El religioso asturiano Fidel González ofreció una charla sobre los futuros beatos
La importancia de no olvidar, en la diócesis, el testimonio de nuestros mártires, fue una de las ideas fundamentales que recalcó con rotundidad el pasado martes el sacerdote y misionero comboniano Fidel González, Relator en Roma de la Causa de los Seminaristas Mártires, en el transcurso de la conferencia que impartió en el Aula Magna del Seminario ante un buen número de sacerdotes y laicos. Estuvo acompañado por el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz, el Rector del Seminario, Sergio, y el Delegado para las Causas de los Santos, Manuel Robles.
Este doctor en Historia, en Teología y en Humanidades natural de Levinco (concejo de Aller), colabora estrechamente con la Congregación vaticana para las Causas de los Santos, y ha participado ya en más de 200 causas de martirio de la persecución religiosa en el siglo XX en España, aunque como él mismo quiso recordar, nunca se imaginó que iba a ostentar la responsabilidad de “Relator” de los seminaristas mártires asturianos, de quienes oyó hablar de pequeño en el mismo Seminario de Oviedo, donde nació su vocación sacerdotal y misionera. Un papel, el de Relator, que, según explicó, “no tiene nada que ver con la postulación. Eso es otra cosa –afirmó–, ellos serían los abogados. El Relator es el que prepara todas las cuestiones de carácter histórico, jurídico, procesal y las lleva adelante. Y es el que pone las objeciones delante de los historiadores, teólogos y cardenales. No es el Relator el que da un juicio o tiene que defender una causa”, quiso aclarar ante los presentes.
En el comienzo de su intervención, el padre Fidel González quiso recordar los orígenes de la Segunda República en España, y sin “entrar en cuestiones políticas, porque no es el lugar”, recordó que venía de lejos “un deseo manifiesto de luchar por una España totalmente regenerada; al menos, desde la llamada generación de 1898, con el desastre y hundimiento de lo que quedaba del Imperio Español”. Aquella época fue “el punto de partida de nuevas generaciones intelectuales y literarias”, dijo, y además, “en el viejo sistema monárquico creían ya pocos intelectuales, e incluso aún menos políticos por considerarlo caduco. Y la Iglesia oficial española se encontraba bastante somnolienta e incapaz de reaccionar ante aquel deplorable estado de cosas sociales. Así, se llega a la proclamación de una Segunda República a la que nadie seriamente se opuso”. En aquellos años, si bien había un grupo de hombres “que aceptaban la República porque se daban cuenta de la necesidad de transformaciones sociales profundas y creían que el nuevo régimen podría conseguirlo”, y que al mismo tiempo “querían instaurar un orden republicano donde hubiera una sana laicidad y de respeto por la tradición histórica española”. Sin embargo pronto, reseñó el religioso comboniano “se vio la dificultad, cuando la República se vio controlada por ideologías extremas”.
La importancia de no olvidar, en la diócesis, el testimonio de nuestros mártires, fue una de las ideas fundamentales que recalcó con rotundidad el pasado martes el sacerdote y misionero comboniano Fidel González, Relator en Roma de la Causa de los Seminaristas Mártires, en el transcurso de la conferencia que impartió en el Aula Magna del Seminario ante un buen número de sacerdotes y laicos. Estuvo acompañado por el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz, el Rector del Seminario, Sergio, y el Delegado para las Causas de los Santos, Manuel Robles.
Este doctor en Historia, en Teología y en Humanidades natural de Levinco (concejo de Aller), colabora estrechamente con la Congregación vaticana para las Causas de los Santos, y ha participado ya en más de 200 causas de martirio de la persecución religiosa en el siglo XX en España, aunque como él mismo quiso recordar, nunca se imaginó que iba a ostentar la responsabilidad de “Relator” de los seminaristas mártires asturianos, de quienes oyó hablar de pequeño en el mismo Seminario de Oviedo, donde nació su vocación sacerdotal y misionera. Un papel, el de Relator, que, según explicó, “no tiene nada que ver con la postulación. Eso es otra cosa –afirmó–, ellos serían los abogados. El Relator es el que prepara todas las cuestiones de carácter histórico, jurídico, procesal y las lleva adelante. Y es el que pone las objeciones delante de los historiadores, teólogos y cardenales. No es el Relator el que da un juicio o tiene que defender una causa”, quiso aclarar ante los presentes.
