domingo, 31 de diciembre de 2023
Feliz Navidad por la puerta de atrás. Reflexión de nuestro Párroco D. Joaquín Manuel Serrano Vila
"La pregunta del millón" tantas veces repetida en estas fechas es: ¿Cómo pudo llegar el Mesías y no enterarse tantísimos como lo esperaban?... Tal vez pensaron que haría una entrada triunfal y apoteósica cuando en verdad llegó sin hacer ningún ruido. Esto nos pasa a menudo; construimos una idea predeterminada y luego cuando llega la hora de la verdad no tiene nada que ver lo uno con lo otro. Así fue la llegada de nuestro Salvador, que como ha dicho estos días el obispo de Orihuela-Alicante entró en nuestro mundo por la puerta del servicio. Esta realidad la conocen casi todos cuando en casas importantes, negocios o restaurantes, dependiendo de si eres el que paga o el que sirve, el rico o el pobre, el esperado o el no, te indican que puerta de acceso deberás usar.
Jesucristo al venir a nosotros, ya con su nacimiento rompió todos los esquemas naciendo sin posada ni lujos, sino en una pobre gruta con animales. Así se cumplió la profecía de Isaías que algunos supieron ver en aquel alumbramiento: "El buey conoce a su amo, | y el asno el pesebre de su dueño; | Israel no me conoce, | mi pueblo no comprende». ¡Ay, gente pecadora, | pueblo cargado de culpas, | raza malvada, | hijos corrompidos! | Han abandonado al Señor, | han despreciado al santo de Israel, | le han vuelto la espalda" (Is 1, 3-4). Esto mismo ocurre hoy; nuestro mundo le da la espalda, no le espera, no le abre la puerta de su hogar, sino que buscamos otros mesías menos exigentes que no nos interpelen sobre preguntas esenciales que obliguen a implicarnos y complicarnos en el arduo camino de la santidad.
La cita la sabemos de memoria: "vino a los suyos y los suyos no le recibieron", pero eso no es argumento para que yo no le reciba, no le espere, o no le abra mi corazón anhelando que un día oiga de su propia voz: "bendita tú, bendito tú, que sí me diste posada en tu alma, y no abandonaste ningún domingo, ni pasaste de largo cuando me viste en el que sufre"... En estos días de Navidad brota la generosidad de forma espontánea; ojalá el espíritu navideño nos durara todo el año en cuanto a la alegría, la caridad y la facilidad para estrechar la mano de la gente y generar empatía, incluso con la persona más opuesta a mi forma de pensar. El Señor se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, y es que nos hace mucho bien descubrir que la felicidad no lo da el tener mucho, sino el necesitar poco y poder compartir viviendo ligeros de cargas terrenas.
En esta Navidad tampoco puede faltar un recuerdo para la figura de San Francisco se Asís, al cumplirse 800 años de aquel primer belén viviente que él mismo organizó con los frailes que le acompañaban en la localidad italiana de Greccio. Allí el Poverello, que regresaba a pie de Roma hacia Asís de haberse entrevistado con el Papa, tuvo esta feliz ocurrencia al contemplar que a las afueras de aquel pueblo italiano del valle de Rieti había unas cuevas naturales en la roca. San Francisco había estado poco antes en Tierra Santa donde quedó cautivado por la gruta de Belén, que debía ser muy parecida. El Santo propuso llenar la cueva con hierba y animales y celebrar allí la "misa del gallo" en lugar de la iglesia del pueblo. Todos los habitantes del pueblo incluido el párroco aceptaron su propuesta, pues San Francisco les había librado de una plaga de lobos que atemorizaba la localidad, por lo que aunque no gustara del todo la idea de celebrar una misa en pleno invierno en la montaña italiana se sentían en deuda con Francisco. El santo quería que aquel gesto ayudará a contemplar la pobreza, el frío y la vulnerabilidad humana entre la que nació el rey de reyes.
