sábado, 1 de abril de 2017

Un perfil cristiano. Por Josep Miró i Ardèvol

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(forum libertas) ¿Cómo se reconoce alguien como cristiano? En el seguimiento de Jesucristo, sus palabras y su obrar y el sentido de pertenencia al Pueblo de Dios, en su Iglesia. Un conjunto de criterios o exigencias nos indican, en su examen diario, si nuestra ruta es la buena.

El seguimiento de Jesucristo sólo es posible conociéndolo, y esto pide la lectura, meditación y plegaria diaria de los evangelios, del Nuevo Testamento.

La pertenencia se verifica en la participación eclesial, la Asamblea del Pueblo de Dios y sus sacramentos, el de la confesión y reconciliación, que prepara para el centro de la vida de la fe, la eucaristía, el sentido de comunión con él y todos los hermanos. Hay que preocuparse de entender y meditar su sentido y alcance, antes de descartarlos o subjetivarlos frívolamente.

El seguimiento de su último mandato (Mt. 28-19-20), aquel que pide salir de nuestro espacio de comodidad e ir a hacer de discípulos suyo, enseñándoles a hacer todo “lo que yo os he mandado”. Es la misión, la evangelización. Sin misión personal, el cristianismo de cada cual no se verifica.

La perfección de las virtudes cristianas. Las virtudes son las prácticas buenas. Unas, comunes a todos. Otras, las específicas porque son solicitadas por nuestra condición personal: cristiano, padre o madre, hijo, médico, taxista, ciudadano, etc. son las grandes olvidadas de nuestro tiempo. Sin virtudes nada del que se propone está al alcance.

Siete son las virtudes cristianas definidas por la enseñanza de la Iglesia y son las básicas. De ellas se despliegan otras: las teologales: fe, esperanza y caridad; el amor de donación. Y las cardinales: prudencia, fortaleza, justicia y templanza. Entre ellas, la prudencia, que significa la capacidad para discernir el mejor camino para lo que se quiere lograr, es la determinante porque lo condiciona todo. De ellas se desprenden otras, patentes en la lectura del Nuevo Testamento y también muy evidentes en los Salmos. Son: la paciencia -el amor necesariamente tiene que ser paciente- la piedad en relación a Dios, su culto, la paz y la alegría que acompañan la vida del cristiano, la longanimidad, una palabra infrecuente que designa la entereza y la constancia ante la adversidad. La benignidad y la mansuetud, aquellas virtudes que hacen posible ser amable y bienintencionado, tranquilo y apacible. La modestia ligada a la humildad, la fidelidad, el control de las pasiones, del dinero, poder, sexo, las pasiones del hedonismo. El cristiano anda la senda de la austeridad. De manera natural cada cual tiene facilidad para unas prácticas virtuosas y dificultad para otras. El camino de la perfección es el trabajo diario para mejorar unas y lograr las otras.

Finalmente, dos otros criterios resultan esenciales. Uno es el del discernimiento porque nuestro actuar contribuya al plan de Dios. El otro es asegurarse que todo acto, mediato o inmediato, esté dirigido a lograr el bien.

El cristianismo es la vía de la excelencia humana, que tiene una referencia en Jesucristo, y la comparación con nuestras condiciones de salida de nosotros mismos. Se progresa en ella guiados por el examen de conciencia, la relación con Dios y el consejo espiritual.

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