sábado, 30 de diciembre de 2017

Repasando el Catecismo

2212 El cuarto mandamiento ilumina las demás relaciones en la sociedad. En nuestros hermanos y hermanas vemos a los hijos de nuestros padres; en nuestros primos, los descendientes de nuestros antepasados; en nuestros conciudadanos, los hijos de nuestra patria; en los bautizados, los hijos de nuestra madre, la Iglesia; en toda persona humana, un hijo o una hija del que quiere ser llamado “Padre nuestro”. Así, nuestras relaciones con el prójimo se deben reconocer como pertenecientes al orden personal. El prójimo no es un “individuo” de la colectividad humana; es “alguien” que por sus orígenes, siempre “próximos” por una u otra razón, merece una atención y un respeto singulares.

2213 Las comunidades humanas están compuestas de personas. Gobernarlas bien no puede limitarse simplemente a garantizar los derechos y el cumplimiento de deberes, como tampoco a la sola fidelidad a los compromisos. Las justas relaciones entre patronos y empleados, gobernantes y ciudadanos, suponen la benevolencia natural conforme a la dignidad de personas humanas deseosas de justicia y fraternidad.

Navidad en Viella 2017


Puer natus


La poesía de la Navidad. Por Juan Manuel de Prada

Yo no soy teólogo, sino poeta y de los malos; pero creo que en Navidad hasta los malos poetas tenemos derecho a hacer un poco de teología, con el permiso de las tres o cuatro lectoras que todavía nos soportan. Y es que en estos días la teología se hace pura poesía; una poesía infinitamente más poderosa que toda la cochambre sentimentaloide y ternurista con que los mercaderes tratan de anegarnos.

No hay imagen poética más conmovedora y misteriosa que la de un Dios hecho hombre (¡hecho niño recién nacido!). Dice Santo Tomás que Dios habría podido redimir a los hombres de infinidad de maneras; pero de ninguna otra manera habría mostrado tanto amor a los hombres. ¿Por qué no consumar la Redención haciendo descender numeroso maná (o una copiosa nevada) sobre la Tierra? ¿Por qué no emitir ondas de Paz, o soplar un aire yodado de Fraternidad, al estilo espiritualista que tanto gusta a nuestra época? La idea de gestarse en el vientre de una mujer, para después hacerse niño y por fin hombre es infinitamente más vetusta y elemental, más “pretecnológica” (en especial para esta época hipertecnologizada, en la que todo se pierde en el ciberespacio). Es verdad que los griegos y los romanos ya habían visto a sus dioses pasearse por la Tierra, pero era siempre por motivos livianos: para pegarse un revolcón con tal o cual señora imponente o garrido mozo; para inclinar el signo de una batalla hacia uno u otro bando; para pegarse un atracón o pillarse una soberana cogorza... Y, además, dudo que aquellas efigies humanas que adoptaban pasajeramente los dioses del Olimpo fuesen algo más que trampantojos o ilusiones. Pero este Dios que se hace embrión en el vientre de una mujer y luego niño gimoteante en el pesebre se encarna “por amor al mundo”, según leemos en San Juan, y con un amor que San Pablo no duda en calificar de obsesivo, excesivo, loco. Aristóteles había escrito que no es posible el amor de Dios a los hombres, porque Dios está demasiado alto y el amor busca siempre iguales. A lo que San Agustín añade: “¡O los hace!”. Por loco amor estamos dispuestos a bajar hasta donde haga falta; y en este amor divino vemos el mayor abajamiento de todos: meterse en un pesebre helado, que es tanto como meterse en la boca del lobo. Es una aventura demasiado arriesgada la de este Dios enamorado, por hacerse igual a los hombres. Es una aventura que ya nada tiene que ver con la liviandad de los viejos dioses paganos.