También hoy nosotros necesitamos vaciar la Navidad de tantos aditivos que han deformado su verdadero sentido, mensaje y significado. Hoy en la tierra nace Dios, que se abaja para elevarnos a nosotros y darnos la vida, para librarnos del pecado y hacernos partícipes de su gloria que los ángeles aquella noche cantaron. Feliz y Santa Navidad; ¡sí!, no "felices fiestas" que hay muchas y eso se puede decir en otras ocasiones. Los católicos en estos días decimos sin contaminaciones ni pudores extraños: ¡Feliz Navidad!.
Navidad y proximidad. Por Guillermo Juan Morado
La Navidad celebra lo que, en el lenguaje de la fe, se llama el misterio de la encarnación. El Niño que nace en Belén es el Logos, el Verbo de Dios, el Hijo de Dios hecho hombre. El cristianismo piensa a Dios en la paradoja, en la aparente contradicción, de una alteridad que no equivale a una distancia imposible de colmar. Dios es Otro, no una proyección del yo, pero no está lejos, sino que se da, se acerca y se aproxima al hombre. Como escribe Joseph Ratzinger la “fusión” de divinidad y humanidad “ha sido posible porque Dios ha descendido en Cristo, ha asumido él mismo los límites del ser humano, los ha padecido y, en el amor infinito del crucificado, ha abierto de par en par la puerta de lo infinito”.
La encarnación no es una idea filosófica, sino un acontecimiento histórico. Con Jesús, Dios irrumpe en la historia para que nosotros podamos establecer un contacto con él. La peculiaridad del cristianismo radica en que Dios se desvela como realidad que interpela al hombre, como misterio de amor que ofrece al hombre la posibilidad del encuentro con él para hacer florecer la propia vida: “Dios quiere ser amado, no sufrido”, comenta el teólogo Sequeri. Los signos de la proximidad de Dios que Jesús inaugura en Belén son signos de liberación del mal, de un amor que es inseparable de la justicia. La proximidad de Dios no exonera de la búsqueda de la justicia, sino que reclama la conversión del corazón.
El cristianismo es una religión que instituye la proximidad del hombre con el hombre a la misma altura de la proximidad de Dios con el hombre. El amor a Dios y el amor al hombre constituyen un único amor: “cada decisión sobre la proximidad es una decisión que toca inextricablemente la intimidad de Dios y el destino del hombre”, añade Sequeri. La encarnación hace próximo a Dios en la humanidad de su Hijo. Encontramos aquí un fundamento cargado de implicaciones éticas, que generan historia y que se comprometen en el crecimiento de lo humano, ya que el amor a Dios se expresa y se realiza en el amor al otro, en el espacio de una existencia colaborativa. Es preciso, pues, unir la obediencia a la proximidad de Dios con las obras de la proximidad del hombre.
En el fondo, el humanismo de la cultura occidental no podría ser comprendido si la dignidad personal de cada uno y el vínculo social no fuesen reconducidos al mensaje evangélico de la proximidad de Dios y a los efectos de unión entre los hombres que crea ese mensaje.
Para no dejarnos cautivar por el secuestro individualista de la dignidad personal, por la explosión posmoderna del narcisismo y por la reducción del vínculo social a pura negociación, es bueno que nos deseemos mutuamente una feliz Navidad.
Homilía del Papa Francisco en la Misa de medianoche en la Solemnidad de la Natividad del Señor
«Un censo en todo el mundo» (Lc 2,1). Este es el contexto en el que nació Jesús y en el que se detiene el Evangelio. Podría haberlo mencionado rápidamente, en cambio habla de ello con precisión. Y así pone de manifiesto un gran contraste: mientras el emperador contabiliza los habitantes del mundo, Dios entra en él casi a escondidas; mientras el que manda intenta convertirse en uno de los grandes de la historia, el Rey de la historia elige el camino de la pequeñez. Ninguno de los poderosos se percata de Él, sólo algunos pastores, relegados a los márgenes de la vida social.