En el comienzo de su intervención, el padre Fidel González quiso recordar los orígenes de la Segunda República en España, y sin “entrar en cuestiones políticas, porque no es el lugar”, recordó que venía de lejos “un deseo manifiesto de luchar por una España totalmente regenerada; al menos, desde la llamada generación de 1898, con el desastre y hundimiento de lo que quedaba del Imperio Español”. Aquella época fue “el punto de partida de nuevas generaciones intelectuales y literarias”, dijo, y además, “en el viejo sistema monárquico creían ya pocos intelectuales, e incluso aún menos políticos por considerarlo caduco. Y la Iglesia oficial española se encontraba bastante somnolienta e incapaz de reaccionar ante aquel deplorable estado de cosas sociales. Así, se llega a la proclamación de una Segunda República a la que nadie seriamente se opuso”. En aquellos años, si bien había un grupo de hombres “que aceptaban la República porque se daban cuenta de la necesidad de transformaciones sociales profundas y creían que el nuevo régimen podría conseguirlo”, y que al mismo tiempo “querían instaurar un orden republicano donde hubiera una sana laicidad y de respeto por la tradición histórica española”. Sin embargo pronto, reseñó el religioso comboniano “se vio la dificultad, cuando la República se vio controlada por ideologías extremas”.
Así nació por ejemplo el “experimento revolucionario en Asturias de octubre de 1934”, afirmó el Relator de la Causa, que “degenera por una parte en la persecución religiosa anticatólica, primero legal, y en seguida violenta y sangrienta, donde se llegó al exterminio sistemático de muchos sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y seglares católicos e incluso al llamado “martirio de las cosas”.
Tras citar un buen número de autores y volúmenes dedicados a estos años de la historia en España, que forman parte de su biblioteca y que como Relator en este tipo de causas de martirio en el siglo XX español ha tenido que leer y estudiar, el religioso destacó algunas de las cifras de la persecución religiosa en nuestro país que recogen los historiadores, como Antonio Montero, autor del libro “Historia de la persecución religiosa en España”, volumen fundamental, dijo, “del que todos bebemos”. Montero cuantifica los asesinados por causa de su fe en el siglo XX española en “12 obispos y un administrador apostólico; 4.184 sacerdotes diocesanos; 2.365 religiosos y 283 religiosas, sin contar los seglares, que él los calcula en 6.845”.
“En Asturias, estas cifras ascienden al menos a 191 los asesinados a lo largo de toda esta persecución”, afirmó el sacerdote. “Quiero subrayar y esto tiene que quedar muy claro pues está demostrado –recalcó– que la verdadera y efectiva persecución religiosa se puede datar a partir del 11 de mayo de 1931 cuando en toda España fueron quemadas en el fuego no menos de 500 iglesias en un solo día. Mientras las autoridades de la República, el católico confeso Alcalá Zamora y un ministro de la gobernación, también católico confeso, Antonio Maura, estuvieron al margen de todo y ordenaron a la guardia civil no entrometerse”. “En este torbellino antirreligioso –añadió– lo que se pretendía era borrar no solo el hecho católico en abstracto, sino también a las personas que lo representaban: curas, frailes, monjas, o militantes, y los seminaristas como es lógico”.
“El movimiento de octubre que empieza aquí en Asturias –afirmó el Relator de la causa de los seminaristas mártires– no sólo resultó el más sangriento de cuantos la izquierda revolucionaria emprendió hasta entonces en Europa desde 1917, sino también el mejor organizado y armado. La doctrina de Marx que la sustenta y la propia historia de Rusia y países satélites nos han dejado bien claro que una de las manifestaciones más genuinas de la dictadura del proletariado era la exigencia de erradicar del hombre su sentido religioso, y como medio, la necesidad de acabar con la Iglesia considerada enemiga principal junto al mundo capitalista, y el avance, según ellos, del proletariado. Para acabar con la Iglesia había que terminar con iglesias, sus instituciones, etc., pero sobre todo con las personas que la encarnaban”.
Esto explica, para el ponente, que en los testimonios de los martirios o en los documentos de la época se encuentren repetidas docenas de veces “expresiones que explican con claridad que se trataba de una decisión colectiva, una obligación consciente, casi una responsabilidad llevada a cabo sin el menor escrúpulo: es un fraile, es un cura, hay que matarlo”.
En el caso de los seminaristas mártires que serán beatificados este sábado en la Catedral, lo cierto es que eran perfectamente conscientes del peligro que corrían acudiendo aquel curso al Seminario. Según explicó el padre Fidel González, el capellán de la beneficiencia de la Diputación de Oviedo recordaba que hacía mucho tiempo que perseguían al Seminario y que meses antes del asalto ya custodiaban la casa por la noche por temor al incendio. “Este dato es revelador –incidió–. Porque si la persecución se arrastraba desde el curso anterior, quiere decir que los que acudieron al Seminario en el 34 y el 35 sabían a qué se exponían y no huyeron del peligro”.