Pero no es posible entender esta aventura sin fijarse en esa mujer que alumbra a Dios, no es posible hacerle un arrumaco a Dios sin pedir permiso a esa mujer. Quienes no se atreven a reconocerla como Madre de Dios no podrán nunca criar a Dios en su regazo, no podrán adentrarse en la poesía que se esconde al fondo de la teología. Esa mujer es la única puerta de acceso al vertiginoso misterio que hoy se celebra, el puente que certifica la unión amorosa de Dios con el mundo material. Por eso el arte más sublime y delicado se ha dedicado a imaginarla; y todo arte que no cuenta con ella acaba pudriéndose hasta degenerar en pintarrajo. Y esa mujer, por haber hecho trizas el “Non serviam” proclamándose “esclava del Señor”, es la mujer más odiada por aquella religión erótica profetizada por Chesterton, que a la vez que exalta la lujuria prohíbe la fecundidad; es la mujer más odiada (hasta el espumarajo y el retortijón de tripas) por cierto feminismo endemoniado, que odia la virginidad y odia la maternidad; es la mujer siempre perseguida por el dragón, hasta el fin de los tiempos. Porque la Navidad es también un salvaje y perpetuo combate, aunque los mercaderes del sentimentalismo y la clerigalla inane no quieran reconocerlo. Feliz y sacra Navidad a todos.

Publicado en ABC el 25 de diciembre de 2017.

Sagrada Familia: Jesús, María y José. Por Guillermo Juan Morado

En el domingo dentro de la Octava de la Natividad del Señor, la Iglesia celebra la Sagrada Familia: Jesús, María y José. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso vivir en el seno de una familia, que se convierte para nosotros en modelo perfecto de amor, de respeto mutuo y de paz. Al instituir esta fiesta, el papa León XIII quiso mostrar este modelo a toda la humanidad. Benedicto XV extendió a toda la Iglesia la Misa en honor de la Sagrada Familia.

La familia, basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es la célula básica de la sociedad y de la Iglesia. Está llamada a ser un ámbito de vivencia de la fe y del amor a Dios, que se manifestará en el amor de unos por otros.

Corresponde a los hijos honrar a los padres; especialmente cuando se hacen mayores: “Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza” (Eclo 312). Se trata de cumplir el cuarto mandamiento de la ley de Dios, ya que los padres, en cierto modo, son el reflejo humano de la paternidad divina. La piedad filial incluye la gratitud, ya que por ellos hemos nacido, y se expresa en el respeto, en la docilidad y, mientras uno no se ha emancipado, también en la obediencia.

San Pablo habla de una familia cristiana, presidida por el amor, “que es el vínculo de la unidad perfecta” (Col 3,14), y que ha de caracterizarse por la disposición al perdón, por la paz y por el agradecimiento. La referencia a Cristo transforma las relaciones familiares y sociales, valorando el mutuo respeto y la reciprocidad de los deberes: del esposo hacia la esposa, de la esposa hacia el esposo, de los hijos hacia los padres y de los padres hacia los hijos.

El nuevo comportamiento cristiano de los miembros de la familia deriva, en última instancia, de lo que ella es: una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo.





San Lucas señala que “el niño iba creciendo, lleno de sabiduría” (Lc 2,40). Esta sabiduría le permite saber en cada momento qué hacer según la voluntad de Dios. Después de la presentación de Jesús en el templo, la Sagrada Familia retorna a Nazaret. Allí discurren los años de la vida oculta del Señor; los años en los que Jesús compartió la condición de la inmensa mayoría de los hombres.

Todo ese tiempo lo pasó sometido a sus padres (cf Lc 2,51). La sumisión de Jesús a su padre legal y a su madre expresa de manera visible su obediencia filial al Padre: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42). La voluntad humana de Jesús quiere lo que Dios quiere, porque la plena libertad se identifica con la plena obediencia a Dios.

Jesús crece, como suelen crecer todos los niños, en el seno de una familia. Sin dejar de ser Dios, se hizo verdaderamente hombre. Se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. En el templo, Dios mismo nos presenta a su Hijo. Y presentándonos a Jesús, nos está mostrando a la vez quién es el hombre. Jesús revela el hombre al propio hombre. En la familia de Jesús, Dios nos manifiesta también lo que la familia está llamada a ser: una imagen de la Trinidad en la tierra.

