Se unen así en una misma ordenación jóvenes procedentes del Seminario Metropolitano, del Seminario Redemptoris Mater (vinculado al Camino Neocatecumenal) y también diocesano, y del Seminario de la Asociación Lumen Dei, con sede en Nava.
Para David Cueto, uno de los dos diáconos que serán ordenados sacerdotes este domingo, se pondrá fin a un año que califica como “espectacular”. A su estancia en la misión diocesana de Bembereké (Benín), algo que se ha convertido en habitual para los recién ordenados diáconos en la diócesis, se unió posteriormente la experiencia de los primeros servicios pastorales en una zona rural, en este caso, las Peñamelleras. “En el Seminario tienes mucha formación teórica –subraya–. Un poco de práctica también, pero fundamentalmente teórica, y llegar a una parroquia real supone tener que contrastar todo lo que ves con lo que has aprendido. En realidad es una experiencia preciosa gracias al roce con la gente, porque llegas y te meten hasta lo más profundo de su casa y de su vida. Este año en las Peñamelleras he aprendido muchísimas cosas, me he sentido muy querido, y es que allí hay una Iglesia y unas comunidades muy bonitas”.
Nacido en Granada aunque residente en Oviedo desde pequeño, este joven de 38 años, estudiante de diseño, descubrió la fe en la JMJ de Colonia. “Llevaba tiempo buscando, y vivir la JMJ fue una especie de bomba, una conversión radical. Puedo decir que, al igual que los Reyes Magos que llegaron, adoraron al Niño y se fueron por otro camino, a mí me pasó algo parecido: llegué, vi, y después ya no podía ser el mismo”. “La vocación sacerdotal, en cambio, vino después”, reconoce, “con más sutileza y mucho enamoramiento también”.
Quedan tan sólo unos días para su ordenación sacerdotal, y David Cueto reconoce vivirlo “con temor y temblor: según se va acercando, uno se va haciendo cada vez más pequeñito –asegura–. En este año de diaconado me he dado cuenta (y creo que por esta experiencia tenemos que pasar todos) de mi propia pequeñez: no llegas a todo, no eres capaz de todo, no lo sabes todo, tienes que pedir perdón y dar gracias, y tienes mucho que aprender, callar y escuchar. Y esta sensación se multiplica a medida que va llegando la fecha de la ordenación, porque estás a punto de participar en el misterio de Cristo, y tú sigues siendo aquel que se equivoca de hora en una celebración, o llega a un sitio que no era. Aún así, te sitúas dando gracias y que venga lo que Dios quiera”.
Ángel María Vilaboa, de 27 años y natural de Avilés será uno de los próximos diáconos. Estudió en Gijón Ingeniería Informática Técnica, y con poco más de 20 años se planteó su vida y su futuro. “Quería saber qué necesitaba la Iglesia y cómo podía yo ayudar”, afirma. Uno de los detonantes para su vocación fue observar a sus propios párrocos, en Sabugo: “ver su ejemplo, su trabajo, ver que eran mayores y que no era fácil sustituirlos. Entonces la pregunta apareció: Cuando se vayan ellos ¿quién los va a reemplazar? De alguna manera fui haciendo un juego con Dios, hasta que vi que no había salida”, reconoce, entre risas.
Después de seis años en el Seminario, afirma no parecerse mucho al joven que entró con 20 años. “Han sido años de abrir la mente y el corazón a Dios en perspectivas totalmente nuevas”, dice. “Unos años de dejarse renovar, cambiar, transformar tus coordenadas y dejar que sea Dios quien lleve tu vida. Es verdad que tú sigues siendo el mismo, pero en estos seis años, que a mí me han parecido muchos más, siento que soy otro, aunque con los defectos y los fallos de siempre”. A pesar de todo, y especialmente con los nervios a flor de piel ante el acontecimiento del domingo, Ángel no puede evitar reconocer que está viviendo estos días “con una inmensa gratitud”, acompañado de sus seis hermanos y sus padres, “gente de fe que han estado siempre muy cerca de mí y que están muy contentos, ahora que ven que por fin llego a la meta”, dice.
De los jóvenes que se ordenarán diáconos este domingo se encuentran dos pertenecientes al Seminario Redemptoris Mater, diocesano y vinculado al Camino Neocatecumenal. Uno de ellos, Emmanuel González Ortiz, tiene 26 años y es natural de Costa Rica. “En realidad yo quería formar una familia –recuerda–, pero en una convivencia en Italia de jóvenes del Camino, sentí la llamada y me ofrecí para ser sacerdote y salí destinado al Seminario Redemptoris Mater de León, donde llegué con 18 años. Ahí estuve 4 años, hasta que se abrió éste, y me vine. Aquí finalicé los estudios y he estado tres años con el equipo de catequistas itinerantes del Camino de Extremadura”.
Su futuro, una vez ordenados “estará en manos de don Jesús”, tal y como afirma, “donde él quiera y el Señor le inspire, ahí iremos”, dice, porque los sacerdotes ordenados del Seminario Redemptoris Mater son diocesanos y se incorporan a la diócesis. En esta ocasión la familia de Emmanuel no acudirá, pues la lejanía hace que opten por esperar a la ordenación sacerdotal. Aún así, este joven costarricense señala que vive un momento de gran alegría “porque ves que Dios te ama tal y como eres, te acoge con tus pecados y tus miserias, y una vez que encuentras ese amor, qué más da todo, qué otra cosa te puede importar. Yo pienso Señor si estoy contigo, voy a ser feliz donde sea”. Por otra parte, añade, “el demonio hace su trabajo, e intenta tirar abajo todos lo que sabes que el Señor ha ido haciendo en tu vida, pone el futuro tenebroso, pero en el fondo pienso que el Señor me ha elegido porque me ha querido y no hay más misterio, y yo, en gratitud, respondo a su llamada: no tengo más méritos que presentarle al Señor”.
Un bailarín de break dande
De bailarín de break dance por las calles de su Medellín natal, hasta el Seminario de Lumen Dei, en Nava. Esa es la historia –en versión muy reducida y simplificada– del diácono Juan Felipe Restrepo Díaz, perteneciente a la asociación Lumen Dei. Él será el otro diácono que el domingo será ordenado sacerdote, junto con David Cueto.
Juan Felipe era un adolescente “normal”, tal y como él se define, que buscaba lo que todos: “me gustaba mucho el deporte, y también me gustaba verme reconocido”, afirma. “Por eso estaba volcado en el Break dance. No se me daba mal, y me llegaron a decir que tenía talento, así que mi sueño se convirtió en poder viajar a Estados Unidos o Alemania para poder seguir formándome, ya que sabía que allí había bailarines de nivel”. Para conseguir su sueño y poder viajar, Juan Felipe decidió ponerse a trabajar, y comenzó a repartir comida a domicilio. “Un día, pensé que la educación que me habían dado mis padres no se correspondía con el trabajo que tenía y las circusntancias en las que me encontraba, así que decidí hacer un alto en el camino y comencé a buscar la voluntad de Dios en mi vida”. A partir de ese momento, Juan Felipe ingresó en un grupo de oración, mediante el cual conoció Lumen Dei y finalizó dando el paso para el Seminario. “Al principio me preocupaba que me quedara el vacío del baile, al no poder practicarlo, pues era algo que habitualmente me motivaba e ilusionaba mucho, pero con el tiempo me he dado cuenta de que uno se puede igualmente emocionar a través del estudio y la investigación”.
Hoy se plantea su futuro procurando “no mirarme a mí mismo, sino a la diócesis, porque es una alegría saber que va a haber un sacerdote más para atender con mayor fluidez a las parroquias”.
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