Pero el censo revela aún más. En la Biblia no dejaba un buen recuerdo. El rey David, cediendo a la tentación de los grandes números y a una malsana pretensión de autosuficiencia, había cometido un pecado grave, haciendo precisamente el censo del pueblo. Quería conocer su fuerza y al cabo de un poco más de nueve meses obtuvo el número de los que eran aptos para empuñar la espada (cf. 2 Sam 24,1-9). El Señor, indignado, asoló al pueblo con una desgracia. En esta noche, en cambio, después de nueve meses en el vientre de María nace Jesús, el “Hijo de David”, en Belén, la ciudad de David, y no castiga por el censo, sino que se deja contabilizar humildemente. No vemos un dios iracundo que castiga, sino al Dios misericordioso que se encarna, que entra débil en el mundo, precedido del anuncio: «en la tierra, paz a los hombres» (Lc 2,14). Y nuestro corazón esta noche está en Belén, donde el Príncipe de la Paz sigue siendo rechazado por la lógica perdedora de la guerra, con el rugir de las armas que también hoy le impiden encontrar una posada en el mundo (cf. Lc 2,7).
El censo de toda la tierra, en definitiva, manifiesta, por una parte, la trama demasiado humana que atraviesa la historia: la de un mundo que busca el poder y la fuerza, la fama y la gloria, donde todo se mide con los éxitos y los resultados, con las cifras y los números. Es la obsesión del beneficio.
Pero, al mismo tiempo, en el censo se destaca el camino de Jesús, que viene a buscarnos a través de la encarnación. No es el dios del beneficio, sino el Dios de la encarnación. No combate las injusticias desde lo alto con la fuerza, sino desde abajo con el amor; no irrumpe con un poder sin límites, sino que desciende a nuestros límites; no evita nuestras fragilidades, sino que las asume.
Hermanos y hermanas, esta noche podemos preguntarnos: nosotros, ¿en qué Dios creemos? ¿En el Dios de la encarnación o en el del beneficio? Sí, porque existe el riesgo de vivir la Navidad con una idea pagana de Dios, como si fuera un amo poderoso que está en el cielo; un dios que se alía con el poder, con el éxito mundano y con la idolatría del consumismo. Vuelve siempre la imagen falsa de un dios distante e irritable, que se porta bien con los buenos y se enoja con los malos; de un dios hecho a nuestra imagen, útil solamente para resolvernos los problemas y para quitarnos los males. Él, en cambio, no usa la varita mágica, no es el dios comercial del “todo y ahora mismo”; no nos salva pulsando un botón, sino que se acerca para cambiar la realidad desde dentro. Y, sin embargo, ¡qué arraigada está en nosotros la idea mundana de un dios alejado y controlador, rígido y poderoso, que ayuda a los suyos a imponerse sobre los demás! Pero no es así, Él ha nacido para todos, durante el censo de toda la tierra.
Miremos, por tanto, al «Dios vivo y verdadero» (1 Ts 1,9); a Él, que está más allá de todo cálculo humano y, sin embargo, se deja censar por nuestros cómputos; a Él, que revoluciona la historia habitándola; a Él, que nos respeta hasta el punto de permitirnos rechazarlo; a Él, que borra el pecado cargándolo sobre sí, que no quita el dolor, sino que lo transforma; que no elimina los problemas de nuestra vida, sino que da a nuestras vidas una esperanza más grande que los problemas. Desea tanto abrazar nuestra existencia que, siendo infinito, por nosotros se hace finito; siendo grande, se hace pequeño; siendo justo, vive nuestras injusticias. Este es el asombro de la Navidad: no una mezcla de afectos melosos y de consuelos mundanos, sino la inaudita ternura de Dios que salva el mundo encarnándose. Miremos al Niño, miremos su cuna, contemplemos el pesebre, que los ángeles llaman la «señal» (Lc 2,12). Es, en efecto, el signo que revela el rostro de Dios, que es compasión y misericordia, omnipotente siempre y sólo en el amor.