Felicitación


sábado, 23 de diciembre de 2017

Repasando el Catecismo

2211 La comunidad política tiene el deber de honrar a la familia, asistirla y asegurarle especialmente:

— la libertad de fundar un hogar, de tener hijos y de educarlos de acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas;

— la protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de la institución familiar;

— la libertad de profesar su fe, transmitirla, educar a sus hijos en ella, con los medios y las instituciones necesarios;

— el derecho a la propiedad privada, a la libertad de iniciativa, a tener un trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar;

— conforme a las instituciones del país, el derecho a la atención médica, a la asistencia de las personas de edad, a los subsidios familiares;

— la protección de la seguridad y la higiene, especialmente por lo que se refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc.;

— la libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así representadas ante las autoridades civiles (cf FC 46).

Nuestra Estrella


Nace el Amor


Vivir la Navidad con corazón de niño

Escribe María Milans del Bosch Ramos, 
Doctora en Pedagogía

Desde hace unas semanas las calles de nuestra ciudad, los medios de comunicación, los centros escolares, etc. nos están indicando que la Navidad esta cerca y nos ponen en alerta para que lo tengamos todo preparado. Menús navideños, adornos para nuestros hogares, los mejores regalos para sorprender a grandes y pequeños y un sinfín de detalles para poder celebrar una “feliz Navidad”.

Que distinto es, por lo general, observar como prepara la Navidad un adulto y como la prepara un niño. La sencillez, naturalidad y espontaneidad de los niños les llevan a vivir estas semanas de Adviento con ilusión, alegría y esperanza incluso a pesar de estar viviendo situaciones complicadas. ¿Es posible que los adultos seamos capaces de preparar y vivir la Navidad con corazón de niño? Me preguntaba yo estos días. Puedo decir que he encontrado la respuesta en alguien muy cercano que sin darse cuenta me ha dado un gran ejemplo. A través de su oración, de saber mantener la calma, de ponerse al servicio de los demás, de escuchar, comprender y confiar me está demostrando que es posible. ¡Claro que es posible! Lógicamente, nos costará esfuerzo debido a que, como adultos, tenemos responsabilidades, preocupaciones, incertidumbres, etc. pero solo es necesario tener el propósito de conseguirlo.
Lejos de ser un compromiso, la Navidad es un tiempo de encuentro, de paz y de convivencia feliz con nuestra familia, nuestras amistades, etc. Debe suponer un tiempo de gozo y alegría, un momento para compartir sincera y relajadamente con las personas que nos rodean todo aquello que llevamos dentro (preocupaciones, alegrías, deseos). Busquemos la calma, el sosiego. Como nos aconseja el Papa Francisco “Les invito a detenerse ante el pesebre, porque allí nos habla la ternura de Dios. Allí se contempla la misericordia divina que se ha hecho carne, y que enternece nuestra mirada”. Parémonos y escuchemos nuestro corazón, solo así seremos capaces de realizar una escucha empática y comprensiva a las personas que nos rodean descubriendo aquello en lo que les podemos ayudar. De esta forma y sin darnos cuenta encontraremos muchos motivos para comprometernos y ponernos al servicio de los demás. Darnos a los demás sin esperar nada a cambio, ya sea con ayuda espiritual o material, con la única motivación de ver en la otra persona una sonrisa de confianza y ternura, nos produce gran satisfacción y nos hace sentir en paz y felices con nosotros mismos. ¡Qué plenitud sienten los niños cuando les dejamos hacer algo para ayudarnos!
Y en esos momentos de calma y oración meditemos sobre la Sagrada Familia que a través de su sencillez, humildad, entrega y compromiso nos recuerdan que la Navidad somos cada uno de nosotros cuando nos atrevemos a entregarnos a los demás con bondad, paciencia, alegría y generosidad.
Vivir la Navidad con corazón de niño, es todo un reto. ¿Lo intentamos? Sin lugar a duda merecerá la pena. ¡Abre tu corazón y vive la Navidad!

