El día 31 de este mes de octubre se cumplirán 35 años de la primera e histórica visita de un Papa a España, la de San Juan Pablo II. Transcribo algunas palabras del saludo que dirigió al pueblo español desde el aeropuerto de Barajas:
«Hoy me trae a vosotros la clausura en vez de la apertura del IV centenario de la muerte de Santa Teresa de Jesús, esa gran santa española y universal, cuyo mayor timbre de gloria fue ser siempre hija de la Iglesia y que tanto ha contribuido al bien de la misma Iglesia en estos cuatrocientos años. Vengo por ello a rendir homenaje a esa fi gura eclesial, proponiendo de nuevo la validez de su mensaje de fe y humanismo. Vengo a encontrarme con una comunidad cristiana que se remonta a la época apostólica. En una tierra objeto de los desvelos evangelizadores de San Pablo; que está bajo el patrocinio de Santiago el Mayor, cuyo recuerdo perdura en el Pilar de Zaragoza y en Santiago de Compostela; que fue conquistada para la fe por el afán misionero de los siete varones apostólicos; que propició la conversión de los pueblos visigodos en Toledo; que fue la gran meta de peregrinaciones europeas a Santiago; que vivió la empresa de la Reconquista; que descubrió y evangelizó América; que iluminó la ciencia, desde Alcalá y Salamanca y la teología en Trento».
«Vengo atraído por una historia admirable de una fidelidad a la Iglesia y de servicio a la misma, escrita en empresas apostólicas y en tantas grandes figuras que renovaron esa Iglesia, fortalecieron su fe, la defendieron en momentos difíciles y le dieron nuevos hijos en enteros continentes. En efecto, gracias sobre todo a esa sin par actividad evangelizadora, la porción más numerosa de la Iglesia de Cristo habla hoy y reza a Dios en español. Tras mis viajes, sobre todo por tierras de Hispanoamérica y Filipinas, quiero decir en este momento singular: ¡Gracias, España; gracias, Iglesia en España, por tu fidelidad al Evangelio y a la Esposa de Cristo!».
«Esa historia, a pesar de las lagunas y errores humanos, es digna de toda admiración y aprecio. Ella debe servir de inspiración y estímulo para hallar en el momento presente las raíces profundas del ser de un pueblo. No para hacerle vivir en el pasado, sino para ofrecerle el ejemplo a proseguir y mejorar en el futuro. No ignoro, por otra parte, las conocidas tensiones, a veces desembocadas en choques abiertos, que se han producido en el seno de vuestra sociedad, y que han estudiado tantos escritores vuestros».
«En este contexto histórico-social es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano. Para sacar de ahí la fuerza renovada que los siempre infatigables creadores de diálogo y promotores de Justicia, alentadores de cultura y elevación humana y moral del pueblo. En un clima de respetuosa convivencia con las otras legítimas opciones, mientras exigís el justo respeto a las vuestras».
¿Quién diría que estas palabras fueron dirigidas a todo el pueblo español hace 35 años y por un Papa nada más aterrizar en tierras de España? Más actuales y precisas, más verdaderas, alentadoras y estimulantes para el momento que vivimos, imposible. Esa descripción que hace San Juan Pablo II es el fiel retrato de lo que somos, es nuestra identidad, sin excluir a nadie ni a ni a ningún pueblo de los que somos parte de esa historia. Esa es la historia que nos constituye: gracias a esa historia que nos ha formado y que nos ha legado tal patrimonio, que no está exento del pecado ni del error. ¿Por qué nos empeñamos, o se empeñan algunos en olvidarla o en borrarla? Cuando se olvida o se la niega nos colocamos a merced de los devoradores de nuestra realidad más propia y somos incapaces de elaborar juntos un futuro abierto y prometedor, porque entonces no somos nada, de la nada, nada se saca ni brota nada, que es lo peor que nos puede pasar. Habrá que rectificar lo que haya que rectificar, pero no se puede rechazar esa herencia, tan rica, que nos ha hecho capaces de llevar a cabo tan grandes empresas en el proyecto común que nos constituye.
Necesitamos reconocer de verdad esa herencia con respeto y amor, valorada en sus justos términos, enriquecida con las nuevas aportaciones de nuestra conciencia católica, completada con las lecciones y la experiencia de la historia y progreso humano en todos los campos. No podemos renunciar a la herencia de la fe cristiana, siempre viva y generadora de vida, de humanidad genuina y verdadera, de caminos de esperanza que fuimos capaces de abrir en momentos nada proclives, caminos de esperanza que hoy tanta falta nos hacen para contribuir generosamente al bien de las familias y de las personas, de los pueblos rurales y de las ciudades, del auténtico desarrollo y crecimiento humano, de ayuda al pobre y al que sufre, y al bien común y de la convivencia de nuestra sociedad Española. No miro nuestra historia –sería injusto con la realidad viva de la historia– como quien mira un cuadro colgado de la pared inmóvil de un museo. Miro como verdaderamente se contempla y mira la historia: como una obra de arte que hace renacer en quien la mira y contempla la experiencia cargada de vida de sus protagonistas, llena de estímulo y pasión humana, de sentimientos no apagados, llena de esperanza. Por eso hoy, un día de octubre de 2017, doy gracias al Papa Juan Pablo por enseñarnos a mirar nuestra historia con mirada limpia y llena de verdad, con agradecimiento, respeto y aprecio, a gozarnos y a aprender de ella, de esa historia que somos, y a «recobrar el vigor del espíritu, la valentía de una fe vivida y la lucidez evangélica iluminada por un profundo amor al hermano», que le dio alma a esa historia y que nos abrirá de nuevo las puertas a grandes e importantes gestas en favor de la humanidad y de la humanización, de España y del mundo entero, que tanto y tan urgente necesitamos.
Publicado en La Razón el 25 de octubre de 2017.
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