sábado, 14 de octubre de 2017

De Dios nadie se burla. Por Pedro Trevijano

Vivimos en la Sociedad del buenismo. Hagamos lo que hagamos, nos portemos como nos portemos, como Dios es Padre e infinitamente bueno, la salvación es universal y nos alcanzará a todos. Y por ello no queremos enterarnos cuando nos encontramos con textos en los evangelios que contradicen lo que acabo de decir.

Leemos en el evangelio de san Mateo: «·Entonces se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho loa mayor parte de sus milagros, porque no se habían convertido: ‘¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza. Pues os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy» (11,20-23).

Jesús increpa a estas ciudades, lo dice expresamente, porque no se habían convertido. Ahora bien, la pregunta que tenemos que hacernos es: ¿qué pasa con nuestra Sociedad actual? Desde luego, a primera vista, la situación es francamente mala. El Cristianismo y sus valores y virtudes simplemente molestan y deben ser abolidos, así como los verdaderos Derechos Humanos, es decir los que la ONU promulgó en 1948. Se fomenta al máximo la libertad individual, pero como ésta se tropieza con las libertades de los demás, es el Jefe del Partido el que decide lo que hay que hacer, con absolutamente vía libre, porque los conceptos de Ley Natural, Verdad y Mentira, Bien y Mal desaparecen, primando en cambio las ideología del Relativismo y de la Ideología de Género, y si hay conflicto entre la realidad y las ideologías, hay que hacer caso a éstas y no a la realidad Con ello se terminó la Democracia, porque se establece la dictadura de estas ideologías, en las que es la realidad la que ha de acomodarse a la ideología y no la ideología a la realidad. Entramos por tanto en la Dictadura del Relativismo y de la Ideología de Género, lo que significa la apostasía de las creencias cristianas de nuestra Sociedad.

Pero dado que Jesucristo es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), renunciar a Cristo es renunciar a la verdad y la vida. Se nos ha anunciado que en el nuevo periodo parlamentario va a ser ley nacional la ley sobre ideología de género que rige ya en muchas comunidades autónomas. Ahora bien Jesús llama hijos del diablo a los que cumplen estas tres condiciones: no creer en Él, como tanta gente presume incluso de ello, ser homicidas (¿qué es el aborto?), y decir la mentira (¿qué pasa con el relativismo y la mentira?) (cf. Jn 8,37-44).

En el evangelio de Lucas, encontramos las malaventuranzas: «¡Ay de vosotros los ricos, porque Ya habéis recibido vuestro consuelo!, ¡ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!, ¡ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!, ¡ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas» (6,24-26).

Y sobre los apóstatas, Jesús es también muy claro: «Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo0 del Hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles (Mc 8,38; Lc 9,26). Cuando vi la película de Scorsese «Silencio», me pareció una grandísima película, con el enorme mérito que hace pensar, pero religiosamente me pareció un desastre, porque no deja de ser una apología de la apostasía y resulta curioso también el pensar que este texto que acabo de citar y que es el texto clave en la problemática de la apostasía no es citado para nada en el film. Aquí recuerdo la frase de un glorioso mártir, Santo Tomás Moro, cuando le dijeron aceptase la boda de Enrique VIII con Ana Bolena: «¿Voy a cambiar la eternidad por veinte años de mi vida? Ni hablar».

Y en el episodio del Juicio Final, leemos: «Apartaos de mí, malditos, porque tuve hambre y no me disteis de comer… Y éstos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna» (Mt 25,41-45).

Cuando leo estas frases, no puedo sino acordarme de lo que me dijo un sacerdote, cuando yo era adolescente: «Dios va a hacer todas las trampas que pueda, menos cargarse tu libertad, para llevarte al cielo». Pidámosle por tanto a Dios que sepamos hacer buen uso de nuestra Libertad. Él quiere perdonarnos: permitámoslo. Pero recordemos: «No os engañéis: de Dios nadie se burla» (Gal 6,7).

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