Hermanas, hermanos, asombrémonos porque «se hizo carne» (Jn 1,14). Carne: palabra que evoca nuestra fragilidad y que el Evangelio utiliza para decirnos que Dios ha entrado plenamente en nuestra condición humana. ¿Por qué llegó a tanto? Porque le interesa todo de nosotros, porque nos ama hasta el punto de considerarnos más valiosos que cualquier otra cosa. Hermano, hermana, para Dios, que ha cambiado la historia durante el censo, tú no eres un número, sino un rostro; tu nombre está escrito en su corazón. Pero tú, mirando a tu corazón, a tu rendimiento que no es suficiente, al mundo que juzga y no perdona, quizás vivas mal esta Navidad, pensando que no estás a la altura, albergando un sentimiento de fracaso y de insatisfacción por tus fragilidades, por tus caídas y tus problemas. Pero hoy, por favor, deja la iniciativa a Jesús, que te dice: “Por ti me hice carne, por ti me hice como tú”. ¿Por qué permaneces en la prisión de tus tristezas? Como los pastores, que dejaron sus rebaños, deja el recinto de tus melancolías y abraza la ternura del Dios Niño. Sin máscaras y sin corazas encomiéndale a Él tus afanes y Él te sostendrá (cf. Sal 55,23). Él, que se hizo carne, no espera de ti tus resultados exitosos, sino tu corazón abierto y confiado. Y tú en Él redescubrirás quién eres: un hijo amado de Dios, una hija amada de Dios. Ahora puedes creerlo, porque esta noche el Señor vino a la luz para iluminar tu vida y sus ojos brillan de amor por ti.
Sí, Cristo no mira los números, sino los rostros. Pero, entre las tantas cosas y las locas carreras de un mundo siempre ocupado e indiferente, ¿quién lo mira a Él? En Belén, mientras mucha gente, llevada por la euforia del censo, iba y venía, llenaba los albergues y las posadas hablando de todo un poco, sólo algunos estuvieron cerca de Jesús: María y José, los pastores, y luego los magos. Aprendamos de ellos. Permanecen con la mirada fija en Jesús, con el corazón dirigido hacia Él. No hablan, sino adoran.
La adoración es el camino para acoger la encarnación. Porque es en el silencio que Jesús, Palabra del Padre, se hace carne en nuestras vidas. Comportémonos también nosotros como en Belén, que significa “casa del pan”. Estemos ante Él, Pan de vida. Redescubramos la adoración, porque adorar no es perder el tiempo, sino permitirle a Dios que habite en nuestro tiempo. Es hacer que florezca en nosotros la semilla de la encarnación, es colaborar con la obra del Señor, que como fermento cambia el mundo. Es interceder, reparar, permitirle a Dios que enderece la historia. Un gran narrador de aventuras épicas escribió a su hijo: «Pongo delante de ti lo que hay en la tierra digno de ser amado: el Bendito Sacramento. En él hallarás el romance, la gloria, el honor, la fidelidad y el verdadero camino a todo lo que ames en la tierra» (J.R.R. TOLKIEN, Carta 43, marzo 1941).
Esta noche el amor cambia la historia. Haz que creamos, oh Señor, en el poder de tu amor, tan distinto del poder del mundo. Haz que, como María, José, los pastores y los magos, nos reunamos en torno a Ti para adorarte. Haciéndonos Tú más semejantes a Ti, podremos testimoniar al mundo la belleza de tu rostro.
El Niño Jesús traerá la paz: ¡Feliz Navidad!