Jesús. Por José Igancio Munilla Aguirre

En estos últimos meses estoy impartiendo un curso sobre el Evangelio de San Juan en nuestro Instituto de Ciencias Religiosas de San Sebastián. 

En la medida en que vamos avanzando en la lectura y reflexión de los veintiún capítulos de este «Cuarto Evangelio», me voy convenciendo de que el núcleo del Evangelio de Juan lo encontramos sintetizado en uno de los versículos de su prólogo:  «Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre» (Jn 1, 11-12).

A la luz de este texto evangélico podemos preguntarnos dónde se encuentra el quid del misterio de la Navidad: ¿En la unión familiar? ¿En la apertura a la ternura y a la compasión como sentimientos que nos humanizan? ¿En la solidaridad para con los desheredados de la tierra? ¿En el compromiso con la construcción de la paz?... Obviamente todos estos valores son importantísimos; pero, aun así, no constituyen por sí mismos la esencia de la Navidad. El corazón de la Navidad es el encuentro de Dios con el hombre, en la persona de Jesús de Nazaret. Y, por ello, dos mil años después, el reto de la Navidad sigue siendo el de «recibir» a Jesús: acogerlo en la fe, amarle –y no solo admirarle– y disponernos a la transformación del mundo, desde la esperanza fundada en su presencia entre nosotros. Insisto, el corazón de la Navidad no se halla en sus numerosos valores morales y espirituales, sino en la iniciativa del amor de Dios que sale a nuestro encuentro en Jesús, al que estamos llamados a «acoger» en la fe, esperanza y caridad.

Benedicto XVI formuló de manera magistral, al inicio de su encíclica «Deus caritas est» (Dios es amor), lo que yo torpemente intento expresar: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.» En efecto, la reducción de la propuesta evangélica a una mera exhortación ética, es algo que San Agustín calificaba como el «horrendo veneno del cristianismo»; que en sus tiempos se presentaba bajo el paraguas del voluntarismo pelagiano, y que en nuestros días se suele traducir en un puro pragmatismo. Pero, en el fondo, el pragmatismo actual no es más que una reedición de la herejía pelagiana del siglo V: la fe en Jesús queda relegada a algo secundario, y el cristianismo es valorado exclusivamente en la medida en que coopera en los retos comunes de la transformación del mundo.

El versículo del prólogo del Evangelio de Juan, al que me estoy refiriendo –«Vino a su casa, y los suyos no le recibieron»– no es una mención aislada, sino que viene acompañado de otros muchos pasajes evangélicos en los que se expresa el dramático dilema entre la acogida o el rechazo a la persona de Jesús (en el lenguaje bíblico la indiferencia es equiparada al rechazo). El Evangelio de Lucas, por su parte, lo relata así: «No había sitio para ellos en la posada» (Lc 2, 7). La gran paradoja es que no haya sitio en el mundo para el Salvador del mundo: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8, 20). De forma muy gráfica, Jesús nació fuera de «la ciudad» y murió fuera de las murallas («Jesús murió fuera de la puerta» Hb 13, 12). Es sumamente elocuente que María tuviese que colocar a su hijo en un «pesebre», lugar reservado para alimentar a los animales. Este detalle fue el que inspiró a San Francisco de Asís a integrar al buey y al asno, como parte de los personajes del belén; visualizando de esta forma, la profecía de Isaías, en la que abordaba, una vez más, el misterio del rechazo hacia el enviado de Dios: «El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; sin embargo, Israel no me conoce, mi pueblo no comprende» (Is 1, 3). Por muy bella que parezca esta expresión literaria, en ella se nos dirige un severo reproche por motivo de nuestra insensibilidad ante los dones de Dios. Expresa una recriminación en la que se sugiere que somos más burros que los burros.

¿Cómo explicar este «rechazo» tan reseñado en los evangelios, y que obviamente, continúa hasta nuestros días? ¿Cómo entender nuestra tendencia a «morder la mano que nos quiere dar de comer»? Acaso a nosotros nos ocurra algo similar a esos animales heridos que atacan a quien se acerca a socorrerles, porque no son capaces de distinguir entre quien les ha herido y quien quiere curarles. Acaso una parte de la explicación la podamos encontrar en nuestra falta de confianza, generada por una acumulación de decepciones, que dificultan, en gran medida, la fe en la gratuidad del amor de Dios.

