sábado, 7 de mayo de 2016
La Exhortación "Amoris Laetitia"
Escribe el Delegado episcopal de Familia y Vida, José Luis Pascual
Anda descaminado el que busque recetas o definiciones dogmáticas nuevas en esta exhortación postsinodal. No es esa la intención del Papa. A lo largo de la carta se comprende enseguida que su propósito es fundamentalmente pastoral. Señala veredas a recorrer en la pastoral matrimonial y familiar. Para ello, recoge lo que la Palabra de Dios nos enseña, lo acompaña del Magisterio de sus predecesores y lo coloca ante las diversas y nuevas situaciones y campos que afectan al matrimonio y la familia.
El Papa nos invita a bajar a la arena donde se libran los dramas personales de los matrimonios y las familias. Y para ello reclama empuñar las armas de la misericordia que Dios ha mostrado en la Cruz de su Hijo y que responden a la lógica del perdonar, escuchar, comprender, acompañar, sanar e integrar, especialmente a los más débiles que viven en las “periferias existenciales”. Y todo ello sin oscurecer ni renunciar a la verdad y a la justicia desde la “ley de la gradualidad” que explicaba Juan Pablo II.
Me atrevo a decir que hay una intuición que recorre toda la Carta del Papa Francisco: la vida, la Iglesia, el amor, van creciendo y desarrollándose progresivamente, siempre en camino. El carácter dinámico de la Historia de Salvación nos enseña a no contemplar las realidades humanas de forma estática. Somos peregrinos y nunca llegados, en esta vida mortal. No hay duda que para ello es necesario saber a dónde vamos. Se aprecia la predilección y preocupación del Papa por los últimos, por los que sufren las consecuencias del pecado propio o ajeno, por los que se han quedado heridos en la cuneta familiar o matrimonial. El amor de Cristo nos apremia a acompañar a todos al encuentro con el Resucitado que sana las heridas, cura los corazones rotos e ilumina nuestras vidas.
El capítulo más largo es el dedicado al amor en el matrimonio. Ante la grave banalización actual del concepto “amor”, el Papa recorre el himno paulino al amor desgranándolo en el huerto de la vida cotidiana.
El siguiente capítulo está dedicado a la fecundidad del matrimonio: “amor que se vuelve fecundo”. Sabemos de los dos fines del matrimonio: el unitivo (de ayuda mutua y crecimiento en el amor esponsal) y el procreativo que es consecuencia lógica de un amor que no se cierra ni se agota en los esposos. Este apartado, donde el Papa reflexiona sobre la maternidad, la paternidad y las relaciones dentro de las familias, habría que leerlo a la luz del capítulo séptimo dedicado íntegramente a la educación moral de los hijos y a la insustituible responsabilidad de los padres en esa urgente labor.
En el campo de las situaciones “irregulares” especialmente el Papa reclama tomar partido. En la historia de la Iglesia, ya desde el primer concilio de Jerusalén, hemos visto asomar dos puntos de vista opuestos: el de “marginar” y el de “reintegrar”. El camino de la Iglesia fue desde el principio el de la inclusión a través del anuncio del Evangelio “a todas las gentes”. Esta es la perspectiva que pide el Santo Padre también para el ámbito matrimonial y familiar.
Por último, cabe señalar tres líneas pastorales especialmente apremiantes que se remarcan en el documento: la labor de guiar a los novios en su camino de preparación al matrimonio, el acompañamiento en los difíciles primeros años de matrimonio y la urgencia de iluminar las crisis y dificultades.
Termina la carta con un capítulo dedicado a la espiritualidad específica del matrimonio y la familia. La vocación a la santidad, a vivir el amor en plenitud, adquiere tintes propios cuando nos referimos al amor esponsal y familiar. No por estar al final de la carta apostólica es menos importante. Más aún, enmarca todo el cuadro que recorre el documento papal ayudando a clarificar y enfocar aquello que es central: el anuncio del Evangelio de la familia.
Después de estas valoraciones más inmediatas es necesario el esfuerzo de ir aterrizando en nuestra labor pastoral las intuiciones y propuestas del texto. Así ocurrió con la Familiaris Consortio y así deseamos suceda con la Amoris Laetitia.
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