(C.E.E.) La Navidad es el tiempo en el que la Iglesia celebra que Dios se hace hombre. Los cristianos celebramos su humilde nacimiento en Belén, anunciado a los pastores. Nace un niño que se presenta como signo de luz y paz en medio de la oscuridad de la violencia y de la guerra. Este niño nacido pobre en Belén traerá la paz. Jesús es nuestra paz y la fuente de nuestra alegría. Él es nuestra esperanza, como dice el Evangelio. En este mundo de hoy azotado por las guerras: Él será el Salvador.
La OICEE ha preparado un ''especial Navidad'' que se puede visitar en la sección «Creemos» de la web, con diversas secciones: comentarios a las lecturas del domingo; Orar en familia; significado del tiempo litúrgico de Navidad y la Misa del gallo; historia del Belén y películas y canciones para esta Navidad.
Os traemos la mejor de las noticias:
Jesús ha nacido. ¡Anunciemos la buena nueva a todas las naciones!
Homilía inédita de Benedicto XVI pronunciada el 22 de diciembre de 2013
Queridos amigos:
Junto a María, Madre del Señor, y a san Juan Bautista, hoy la liturgia nos presenta una tercera figura, que casi incorpora el Adviento: san José. Meditando el texto evangélico podemos ver, me parece, tres elementos constitutivos de esta visión.
El primero y decisivo es que San José es llamado «hombre justo». Esta es para el Antiguo Testamento la caracterización máxima de quien vive verdaderamente según la palabra de Dios, de quien vive la alianza con Dios.
Para entenderlo bien, debemos pensar en la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
El acto fundamental del cristiano es el encuentro con Jesús, en Jesús con la Palabra de Dios, que es Persona. Al encontrarnos con Jesús nos encontramos con la verdad, con el amor de Dios, y así la relación de amistad se convierte en amor, crece nuestra comunión con Dios, somos verdaderamente creyentes y nos convertimos en santos.
El acto fundamental en el Antiguo Testamento es diferente, porque Cristo era todavía algo futuro y, por tanto, en el mejor de los casos se iba al encuentro de Cristo, pero no era todavía un verdadero encuentro como tal. La palabra de Dios en el Antiguo Testamento tiene básicamente la forma de la ley – «Torá». Dios guía, ese es el significado, Dios nos muestra el camino. Es un camino de educación que forma al hombre según Dios y le capacita para el encuentro con Cristo. En este sentido, esta rectitud, este vivir según la ley es un camino hacia Cristo, una prolongación hacia Él; pero el acto fundamental es la observancia de la Torá, de la ley, y ser así «un hombre justo».
San José es de nuevo un justo ejemplar del Antiguo Testamento.
Pero aquí hay un peligro y al mismo tiempo una promesa, una puerta abierta.
El peligro aparece en las discusiones de Jesús con los fariseos y, sobre todo, en las cartas de San Pablo. El peligro consiste en que si la palabra de Dios es fundamentalmente ley, debe ser vista como una suma de prescripciones y prohibiciones, un paquete de normas, y la actitud debe ser, por tanto, observar las normas y por tanto ser correcto. Pero si la religión es así, no es más que eso, no nace una relación personal con Dios, y el hombre permanece en sí mismo, busca perfeccionarse, ser perfecto. Pero esto da lugar a la amargura, como vemos en el segundo hijo de la parábola del hijo pródigo, que, habiéndolo observado todo, al final se amarga e incluso tiene un poco de envidia de su hermano que, como él piensa, ha tenido vida en abundancia. Este es el peligro: la mera observancia de la ley se vuelve impersonal, solo un hacer, el hombre se vuelve duro e incluso amargado. Al final no puede amar a este Dios, que se presenta solamente con reglas y a veces incluso con amenazas. Este es el peligro.