Por cierto, tuve ocasión de asistir recientemente al estreno de una bellísima película animada que se está proyectando estas Navidades: «Se armó el Belén». Es fácil reconocer en el personaje principal del film, un burrito llamado «Bo», el retrato de una humanidad herida, que en medio de sus sufrimientos, sueña con ser rescatada; pero a la que le cuesta descubrir y reconocer que Jesús es el cumplimiento de su anhelo de libertad y plenitud. Me parece a mí que ese burrito nos retrata a todos de forma magistral.

lunes, 11 de diciembre de 2017

Repasando el Catecismo

II. La familia y la sociedad
2207 La familia es la célula original de la vida social. Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad.

2208 La familia debe vivir de manera que sus miembros aprendan el cuidado y la responsabilidad respecto de los pequeños y mayores, de los enfermos o disminuidos, y de los pobres. Numerosas son las familias que en ciertos momentos no se hallan en condiciones de prestar esta ayuda. Corresponde entonces a otras personas, a otras familias, y subsidiariamente a la sociedad, proveer a sus necesidades. “La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo” (St 1, 27).

2209 La familia debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales apropiadas. Cuando las familias no son capaces de realizar sus funciones, los otros cuerpos sociales tienen el deber de ayudarlas y de sostener la institución familiar. En conformidad con el principio de subsidiariedad, las comunidades más numerosas deben abstenerse de privar a las familias de sus propios derechos y de inmiscuirse en sus vidas.

2210 La importancia de la familia para la vida y el bienestar de la sociedad (cf GS 47, 1) entraña una responsabilidad particular de ésta en el apoyo y fortalecimiento del matrimonio y de la familia. La autoridad civil ha de considerar como deber grave “el reconocimiento de la auténtica naturaleza del matrimonio y de la familia, protegerla y fomentarla, asegurar la moralidad pública y favorecer la prosperidad doméstica” (GS 52, 2).

Belén Parroquial 2017


Ven Señor


Tiempo de Adviento, para preparar la venida del Señor

Escribe José Luis González Vázquez, Delegado episcopal de Liturgia

Se inicia un nuevo año litúrgico y se inicia con el Adviento. Tiempo que se regala a la Comunidad Cristiana para que se prepare a la venida del Señor; no sólo en Navidad, también para la última, la que tendrá lugar al final de la historia cuando todos seamos juzgados en clave de amor y el amor de Cristo resucitado purifique todo lo creado para volver a Dios. 

Entre una y otra queda la personal, la que el Salvador de los hombres desea hacer al propio corazón, a nuestra intimidad, de ahí la conveniencia de prepararle un hogar acogedor. Durante el tiempo de Adviento la misma liturgia nos va ayudando a vivir cada instante en gozosa espera. El Dios de Abraham, Isaac y Jacob lleva a cabo sus promesas haciéndose historia, tomando de lo que es nuestro: nuestra humanidad.

Tiempo corto en días, ciertamente, pero intenso por una palabra que nos brinda la oportunidad de descubrirnos mirados, amados, recreados por quien hace nuevas todas las cosas: Cristo-Jesús.
Todos los que a lo largo de la historia de la salvación han entablado una verdadera relación de amistad con él, han descubierto que lo fundamental consiste en “dejarse mirar, dejarse amar”, porque el Padre desea amar en nosotros lo que ama en su Hijo Jesús. 

Ciertamente, saboreando el “misterio” que encierra este tiempo, se descubre lo que el gran poeta latino Virgilio afirmó “todo lo vence el amor”; “demos paso al amor”, siguiendo las huellas de María que acogiendo la mirada tierna del Creador hizo posible que sus entrañas floreciesen para que de ella naciera el Hijo de Dios.