“Entonces la pregunta que yo me hago: ¿por qué volvían al Seminario cuando sabían lo que se estaba cociendo, lo que iba a suceder?” manifestó el sacerdote, recordando al mismo tiempo que los jóvenes procedían de ambientes donde se conocía el estado de la situación social y política: “Venían de las cuencas mineras, eran hijos de mineros, de agricultores, de marineros, eran personas que durante el verano tenían que ganarse el pan y trabajar y pagarse los estudios, que a duras penas conseguían. No eran lumbreras en inteligencia, pero tenía un sentido de pertenencia eclesial y de fe tan sumamente arraigada que, a pesar de que habían recibido consejos de que no volviesen al Seminario, a veces incluso por parte de los mismos párrocos y sin embargo ellos decidieron volver, sabiendo a lo que se exponían”.
Aplicando la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el martirio a estos casos, se “demuestra claramente su existencia”, manifestó el Relator: “En el caso de los nueve seminaristas, no hubo proceso alguno, sino una simple eliminación física, precedido algunas veces por torturas físicas y siempre por morales. De estos nueve, seis fueron detenidos el 7 de octubre de 1934, fueron conducidos por la calle Santo Domingo de Oviedo, hoy padre Suárez, y fusilados en los aledaños de la calle llamada Travesía del Monte de Santo Domingo, ahora calle San Melchor García San Pedro. Los pararon junto a un portón, hoy abatido, cerca de la entrada de los autobuses de la compañía de entonces llamada El Carbonero, y allí los fusilaron gritando ellos Viva Cristo Rey. El fusilamiento tendría lugar entre las 12 del mediodía y la 1 de la tarde, según testimonia uno de los seminaristas que fue fusilado pero no llegó a morir”.
“Ese domingo también fueron asesinados en Mieres el sacerdote don Graciniano González, cura ecónomo de San Esteban de las Cruces. Tenía 27 años cuando fue fusilado. Después de ese mismo día fueron asesinados otros muchos, pero el 8 de octubre en el mercado de San Lázaro, no muy lejos del lugar del asesinato de los seminaristas, fue el turno del Vicario General, don Juan Bautista Puerte, el canónigo profesor del Seminario, don Aurelio Gago, y el padre Paúl Vicente Pastor Vicente, hoy ya beatificado. En la noche de ese mismo día fueron fusilados también en Turón los hermanos de La Salle y el padre Pasionista que los seguía como confesor. Estos están ya canonizados”, explicó.
Con todo ello, el Relator de la Causa de los seminaristas mártires en Roma, quiso finalizar recordando que “merecería la pena tomar en serio todas estas causas de sacerdotes y seminaristas, aunque hay otros muchos”.
“La sangre de los mártires es semilla de cristianos”, afirmó. “¿Qué hubiera sucedido si los cristianos en la Antigua Roma no se hubieran preocupado de recordar a quienes murieron por causa de su fe? Eso fue lo que dio a la historia de la Iglesia el culto de los mártires, el origen de las iglesias consagradas a la memoria de los mártires. Perdonen mi dureza en esto, pero Asturias tiene el deber de llevar adelante una cantidad grande de mártires, que ni murieron por motivos políticos, ni estaban inscritos en un partido, sino que murieron por lo que eran y lo que representaban”.
Tras citar un buen número de autores y volúmenes dedicados a estos años de la historia en España, que forman parte de su biblioteca y que como Relator en este tipo de causas de martirio en el siglo XX español ha tenido que leer y estudiar, el religioso destacó algunas de las cifras de la persecución religiosa en nuestro país que recogen los historiadores, como Antonio Montero, autor del libro “Historia de la persecución religiosa en España”, volumen fundamental, dijo, “del que todos bebemos”. Montero cuantifica los asesinados por causa de su fe en el siglo XX española en “12 obispos y un administrador apostólico; 4.184 sacerdotes diocesanos; 2.365 religiosos y 283 religiosas, sin contar los seglares, que él los calcula en 6.845”.
“En Asturias, estas cifras ascienden al menos a 191 los asesinados a lo largo de toda esta persecución”, afirmó el sacerdote. “Quiero subrayar y esto tiene que quedar muy claro pues está demostrado –recalcó– que la verdadera y efectiva persecución religiosa se puede datar a partir del 11 de mayo de 1931 cuando en toda España fueron quemadas en el fuego no menos de 500 iglesias en un solo día. Mientras las autoridades de la República, el católico confeso Alcalá Zamora y un ministro de la gobernación, también católico confeso, Antonio Maura, estuvieron al margen de todo y ordenaron a la guardia civil no entrometerse”. “En este torbellino antirreligioso –añadió– lo que se pretendía era borrar no solo el hecho católico en abstracto, sino también a las personas que lo representaban: curas, frailes, monjas, o militantes, y los seminaristas como es lógico”.
