Una corona de adviento se encuentra al lado del altar de la capilla de Nuestra Señora de la Merced, en el centro penitenciario. Es una corona hecha por los internos. Laurel y tomillo rodean las cuatro velas de colores que vamos encendiendo estas semanas de adviento. Y con este encendido progresivo, se van encendiendo también los deseos de recibir a Jesús: recordar su nacimiento y avivar su llegada definitiva y total a nuestras vidas y corazones.
La palabra Adviento, “venida, llegada” nos habla de un principio, la llegada en carne de nuestro Dios, Jesús nuestro Salvador, y de un final, esa segunda venida del Señor para concluir la historia de salvación y comenzar esa época definitiva en la que Dios será todo en todos. Entre esas dos venidas se desarrolla el tiempo de la Iglesia, ese tiempo nuestro. El Señor vino, viene y vendrá.
Las expresiones de esperanza que se repiten en este tiempo en la liturgia son la mejor expresión de la alegría que debe asomar en nuestras vidas ante la novedad de un Dios que se hace como uno de nosotros para mostrarnos una vida nueva, una esperanza sin retorno, una justicia duradera, una libertad sin límites, una humanidad nueva. Por eso se hizo como nosotros. Nos lo recuerda San Gregorio Nacianceno, obispo del siglo IV, cuando en el contexto de una controversia dice “Lo que no ha sido asumido no ha sido curado” (Ep. 101, 32: SC 208, 50).
Estos días, en las celebraciones, son comunes las oraciones espontáneas donde se expresan esos deseos de cambio, de libertad, de justicia. Un Dios que ha estado preso como ellos, injustamente tratado, vejado en su humanidad, humillado y que desde esa misma realidad comunica deseos de esperanza y una vida más justa. Una libertad que empieza por uno mismo, liberándonos de todo aquello que nos oprime y esclaviza: el odio, el rencor, las drogas, el alcohol, el juego, la enfermedad.
Dios se abaja y se encarna no de cualquier modo. Dios se encarna en los últimos y entre los últimos. Porque si no, ¿quién hubiera dado esperanza a los pobres, a los últimos? Así, en ese Jesús, se pueden mirar los últimos y sentirse identificados, salvados.
Por eso, seguiremos encendiendo nuestras velas de adviento, a la espera de que venga a nuestras vidas.
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