La Constitución y los Derechos Humanos. Por Pedro Trevijano

Este 6 de Diciembre celebramos el aniversario de la Constitución, el 8 la Inmaculada, Patrona de España, y el día 10 el aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU que como señala nuestra propia Constitución en su artículo 10 & 2 es su fuente de inspiración, pues dice: «Las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución reconoce se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos».

Desde el punto de vista cristiano, la Declaración Universal fue declarada por Pablo VI con motivo de su vigésimo aniversario de precioso documento e ideal para la comunidad humana. Personalmente pienso que el mandamiento fundamental del cristiano es, según nos dijo Jesucristo, el del amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos (Mt 22,34-40; Mc 12,28-31; Lc 10,25-28), pero el mandamiento del amor al prójimo supone como condición previa el respeto al otro, es decir al otro y sus derechos. No puedo decir que amo al otro, si no le respeto en sus derechos. Esta Declaración, además, nos permite tener ideas claras en muchos aspectos, posibilitándonos detectar las doctrinas antidemocráticas y totalitarias siendo como es un criterio de verdad.

Los horribles crímenes nazis hicieron posible, al terminar la Segunda Guerra Mundial el consenso sobre cuáles era los derechos humanos, inherentes a la dignidad humana, y que todos, incluido el Estado, deben respetar. Pero no se logró el consenso sobre cuál es su fundamento, porque mientras para los creyentes éste no es otro sino Dios y la Ley Natural. Los no creyentes, en cambio, no aceptan la existencia de Dios, ni los conceptos de naturaleza humana y de verdad moral, por lo que su construcción moral está edificada sobre arenas movedizas que no pueden resistir a los vientos de la moda o de los caprichos de los poderosos de turno. Y esta ausencia de conciencia clara del «por qué» de los derechos humanos ha terminado afectando al «qué» de estos derechos, y así se intenta engatusar a la opinión pública con «nuevos» derechos humanos, en multitud de casos en abierta contradicción con los derechos humanos de la Declaración Universal.

Por ello Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica «Sacramentum Caritatis» nº 83 nos recuerda que hay «valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables». En el momento actual las leyes de ideología de género intentan en España y otros países excluir e impedir otras visiones del ser humano, poniendo en peligro libertades fundamentales como las que cita Benedicto XVI, así como la libertad religiosa e ideológica, las de conciencia, opinión, prensa, cátedra y hasta el libre ejercicio de la Medicina y de la Ciencia, invadiendo competencias propias de la sociedad civil y de la familia, siendo además todos ellos valores constitucionales. Y es que, «si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» (Juan Pablo II, Encíclicas Centesimus annus nº 46 y Veritatis splendor nº 101). Con las leyes de ideología de género es la propia democracia la que está en peligro. Nunca se me olvidará mi propio asombro, cuando leyendo la encíclica Mit brennender Sorge, de Pío XI, descubrí que en el terreno educativo nazis y laicistas defendían exactamente lo mismo.

Pero no quiero terminar sin una nota de optimismo: recuerdo una anécdota que se cuenta tanto de san Juan XXIII como de santa Teresa de Calcuta: ante personas que se quejaban de lo mal y podrido que está el mundo, ambos tuvieron la misma respuesta: «Tiene Vd. razón, pero vamos a hacer una cosa. Vd. y yo vamos a ser dos personas decentes. Así habrá dos sinvergüenzas menos». Y es que el cambio y la mejora del mundo, tienen que empezar por mi propio cambio y mejora.

Otra novedad


lunes, 4 de diciembre de 2017

Repasando el Catecismo

La familia cristiana

2204. “La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso [...] puede y debe decirse Iglesia doméstica” (FC 21, cf LG 11). Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento (cf Ef 5, 21-6, 4; Col 3, 18-21; 1 P 3, 1-7).

