¡Quién, san Jerónimo fuera,
para poder explicar
lo que padecen las almas
que en el purgatorio están!
Allí claman y suspiran
metidas en aquel fuego,
suplicando a los mortales
les saquen de este destierro:
“Herederos y albaceas,
atended nuestros lamentos,
cumplid con lo que pedimos,
no alarguéis nuestros tormentos”.
En calabozos oscuros
hay muchas almas metidas,
clavadas contra la tierra,
diciendo: “De mí se olvidan”.
“Que estoy aquí como un niño,
atado de pies y manos,
y no puedo por mí propio
ganar nada en cuanto paso”.
Pues todos los hijos tienen
obligación verdadera
de socorrer a sus padres
para librarlos de penas.
“Hombres, mujeres y niños:
¿Cómo de mí no te acuerdas
para dar una limosna,
para quitarnos las penas?
Yo, cuando estaba en el mundo,
os causaba sentimiento
si tenía algún dolor
y me aplicaban remedio.
¿Qué harías si ahora me vieras,
entre tanto fuego arder?
¿Qué diligencias no harías
por no verme padecer?”
Mira que padece un alma
más tormentos y trabajo,
más que padecían todos
los mártires y los santos.
Más que todos los cautivos,
forzados y ajusticiados,
más que todas las mujeres
han padecido en sus partos.
Padeció el Hijo de Dios
por redimir los hermanos
en el árbol de la Cruz,
atado de pies y manos.
“San Nicolás y Dionisio
de nuestras penas hablaron,
diciendo que Dios, la leña,
en el mundo la ha creado,
Toda junta en una hoguera,
en un fuego de arder tanto,
no alcanzara una cabeza
de este fuego en que estamos.
Esto no es ponderación,
clemencia, favor cristiano,
que se abrasa el Purgatorio
y las almas nos quemamos”.
Si las ánimas pintadas
causan miedo de mirar,
¿qué será de aquellos pobres
en aquel fuego voraz?
“A las ánimas darás
limosna cuando pudieras,
que lo mismo desearías
si con ellas estuvieras.
Los afanes de este mundo,
a esto vienen a parar:
si comprendes nuestras penas
os librará de pecar”.
Mirad, cristianos, que Dios
agradece la limosna
y nos da ciento por uno
en premio de eterna gloria.
Por las ánimas benditas
todos hemos de rogar
que Dios las saque de penas
y las lleve a descansar”.
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