La promesa, en cambio, es: podemos ver también estas prescripciones, no solo como un código, un paquete de reglas, sino como una expresión de la voluntad de Dios, en la que Dios me habla, yo hablo con Él. Entrando en esta ley entro en diálogo con Dios, conozco el rostro de Dios, empiezo a ver a Dios, y así estoy en camino hacia la palabra de Dios en persona, hacia Cristo. Y un verdadero justo como san José es así: para él la ley no es simplemente la observancia de unas normas, sino que se presenta como una palabra de amor, una invitación al diálogo, y la vida según la palabra es entrar en este diálogo y encontrar detrás de las normas y en las normas el amor de Dios, comprender que todas estas normas no sirven por sí mismas, sino que son normas de amor, sirven para que crezca en mí el amor. Así se comprende que, finalmente, toda ley es solo amor a Dios y al prójimo. Una vez que se ha encontrado esto, se ha observado toda la ley. Si uno vive en este diálogo con Dios, un diálogo de amor en el que busca el rostro de Dios, en el que busca el amor y hace comprender que todo lo dicta el amor está en camino hacia Cristo, es un verdadero justo. San José es un verdadero justo, por eso en él el Antiguo Testamento se convierte en Nuevo, porque en las palabras busca a Dios, a la persona, busca su amor, y toda observancia es vida en el amor.
Lo vemos en el ejemplo que nos ofrece este Evangelio. San José, comprometido con María, descubre que espera un hijo. Podemos imaginarnos su decepción: conocía a esta muchacha y la profundidad de su relación con Dios, su belleza interior, la extraordinaria pureza de su corazón; veía brillar en ella el amor de Dios y el amor a su palabra, a su verdad, y ahora se encuentra gravemente decepcionado. ¿Qué hacer? He aquí que la ley ofrece dos posibilidades, en las que aparecen dos caminos, el peligroso, el fatal, y el de la promesa. Puede demandar ante el tribunal y así exponer a María a la vergüenza, destruirla como persona. Puede hacerlo en privado con una carta de separación. Y san José, un hombre verdaderamente justo, aunque sufrió mucho, llega a la decisión de tomar este camino, que es un camino de amor en la justicia, de justicia en el amor, y san Mateo nos dice que luchó consigo mismo, en sí mismo con la palabra. En esta lucha, en este camino para comprender la verdadera voluntad de Dios, ha encontrado la unidad entre el amor y la regla, entre la justicia y el amor, y así, en su camino hacia Jesús, está abierto a la aparición del ángel, abierto a que Dios le dé a conocer que se trata de una obra del Espíritu Santo.
San Hilario de Poitiers, en el siglo IV, una vez, tratando del temor de Dios, dijo al final: «Todo nuestro temor está puesto en el amor», es solo un aspecto, un matiz del amor. Así que podemos decir aquí para nosotros: toda la ley está puesta en el amor, es una expresión del amor y debe cumplirse entrando en la lógica del amor. Y aquí hay que tener en cuenta que, incluso para nosotros los cristianos, existe la misma tentación, el mismo peligro que existía en el Antiguo Testamento: incluso un cristiano puede llegar a una actitud en la que la religión cristiana sea vista como un paquete de reglas, prohibiciones y normas positivas, de prescripciones. Se puede llegar a la idea de que solo se trata de cumplir prescripciones impersonales y así perfeccionarse, pero de este modo se vacía el fondo personal de la palabra de Dios y se llega a una cierta amargura y dureza del corazón. En la historia de la Iglesia vemos esto en el jansenismo. También nosotros conocemos este peligro, también nosotros sabemos personalmente que debemos superar siempre de nuevo este peligro y encontrar a la Persona y, en el amor a la Persona, el camino de la vida y la alegría de la fe. Ser justos es encontrar este camino, y por eso también nosotros estamos siempre de nuevo en camino del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento en la búsqueda de la Persona, del rostro de Dios en Cristo. Esto es precisamente el Adviento: salir de la pura norma hacia el encuentro del amor, salir del Antiguo Testamento, que se convierte en Nuevo.