2205 La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.

2206 Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La familia es una comunidad privilegiada llamada a realizar un propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres en la educación de los hijos (cf. GS 52).

sábado, 2 de diciembre de 2017

Empezamos




¡La vida es un sueño!. Por Raniero Cantalamessa

Este modo de hablar de Jesús sobreentiende una visión bien precisa del mundo: el tiempo presente es como una larga noche; la vida que llevamos se parece a un sueño; la actividad frenética que en ella desarrollamos es, en realidad, un soñar. Un escritor español del siglo XVII, Calderón de la Barca, escribió un famoso drama sobre el tema: La vida es sueño. 

Del sueño nuestra vida refleja sobre todo la brevedad. El sueño ocurre fuera del tiempo. En el sueño las cosas no duran como en la realidad. Situaciones que requerirían días y semanas, en el sueño suceden en pocos minutos. Es una imagen de nuestra vida: llegados a la vejez, se mira atrás y se tiene la impresión de que todo no ha sido más que un soplo.

Otra característica del sueño es la irrealidad o vanidad. Uno puede soñar que está en un banquete y come y bebe hasta la saciedad; se despierta y se vuelve a tener hambre. Un pobre, una noche, sueña que se ha hecho rico: exulta en el sueño, se pavonea, hasta desprecia a su propio padre, fingiendo no reconocerle, pero se despierta y ¡se encuentra nuevamente pobre como era antes! Así sucede también cuando se sale del sueño de esta vida. Uno ha sido aquí abajo ricachón, pero he aquí que muere y se ve exactamente en la situación de aquel pobre que se despierta tras haber soñado que era rico. ¿Qué le queda de todas sus riquezas si no las ha empleado bien? Las manos vacías.

Hay una característica del sueño que no se aplica a la vida, la ausencia de responsabilidad. Puedes haber matado o robado en sueños; te despiertas y no hay rastro de culpa; tu certificado de antecedentes penales está sin mancha. No así en la vida; bien lo sabemos. Lo que uno hace en la vida deja huella, ¡y qué huella! Está escrito de hecho que «Dios dará a cada cual según sus obras» (Romanos 2,6).

En el plano físico hay sustancias que «inducen» y ayudan a conciliar el sueño; se llaman somníferos y son bien conocidos por una generación como la nuestra, enferma de insomnio. También en el plano moral existe un terrible somnífero. Se llama hábito. El hábito es como un vampiro. El vampiro -al menos según cuanto se cree- ataca a las personas que duermen y, mientras les chupa la sangre, a la vez les inyecta una sustancia soporífera que hace experimentar aún más dulce el dormir, de modo que el desafortunado se hunde cada vez más en el sueño y el vampiro le puede chupar toda la sangre que quiera. También el hábito en el vicio adormece la conciencia, por lo que uno ya no siente ni siquiera remordimiento; cree estar muy bien y no se percata de que está muriendo espiritualmente.

La única salvación, cuando este «vampiro» se te ha pegado encima, es que llegue algo de improviso para despertarte del sueño. Esto es lo que se determina a hacer con nosotros la palabra de Dios con esos gritos de despertar que nos hace oír tan frecuentemente en Adviento: «¡Velad!». Concluimos con una palabra de Jesús que nos abre el corazón a la confianza y a la esperanza: «Dichosos los siervos que el señor al venir encuentre despiertos; yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá» (Lucas 12,37).

Estreno de misa inédita en honor a la Virgen

3 de Diciembre de 2017. 18:00 horas. Basílica de Covadonga 

La “Misa en honor a la Virgen de Covadonga” se estrenará el domingo, 3 de diciembre, a las 18 horas en la Basílica de Covadonga. Su estreno se enmarca dentro de los actos conmemorativos del Centenario de la Coronación Canónica de la Santina, y el Año Jubilar Mariano de Covadonga 2018.

La música está compuesta por Guillermo Martínez, con textos de José Antonio Olivar.

En el estreno, participarán:

Tina Gutiérrez Lobo, soprano.

Escolanía de Covadonga.

Jorge Vega Laria, maestro de coro.

Jose M. Fdez. “Guti”, gaitero.

Zorina Valeria, violín.

Ensemble Ars Mundi.

Yuri Nasushkin Labovsky, director.

Y con la apreciadísima colaboración de María Teresa Álvarez y Ana Francisco Martinez.