Hace un par de meses se han acometido varios arreglos en el templo parroquial que sin duda han despertado la expectación de algunos, (de muchos no, porque no son muchos los que asoman por la iglesia fuera de los funerales) unos para alabar, otros para criticar, pero al final y como siempre, las aguas vuelven a su cauce, sobre todo cuando el cauce sólo es uno.
Los días de las obras, hubo algunos que nunca dieron tantos viajes al cementerio en su vida, sólo para ver que se cocinaba; incluso hubo quien con descaro y poca educación no pudo reprimir sus ansias de meter las narices previas al cotilleo y preguntar abiertamente, recibiendo la contestación que quizá no esperaba y que quizá también podría haber sido otra, pero que, en todo caso, fue directamente proporcional. Y es que siempre hay gente que se cree que todo le es debido aunque apenas pisen el templo si no es por un interés puntual.
Ni qué decir, para el que no lo sepa, que el Párroco como Administrador nato por puro Derecho Canónico es el responsable Pastoral, Jurídico y Administrativo de la Parroquia, y tiene toda la potestad para decidir los cambios pertinentes en la misma sin otra obligación que la de consultar con sus superiores. Por no hablar de los resultados de las últimas obras que dieron como conclusión entre "Junta y Junta" hastíos y resentimientos y una deuda final más que llamativa por la que nadie más ha preguntado, particularmente aquellos que tiraron la piedra y luego escondieron la mano, y ahora sólo tiran piedras con las dos manos. Ante la falta de ingresos en su día no se pudieron concluir algunas asignaturas pendientes y que hoy -gracias a Dios- han sido llevadas a cabo, por cierto, sin pedir nada a nadie, ¿sorprendente, verdad?...
Los púlpitos retirados, además de que no tenían valor ninguno (eran de marmolina y baldosa común sostenida por una ripia transversal de madera -podrida-) y de que deberían haberse retirado tras la promulgación de la Constitución "Sacrosantum Concilium", hubo que eliminarlos sin más demora ya que estaban a punto de hundirse (ambos, particularmente el que sostenía la mesa con la Virgen de Nozana sobre ella -pudimos haberla encontrado hecha añicos cualquier día al abrir la Iglesia-) según indicaron los técnicos consultados, por no hablar ya de la dificultad que suponían para niños y mayores "escalarlos" (35 cm. de peldaño) y su estrechez para el acceso.
En lo referente al documento Conciliar antes mencionado, cabe subrayar su número 128 que dice: Revísense cuanto antes lo que se refieren a la disposición de las cosas externas del culto sagrado, sobre todo en lo referente a la apta y digna edificación de los templos, a la forma y construcción de los altares, a la nobleza, colocación y seguridad del sagrario, así como también a la funcionalidad y dignidad del baptisterio, al orden conveniente de las imágenes sagradas, de la decoración y del ornato. Corríjase o suprímase lo que parezca ser menos conforme con la Liturgia reformada y consérvese o introdúzcase lo que la favorezca.
La liturgia de los sacramentos, de forma muy especial la Eucaristía, requiere nuestro mayor cuidado hacia sus espacios y formas, resaltando el Sagrario o tabernáculo dónde se custodia el Tesoro más grande que tenemos que es Jesús mismo.
Nuestro presbiterio ha quedado perfectamente adaptado a las rubricas del Misal Romano. El altar cuenta con un nuevo aspecto. En su dedicación inicial, éste se encontraba unido al retablo mayor. Con los cambios del Concilio Vaticano II se separó de su lugar primitivo para poder el sacerdote celebrar de cara al pueblo, sin embargo había una pega, por detrás, éste estaba hueco. Entonces se puso "provisionalmente" (que duró hasta ahora) una tabla tapando el hueco, cubierta con tela sujetada con chinchetas. Hoy, medio siglo después, hemos completado dicho cambio al dotar al Altar de una pieza de madera noble pintada y a juego con lo ya existente, para no romper la armonía del conjunto.
El ambón, que es el altar de la Palabra de Dios, resalta muchísimo más (como debe ser) que el otro atril, destinado a la palabra del hombre. En el ambón se proclaman las lecturas y el Evangelio y en el atril las moniciones, preces, cantos, acciones de gracias, avisos etc. La sede, por su parte, es el lugar desde donde el sacerdote preside la celebración y que representa a Cristo cabeza de la Comunidad. Silla que cuando el sacerdote no celebra vemos vacía y que nos ha de recordar que esperamos al Señor ascendido al Cielo y que algún día volverá para juzgar a vivos y muertos. Mientras, sus ministros le representan en ella. (La sede es un elemento imprescindible e irrenunciable en cualquier templo -no existía-)
Como nos dijo el Papa Emérito Benedicto XVI ``La oración -que tiene su cumbre en la liturgia, cuya forma está custodiada por la tradición viva de la Iglesia- siempre es un dejar espacio a Dios: su acción nos hace partícipes de la historia de la salvación´´. Y la distribución de un presbiterio no es cuestión de gustos, como quien decora la cocina o el salón de casa. La distribución de un presbiterio es una cuestión litúrgica, y, normalmente, como de electricidad el electricista y de madera el carpintero, el que conoce y sabe de liturgia es el Párroco.
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