“El movimiento de octubre que empieza aquí en Asturias –afirmó el Relator de la causa de los seminaristas mártires– no sólo resultó el más sangriento de cuantos la izquierda revolucionaria emprendió hasta entonces en Europa desde 1917, sino también el mejor organizado y armado. La doctrina de Marx que la sustenta y la propia historia de Rusia y países satélites nos han dejado bien claro que una de las manifestaciones más genuinas de la dictadura del proletariado era la exigencia de erradicar del hombre su sentido religioso, y como medio, la necesidad de acabar con la Iglesia considerada enemiga principal junto al mundo capitalista, y el avance, según ellos, del proletariado. Para acabar con la Iglesia había que terminar con iglesias, sus instituciones, etc., pero sobre todo con las personas que la encarnaban”.
Esto explica, para el ponente, que en los testimonios de los martirios o en los documentos de la época se encuentren repetidas docenas de veces “expresiones que explican con claridad que se trataba de una decisión colectiva, una obligación consciente, casi una responsabilidad llevada a cabo sin el menor escrúpulo: es un fraile, es un cura, hay que matarlo”.
En el caso de los seminaristas mártires que serán beatificados este sábado en la Catedral, lo cierto es que eran perfectamente conscientes del peligro que corrían acudiendo aquel curso al Seminario. Según explicó el padre Fidel González, el capellán de la beneficiencia de la Diputación de Oviedo recordaba que hacía mucho tiempo que perseguían al Seminario y que meses antes del asalto ya custodiaban la casa por la noche por temor al incendio. “Este dato es revelador –incidió–. Porque si la persecución se arrastraba desde el curso anterior, quiere decir que los que acudieron al Seminario en el 34 y el 35 sabían a qué se exponían y no huyeron del peligro”.
“Entonces la pregunta que yo me hago: ¿por qué volvían al Seminario cuando sabían lo que se estaba cociendo, lo que iba a suceder?” manifestó el sacerdote, recordando al mismo tiempo que los jóvenes procedían de ambientes donde se conocía el estado de la situación social y política: “Venían de las cuencas mineras, eran hijos de mineros, de agricultores, de marineros, eran personas que durante el verano tenían que ganarse el pan y trabajar y pagarse los estudios, que a duras penas conseguían. No eran lumbreras en inteligencia, pero tenía un sentido de pertenencia eclesial y de fe tan sumamente arraigada que, a pesar de que habían recibido consejos de que no volviesen al Seminario, a veces incluso por parte de los mismos párrocos y sin embargo ellos decidieron volver, sabiendo a lo que se exponían”.
Aplicando la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el martirio a estos casos, se “demuestra claramente su existencia”, manifestó el Relator: “En el caso de los nueve seminaristas, no hubo proceso alguno, sino una simple eliminación física, precedido algunas veces por torturas físicas y siempre por morales. De estos nueve, seis fueron detenidos el 7 de octubre de 1934, fueron conducidos por la calle Santo Domingo de Oviedo, hoy padre Suárez, y fusilados en los aledaños de la calle llamada Travesía del Monte de Santo Domingo, ahora calle San Melchor García San Pedro. Los pararon junto a un portón, hoy abatido, cerca de la entrada de los autobuses de la compañía de entonces llamada El Carbonero, y allí los fusilaron gritando ellos Viva Cristo Rey. El fusilamiento tendría lugar entre las 12 del mediodía y la 1 de la tarde, según testimonia uno de los seminaristas que fue fusilado pero no llegó a morir”.
“Ese domingo también fueron asesinados en Mieres el sacerdote don Graciniano González, cura ecónomo de San Esteban de las Cruces. Tenía 27 años cuando fue fusilado. Después de ese mismo día fueron asesinados otros muchos, pero el 8 de octubre en el mercado de San Lázaro, no muy lejos del lugar del asesinato de los seminaristas, fue el turno del Vicario General, don Juan Bautista Puerte, el canónigo profesor del Seminario, don Aurelio Gago, y el padre Paúl Vicente Pastor Vicente, hoy ya beatificado. En la noche de ese mismo día fueron fusilados también en Turón los hermanos de La Salle y el padre Pasionista que los seguía como confesor. Estos están ya canonizados”, explicó.
Con todo ello, el Relator de la Causa de los seminaristas mártires en Roma, quiso finalizar recordando que “merecería la pena tomar en serio todas estas causas de sacerdotes y seminaristas, aunque hay otros muchos”.
“La sangre de los mártires es semilla de cristianos”, afirmó. “¿Qué hubiera sucedido si los cristianos en la Antigua Roma no se hubieran preocupado de recordar a quienes murieron por causa de su fe? Eso fue lo que dio a la historia de la Iglesia el culto de los mártires, el origen de las iglesias consagradas a la memoria de los mártires. Perdonen mi dureza en esto, pero Asturias tiene el deber de llevar adelante una cantidad grande de mártires, que ni murieron por motivos políticos, ni estaban inscritos en un partido, sino que murieron por lo que eran y lo que representaban”.
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