Doctora en Pedagogía
Desde hace unas semanas las calles de nuestra ciudad, los medios de comunicación, los centros escolares, etc. nos están indicando que la Navidad esta cerca y nos ponen en alerta para que lo tengamos todo preparado. Menús navideños, adornos para nuestros hogares, los mejores regalos para sorprender a grandes y pequeños y un sinfín de detalles para poder celebrar una “feliz Navidad”.
Que distinto es, por lo general, observar como prepara la Navidad un adulto y como la prepara un niño. La sencillez, naturalidad y espontaneidad de los niños les llevan a vivir estas semanas de Adviento con ilusión, alegría y esperanza incluso a pesar de estar viviendo situaciones complicadas. ¿Es posible que los adultos seamos capaces de preparar y vivir la Navidad con corazón de niño? Me preguntaba yo estos días. Puedo decir que he encontrado la respuesta en alguien muy cercano que sin darse cuenta me ha dado un gran ejemplo. A través de su oración, de saber mantener la calma, de ponerse al servicio de los demás, de escuchar, comprender y confiar me está demostrando que es posible. ¡Claro que es posible! Lógicamente, nos costará esfuerzo debido a que, como adultos, tenemos responsabilidades, preocupaciones, incertidumbres, etc. pero solo es necesario tener el propósito de conseguirlo.
Lejos de ser un compromiso, la Navidad es un tiempo de encuentro, de paz y de convivencia feliz con nuestra familia, nuestras amistades, etc. Debe suponer un tiempo de gozo y alegría, un momento para compartir sincera y relajadamente con las personas que nos rodean todo aquello que llevamos dentro (preocupaciones, alegrías, deseos). Busquemos la calma, el sosiego. Como nos aconseja el Papa Francisco “Les invito a detenerse ante el pesebre, porque allí nos habla la ternura de Dios. Allí se contempla la misericordia divina que se ha hecho carne, y que enternece nuestra mirada”. Parémonos y escuchemos nuestro corazón, solo así seremos capaces de realizar una escucha empática y comprensiva a las personas que nos rodean descubriendo aquello en lo que les podemos ayudar. De esta forma y sin darnos cuenta encontraremos muchos motivos para comprometernos y ponernos al servicio de los demás. Darnos a los demás sin esperar nada a cambio, ya sea con ayuda espiritual o material, con la única motivación de ver en la otra persona una sonrisa de confianza y ternura, nos produce gran satisfacción y nos hace sentir en paz y felices con nosotros mismos. ¡Qué plenitud sienten los niños cuando les dejamos hacer algo para ayudarnos!
Y en esos momentos de calma y oración meditemos sobre la Sagrada Familia que a través de su sencillez, humildad, entrega y compromiso nos recuerdan que la Navidad somos cada uno de nosotros cuando nos atrevemos a entregarnos a los demás con bondad, paciencia, alegría y generosidad.
Vivir la Navidad con corazón de niño, es todo un reto. ¿Lo intentamos? Sin lugar a duda merecerá la pena. ¡Abre tu corazón y vive la Navidad!
Desde hace unas semanas las calles de nuestra ciudad, los medios de comunicación, los centros escolares, etc. nos están indicando que la Navidad esta cerca y nos ponen en alerta para que lo tengamos todo preparado. Menús navideños, adornos para nuestros hogares, los mejores regalos para sorprender a grandes y pequeños y un sinfín de detalles para poder celebrar una “feliz Navidad”.
Que distinto es, por lo general, observar como prepara la Navidad un adulto y como la prepara un niño. La sencillez, naturalidad y espontaneidad de los niños les llevan a vivir estas semanas de Adviento con ilusión, alegría y esperanza incluso a pesar de estar viviendo situaciones complicadas. ¿Es posible que los adultos seamos capaces de preparar y vivir la Navidad con corazón de niño? Me preguntaba yo estos días. Puedo decir que he encontrado la respuesta en alguien muy cercano que sin darse cuenta me ha dado un gran ejemplo. A través de su oración, de saber mantener la calma, de ponerse al servicio de los demás, de escuchar, comprender y confiar me está demostrando que es posible. ¡Claro que es posible! Lógicamente, nos costará esfuerzo debido a que, como adultos, tenemos responsabilidades, preocupaciones, incertidumbres, etc. pero solo es necesario tener el propósito de conseguirlo.
Lejos de ser un compromiso, la Navidad es un tiempo de encuentro, de paz y de convivencia feliz con nuestra familia, nuestras amistades, etc. Debe suponer un tiempo de gozo y alegría, un momento para compartir sincera y relajadamente con las personas que nos rodean todo aquello que llevamos dentro (preocupaciones, alegrías, deseos). Busquemos la calma, el sosiego. Como nos aconseja el Papa Francisco “Les invito a detenerse ante el pesebre, porque allí nos habla la ternura de Dios. Allí se contempla la misericordia divina que se ha hecho carne, y que enternece nuestra mirada”. Parémonos y escuchemos nuestro corazón, solo así seremos capaces de realizar una escucha empática y comprensiva a las personas que nos rodean descubriendo aquello en lo que les podemos ayudar. De esta forma y sin darnos cuenta encontraremos muchos motivos para comprometernos y ponernos al servicio de los demás. Darnos a los demás sin esperar nada a cambio, ya sea con ayuda espiritual o material, con la única motivación de ver en la otra persona una sonrisa de confianza y ternura, nos produce gran satisfacción y nos hace sentir en paz y felices con nosotros mismos. ¡Qué plenitud sienten los niños cuando les dejamos hacer algo para ayudarnos!
Y en esos momentos de calma y oración meditemos sobre la Sagrada Familia que a través de su sencillez, humildad, entrega y compromiso nos recuerdan que la Navidad somos cada uno de nosotros cuando nos atrevemos a entregarnos a los demás con bondad, paciencia, alegría y generosidad.
Vivir la Navidad con corazón de niño, es todo un reto. ¿Lo intentamos? Sin lugar a duda merecerá la pena. ¡Abre tu corazón y vive la Navidad!
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