Este es, pues, el primer y fundamental elemento de la figura de San José, tal como aparece en el Evangelio de hoy. Ahora, dos comentarios muy breves sobre el segundo y el tercer elemento.
El segundo: ve al ángel en sueños y escucha su mensaje. Esto supone una sensibilidad interior hacia Dios, una capacidad de percibir la voz de Dios, un don de discernimiento, que le hace capaz de discernir entre los sueños que son sueños y un verdadero encuentro con Dios. Solo porque san José estaba ya en camino hacia la Persona del Verbo, hacia el Señor, hacia el Salvador, pudo discernir; Dios pudo hablarle y él comprendió: esto no es un sueño, es la verdad, es la aparición de su ángel. Y así pudo discernir y decidir.
También es importante para nosotros esta sensibilidad a Dios, esta capacidad de percibir que Dios me habla, y esta capacidad de discernir. Por supuesto, Dios no nos habla normalmente como habló a través del ángel a José, pero también tiene sus modos de hablarnos. Son gestos de la ternura de Dios, que debemos percibir para encontrar alegría y consuelo, son palabras de invitación, de amor, incluso de petición en el encuentro con personas que sufren, que necesitan mi palabra o mi gesto concreto, una acción. Aquí hay que ser sensible, conocer la voz de Dios, comprender que ahora Dios me habla y responder.
Y así llegamos al tercer punto: la respuesta de San José a la palabra del ángel es la fe y luego la obediencia, que se cumple. Fe: comprendió que era realmente la voz de Dios, que no era un sueño. La fe se convierte en un fundamento sobre el que actuar, sobre el que vivir, es reconocer que es la voz de Dios, el imperativo del amor, que me guía por el camino de la vida, y luego hacer la voluntad de Dios. San José no era un soñador, aunque el sueño fue la puerta por la que Dios entró en su vida. Era un hombre práctico y sobrio, un hombre de decisión, capaz de organizarse. No fue fácil -creo- encontrar en Belén, porque no había sitio en las casas, el establo como lugar discreto y protegido y, a pesar de la pobreza, digno para el nacimiento del Salvador. Organizar la huida a Egipto, encontrar un lugar donde dormir cada día, vivir durante mucho tiempo: todo ello exigía un hombre práctico, con sentido de la acción, con capacidad para responder a los desafíos, para encontrar formas de sobrevivir. Y luego, a su regreso, la decisión de volver a Nazaret, de fundar aquí la patria del Hijo de Dios, muestra también que era un hombre práctico, que como carpintero vivía y hacía posible la vida cotidiana.
Así, san José nos invita, por una parte, a este camino interior en la Palabra de Dios, a estar cada vez más cerca de la persona del Señor, pero al mismo tiempo nos invita a una vida sobria, al trabajo, al servicio cotidiano para cumplir con nuestro deber en el gran mosaico de la historia.
Demos gracias a Dios por la hermosa figura de San José. Oremos: «Señor ayúdanos a abrirnos a Ti, a encontrar cada vez más tu rostro, a Amarte, a encontrar el amor en la norma, a enraizarnos, a realizarnos en el amor. Ábrenos al don del discernimiento, a la capacidad de escucharte y a la sobriedad de vivir según tu voluntad y en nuestra vocación». Amén.
Ocho siglos de pasión belenista
(Iglesia de Asturias) Este año se celebra el ochocientos aniversario de la tradición de colocar el Belén que empezó allá por el 1223. Con este motivo el próximo viernes día 29 de diciembre, la iglesia del Monasterio de las Clarisas acogerá una mesa redonda, a las 18.30 h, en la que estarán presentes Eulalia Nacimiento, presidenta de la Asociación Belenista de Oviedo, Plácida Novoa, presidenta de la Asociación Belenista de Gijón y José Manuel Valle, presidente de la Asociación Belenista Asturiana. Este coloquio se enmarca dentro de las actividades de la VIII Ruta de los Belenes de Villaviciosa y estará moderado por la periodista y escritora, María Teresa Álvarez. Antes de este encuentro, José Manuel Valle nos ha contado detalles sobre está afición belenista que une a un gran número de personas.
