El saludo de los cristianos orientales en estos días de Pascua es este: «¡Cristo ha resucitado! -¡Verdaderamente ha resucitado!». Cuando lo escuché por primera vez en una peregrinación a Jerusalén, me impresionó cómo las calles se llenaban con este grito en las distintas lenguas, sobre todo por parte de los griegos. Era como un grito de victoria, que era coreado y respondido por otros que lo escuchaban, aunque no se conocieran entre sí. Me estremeció escuchar este saludo, que jóvenes y adultos se dirigían mutuamente con grandes gritos y cantos por las calles de Jerusalén.
Ciertamente, Cristo ha resucitado y es el punto de apoyo fundamental de nuestra fe cristiana. Las mujeres que fueron al sepulcro, los apóstoles en distinta ocasiones, otros discípulos como los discípulos de Emaús y «más de quinientos hermanos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto» (1Co 15,6), el mismo Pablo en el camino de Damasco, etc. vieron a Jesús vivo con una nueva vitalidad. Era el mismo, pero distinto y transfigurado. Este es el Evangelio para el mundo entero: Jesús ha muerto realmente en la Cruz, ha sido sepultado en un sepulcro nuevo a estrenar, sellado con una losa imponente, y ha vencido la muerte resucitando y rompiendo las cadenas de la muerte. El sudario y las vendas quedaron impregnadas de esa «radiación» especial del Resucitado. Su resurrección no es una vuelta a la vida anterior, sino la inauguración de una vida nueva y pletórica para él y para nosotros con él.
El acontecimiento de la resurrección es un hecho real, no imaginario ni virtual. Le sucedió al mismo Jesús, de manera que ya no está muerto, su sepulcro está vacío: «No busquéis entre los muertos al que vive, porque ha resucitado» (Lc 24,5). Es un hecho histórico, que sucedió en un lugar y en una fecha concreta y ha dejado huellas históricas constatables. Y sobre todo, es un hecho del que hay numerosos testigos, que lo han visto, han estado con él, lo han tocado y han convivido hasta su ascensión a los cielos. No hay acontecimiento en la historia de la humanidad que goce de tanta historicidad como la resurrección del Señor. Ha sido sometido a todo tipo de análisis, ha hecho correr ríos de tinta en todas las épocas, es un hecho verificado con todas las garantías. Los apóstoles son testigos directos, y su testimonio es prolongado por la Iglesia a lo largo de la historia. El acontecimiento de la resurrección de Jesús ha cambiado la vida de muchísimas personas y ha cambiado el curso de la historia humana, introduciendo en la misma la novedad del Resucitado. Es por tanto también un hecho transcendental, que supera las coordenadas de la historia, llevándola a su plenitud.
La resurrección de Cristo pasa a nosotros por el bautismo, por el que hemos sido sumergidos en el misterio de la muerte y resurrección del Señor. El bautismo inyecta en nosotros una vida nueva, la del Resucitado, para que toda nuestra existencia terrena sea nueva y vayamos dejando a un lado nuestra existencia pecadora, que nos hace viejos. Así vamos creciendo por la gracia a la medida del don de Cristo en una vida nueva, que no acaba, sino que perdura para la eternidad. «Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo;… aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra, porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3,1-3).
Hubo un apóstol, Tomás, que no creyó lo que le dijeron los demás, que habían visto a Jesús resucitado. «Si no lo veo, no lo creo». Es patrono de los escépticos y los agnósticos. Y Jesús tuvo con él una muestra de especial cariño, tomándole la mano para que palpara sus llagas de resucitado. Qué gran lección de Jesús. Cada uno tiene su momento para encontrarse con Jesús. A nosotros nos toca anunciar con nuestra vida ese testimonio de fe, y Jesús tocará el corazón incluso de los incrédulos para hacerles ver que está vivo. La Iglesia, las comunidades cristianas, nuestra propia vida sea un anuncio gozoso de este acontecimiento: ¡Cristo ha resucitado! Así lo viene haciendo la Iglesia desde hace dos mil años, y muchos –también hoy- jóvenes y adultos responden con su vida: ¡Verdaderamente ha resucitado!
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