Gratiasagens, Eucharistomen. Fueron éstas las palabras con las que el Papa Emérito Benedicto XVI recordó ayer su sesenta y cinco aniversario de vida sacerdotal. Son las palabras que nos interpelan en cada Eucaristía, cuando el sacerdote, in persona Christi Capitis, realiza en el altar la acción misma del Señor: la obra de la redención en el sacrificio único de la cruz. Él mismo nos había dicho en otra ocasión que: “El hecho de que el Sacramento del altar haya asumido el nombre de «Eucaristía» —«acción de gracias»— expresa precisamente esto: que la conversión de la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo es fruto de la entrega que Cristo hizo de sí mismo” (Corpus Christi 2011). El sacerdote, pues, representa al Señor llevando a efecto lo que él, por sí mismo, no podría realizar. No es más que “un simple y humilde trabajador en la viña del Señor” (Benedicto XVI, 19 de Abril de 2005). Un servidor invitado a imitar lo que administra (Cf. PO 13, § 3) y a vivir en “acción de gracias”.
Eucharistomen, pues, nos indica a Cristo mismo y a él debe conducirse todo sacerdote en el ejercicio del ministerio a él confiado. Eco hacen aquí las palabras de San Benito en su Regla: nihil amori Christi praeponere, “no anteponer nada al amor de Cristo”, que el Papa Benedicto en más de una ocasión hizo referencia. En efecto, es el amor del Señor el que anima el servicio sacerdotal. Debe fiarse todo él a este fundamento único que sostiene realmente la existencia humana. Benedicto XVI con una vida al servicio de Dios y de la Iglesia ha dado testimonio cierto de un Eucharistomen constante, acción de gracias que no cesa, ya que, en la medida de sus posibilidades, sigue sirviendo al rebaño del Señor, esta vez de un modo silencioso, de la fuerza que transforma al mundo: la oración.
Un 29 de junio de 1951 Joseph Ratzinger se ordena sacerdote. No podemos negar que estos 65 años de sacerdocio, de servicio a la Iglesia, han sido los años que han dado vida a un sacerdocio santo que se ha cultivado con el tiempo, un sacerdote que ha mostrado un amor por la Iglesia, a través de una entrega especialmente en su trabajo teológico que no ha sido innovador, la teología comprendida en su esencia y sin caricaturas, sino que en coherencia con las enseñanzas de la Iglesia y una predicación totalmente unida a su lema episcopal “Cooperatores veritatis”. Primero como teólogo y profesor, luego como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, como Sumo Pontífice y hoy a través de una vida totalmente dedicada a la oración. Enseñándonos, que el permanecer en la Iglesia es fruto de una respuesta que solo se puede comprender por la fe, que no se puede alcanzar ni superar, es decir, que se comprende por un “fiat” en el “Logos”. No dejaron de sorprender cada uno de sus actos que no eran más que la manifestación de lo que conduce su vida: el cristianismo... Cada uno de sus actos, especialmente como obispo de Roma, nos han mostrado al verdadero hombre que hay detrás del Papa alemán: un incansable buscador y cooperador de la verdad.
Especialmente hoy, no podemos dejar de agradecer a Dios por haber donado a la Iglesia al Santo Padre, Benedicto XVI y tampoco podemos dejar de agradecerle a él por su testimonio, por enseñarnos que barca de la Iglesia, no es nuestra, que es del Señor quien no deja que se hunda; que Él es quien la conduce y que quien cree nunca más está solo.
Este es el efecto Ratzinger, la maduración de una reflexión teológica, que va despertando interés por ser cooperadores de la Verdad en más y más personas en el mundo, por su sencillez y oratoria extraordinaria que logró transmitir a la Iglesia y el mundo, enseñanzas que sobre todo las nuevas generaciones que han recibido con una gran lucidez y han sido un impulso para seguir el camino del incansable cooperador de la Verdad. ¡Gracias Santo padre!
Eucharistomen, pues, nos indica a Cristo mismo y a él debe conducirse todo sacerdote en el ejercicio del ministerio a él confiado. Eco hacen aquí las palabras de San Benito en su Regla: nihil amori Christi praeponere, “no anteponer nada al amor de Cristo”, que el Papa Benedicto en más de una ocasión hizo referencia. En efecto, es el amor del Señor el que anima el servicio sacerdotal. Debe fiarse todo él a este fundamento único que sostiene realmente la existencia humana. Benedicto XVI con una vida al servicio de Dios y de la Iglesia ha dado testimonio cierto de un Eucharistomen constante, acción de gracias que no cesa, ya que, en la medida de sus posibilidades, sigue sirviendo al rebaño del Señor, esta vez de un modo silencioso, de la fuerza que transforma al mundo: la oración.
Un 29 de junio de 1951 Joseph Ratzinger se ordena sacerdote. No podemos negar que estos 65 años de sacerdocio, de servicio a la Iglesia, han sido los años que han dado vida a un sacerdocio santo que se ha cultivado con el tiempo, un sacerdote que ha mostrado un amor por la Iglesia, a través de una entrega especialmente en su trabajo teológico que no ha sido innovador, la teología comprendida en su esencia y sin caricaturas, sino que en coherencia con las enseñanzas de la Iglesia y una predicación totalmente unida a su lema episcopal “Cooperatores veritatis”. Primero como teólogo y profesor, luego como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, como Sumo Pontífice y hoy a través de una vida totalmente dedicada a la oración. Enseñándonos, que el permanecer en la Iglesia es fruto de una respuesta que solo se puede comprender por la fe, que no se puede alcanzar ni superar, es decir, que se comprende por un “fiat” en el “Logos”. No dejaron de sorprender cada uno de sus actos que no eran más que la manifestación de lo que conduce su vida: el cristianismo... Cada uno de sus actos, especialmente como obispo de Roma, nos han mostrado al verdadero hombre que hay detrás del Papa alemán: un incansable buscador y cooperador de la verdad.
Especialmente hoy, no podemos dejar de agradecer a Dios por haber donado a la Iglesia al Santo Padre, Benedicto XVI y tampoco podemos dejar de agradecerle a él por su testimonio, por enseñarnos que barca de la Iglesia, no es nuestra, que es del Señor quien no deja que se hunda; que Él es quien la conduce y que quien cree nunca más está solo.
Este es el efecto Ratzinger, la maduración de una reflexión teológica, que va despertando interés por ser cooperadores de la Verdad en más y más personas en el mundo, por su sencillez y oratoria extraordinaria que logró transmitir a la Iglesia y el mundo, enseñanzas que sobre todo las nuevas generaciones que han recibido con una gran lucidez y han sido un impulso para seguir el camino del incansable cooperador de la Verdad. ¡Gracias Santo padre!
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