miércoles, 6 de marzo de 2019

Abre el corazón al Padre tierno y compasivo. Por Hna. Águeda Mariño Rico O.P.

Hoy es un día de esos especialmente señalados en la liturgia, cargados de simbología, muchas veces, de cierta superstición en su práctica. Nos abre la puerta a la Cuaresma, ese largo tiempo de camino, de peregrinaje por nuestro mundo interior, por las huellas que dejamos en nuestro paso por las vidas de otros y los acontecimientos. Para verlo todo a la luz de la Palabra, y que esa luz nos refleje aquello que necesita conversión, porque hace daño, provoca mal, o simplemente, dejamos de hacer el bien que está en nuestras manos.

Hay muchas formas de hacerlo, de tomarse en serio la oportunidad que nos brinda este tiempo, y seguro que descubriremos mucho, en cada uno, sobre lo que trabajarse interior y exteriormente. Pero hay una frase en esta primera lectura del profeta Joel que me resuena especialmente: “Volveos al Señor, vuestro Dios, y desgarrad vuestro corazón en vez de desgarrar la ropa…”(Joel 2, 13). ¿Es posible convertirse, de espaldas a Dios, sin contar con él? Quizás no se trata sólo de esfuerzo o exigencia nuestra. Cuando escuchamos, con suavidad y en el silencio del corazón, la continuación de este versículo, sucede algo diferente: “…porque el Señor es tierno y compasivo, paciente y todo amor, dispuesto siempre a levantar el castigo”.

No sabemos qué va a suceder, ni cómo, no sabemos si seremos capaces de afrontar el mal que hayamos hecho, o de perdonar el mal causado por otros. Sabemos que nos hacemos daño, que nos defraudamos, sabemos que los muros de nuestros propios límites y los de los demás, están ahí, desafiando la capacidad y la disposición a perdonar y ser perdonados, a levantarse una vez más, y otra, y otra más… Pero también sabemos que, cuando escuchamos que “el Señor es tierno y compasivo, paciente y todo amor, dispuesto siempre a levantar el castigo”… no sabemos bien cómo sucede, pero grandes grietas se abren en esos muros, que dan paso a la luz, que nos permiten atravesarlas y encontrarnos de nuevo, hermanos, caminantes.
Porque hoy es el momento de hacerlo

Hoy es ese día, cada día “es el día”. No hay aplazamientos ni excusas: hoy es ese día. A veces, el peor enemigo para convertirnos o cambiar, somos nosotros mismos y nuestro “atesorado” deseo de conversión. Queremos cambiar con nuestros medios, luchando contra nosotros, con ascesis duras y mucha exigencia. Es más, así creemos también que deben convertirse y cambiar los demás, incluso les pedimos mucho más que a nosotros mismos, porque los buenos propósitos suelen durar bastante poco. Y nos volvemos duros e intransigentes. Hoy es el día, sí, es el día de abrir el corazón al Padre que está en lo oculto, y dejarle que nos vuelva un poco más parecidos a él: tiernos y compasivos, pacientes y todo amor, dispuestos siempre a levantar el castigo. “No desaprovechéis la bondad que Dios ha mostrado” escribe san Pablo en esta carta a la comunidad de Corinto.

Sólo tenemos el ahora, la oportunidad presente, la persona que está al lado, aquellos con los que convivo y me relaciono en este día a día que es mi vida hoy. Cuántas veces no comemos el pan tierno del día, porque queda del de ayer, y mañana volveremos a comer pan duro. Es una simple y práctica anécdota, pero nos pasa con la vida también. Vivimos con la añoranza de tiempos mejores, glorias pasadas, repitiendo siempre las mismas historias. O soñamos, siempre insatisfechos, con un ideal que sólo existe en el mundo de mis deseos.

Hoy es el gran día, es el que tengo, el que Dios me regala. Siempre habrá un sueño que cumplir, un ideal por el que luchar, un amor que sacie mi sed de plenitud. Pero la oportunidad ahora de dar el paso que te acerque a tu sueño, de decir una palabra o hacer el gesto que vaya implantando ese ideal, de abrir el corazón con generosidad y demostrar tu amor a quien está contigo…, es ya, o pasará ante ti perdiéndose para siempre.

Y solamente lo sabrá tu Padre, que está a solas contigo

“El Padre es quien ve en lo secreto”. Hay una anécdota que se suele atribuir a Miguel Ángel, pero yo la he leído en un libro de Henry Nowen: El león dentro del mármol.

Una vez un escultor trabajaba con martillo y cincel un gran bloque de mármol. Un niño que estaba mirándole no veía más que trozos de mármol pequeños y grandes cayendo a derecha e izquierda. No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo. Pero cuando el niño volvió al estudio unas semanas después, se encontró con la sorpresa de un imponente y enorme león sentado en el lugar en el que había estado el bloque de mármol. Con gran excitación el niño corrió hacia el escultor y le dijo: “Por favor, dígame cómo sabía usted que había un león dentro del mármol”.

La respuesta es: “Yo sabía que había un león dentro del mármol porque, antes de verlo ahí, lo había visto en mi corazón. El secreto consiste en que fue el león de mi corazón el que reconoció al león del mármol”

Para ver qué hay en el mármol de mi vida, qué quiere Dios de mí, cómo es el Padre, cómo parecerme cada vez más a Él, tengo que descubrirle y verle en el corazón. Ahí en lo más íntimo, donde sólo Dios me habita, voy descubriendo quién soy, cómo me ama Dios, qué me pide. La conversión no es una tabla de ejercicios para ponerse en forma espiritual, no es solamente prácticas externas que a veces se quedan sin repercusión alguna en mí, en mi vida.

Jesús nos invita a ir a lo más profundo, a ser coherentes y sinceros con nosotros mismos. Nos aleja de la imagen, lo que se vive “de cara a la galería”. Nos adentra ahí donde el Padre nos ve tal como somos, y nos susurra con infinita ternura: ”Eres mi hijo, amado”. Convertirse, hacer oración, ayuno y dar limosna, pasan por el momento de descubrir quién soy, quién es mi hermano, verme y verle con el corazón de Dios, demostrarlo y descubrirlo amando en el pequeño momento de cada hoy.

Feliz camino de Cuaresma.

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