su directora. Llevo meses sin verlos, qué triste es todo. Esta vez no podremos llevarles el regalo de Reyes, lo dejaremos a la puerta. Me llaman para otro Aniversario en Villamayor, en la montaña. Hace un año que se les fue el hijo a esos padres. Que si pueden entrar a la iglesia y cuántos. No les hablo de aforo ni de gente: “que no estemos apretaos”, y atrás y de pie, los paisanos. Y si eso, que aguarden fuera, con la puerta abierta… Adviento, pienso, es descubrir al que ya está. Porque ha venido, porque ha quedado. Y está como Viviente tras el velo de la muerte. Sus heridas nos siguen curando. Su Presencia elusiva, como latente, nos llena de gozo y nos ilumina la vida. ¡Marana tha! Ven, Señor Jesús. Ven y sálvanos. Danos fuerzas para encontrar la salida a tanto dolor, tanta ausencia, tanta falta de amor…
El autor es Párroco de la Unidad Pastoral de Teverga
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