Los belenes no pasan de moda y es además algo que a muchos traen recuerdos importantes.
Sí, el Belén siempre permanece y yo mismo precisamente si soy belenista es ya por algo que viene de mi infancia. En aquel entonces veía como mi padre hacía el Belén en casa y quedé prendado de aquello. Para mí hoy en día es una pasión.
Que además se alarga durante todo el año.
Desde luego, en pleno verano, en agosto, ya estamos haciendo Belenes, y según se aproxima la Navidad ya no tienes tiempo para nada. Es un trabajo que se lleva a cabo durante mucho tiempo y podemos encontrar un Belén en todos los rincones, sobre todo en los grandes núcleos de población como Oviedo, Gijón, Avilés o Villaviciosa que es donde hay más. Por eso hay que ver todos los que podamos, por ejemplo en El Franco hay uno en movimiento que es espectacular.
¿Cómo se hacen estos Belenes que son auténticas obras de arte?
La figura por regla general se compra, hay algún belenista que es modelador de figuras, pero son excepcionales. Se adquieren a escultores de primera línea. Lo que sí es labor de los belenistas es la escenografía.
¿Por eso nos encontramos con belenes con detalles muy típicos de cada zona?
Son los llamados belenes regionalistas en los que en cada lugar se intenta adaptar el nacimiento al paisaje del lugar. Por eso en Asturias es muy habitual que aparezcan hórreos, palomares, gallineros… detalles típicamente asturianos.
¿Es posible saber cuántos belenistas hay en Asturias?
Sí tenemos el número de asociaciones federadas en la nacional que son la Asociación Belenista Asturiana, de Oviedo, la de Gijón; pero luego hay hay cantidad de asociaciones que no tiene ese único fin pero que dentro de las actividades que organizan siempre reservan su tiempo para dedicarlo a la elaboración del belén. Y luego por supuesto las parroquias que participan muchísimo.
¿Cómo se sienten cuando se ve su labor? Por ejemplo con los niños que con tanta afición los visitan.
En ellos está una afición que hay que fomentar para que el día de mañana haya belenistas y belenes. Hay que intentar emocionarles y que lo vivan. Ahora que tengo nietos, a los hijos a lo mejor no les dejé tanto, pero a ellos sí que me gusta animarles a hacer algo cuando estoy poniendo el belén. Siempre les dijo «os voy a dejar colocar los ratones cerca del portal» y ellos ya están esperando ese momento con ilusión. Pero no solo los niños, nos gustaría que la gente se animase a formar parte y no pedimos grandes compromisos, sino que se vaya uniendo y participando.
¿España es destacada en el ámbito belenista?
España e Italia están a la cabeza, pero también es cierto que no nos podemos creer el ombligo del mundo. Existen los congresos internacionales que se celebran cada cuatro años, este fue en Sevilla, y yo he acudido a cinco de los seis que se celebraron en los últimos 24 y he visto que si ves los belenes que se hacen en Alemania, la República Checa o Austria, toda Centroeuropa, son espectaculares. Para ser sede de este congreso hay peticiones incluso de Brasil o Argentina. Hay verdadera pasión por el belén y en cada lugar con sus características. Tienen el belén regionalista, pero luego también tienen belenes muy propios de la zona. Por ejemplo en la República Checa o Alemania hay mucha tradición del belén de papel recortable, que puede llegar a tener muchos metros cuadrados. En Austria también hay muchos belenes de tipo napolitano o incluso en el museo de Munich toda una planta está dedicada a este tipo de belenes donde puedes pasarte horas para ver todos los detalles. De hecho, en la actualidad hay un gran turismo relacionado con la visita a los belenes.
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