«Todos estamos llamados a ser santos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada sólo para quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicarse exclusivamente a la oración. Pero no es así. Alguno piensa que la santidad es cerrar los ojos y poner cara de santito. ¡No! No es esto la santidad. La santidad es algo más grande, más profundo que nos da Dios. Es más, estamos llamados a ser santos precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día. Y cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el que se encuentra. ¿Tú eres consagrado, eres consagrada? Sé santo viviendo con alegría tu entrega y tu ministerio. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un bautizado no casado? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo y ofreciendo el tiempo al servicio de los hermanos. “Pero, padre, yo trabajo en una fábrica; yo trabajo como contable, siempre con los números, y allí no se puede ser santo…”. —“Sí, se puede. Allí donde trabajas, tú puedes ser santo. Dios te da la gracia para llegar a ser santo. Dios se comunica contigo”. Siempre, en todo lugar se puede llegar a ser santo, es decir, podemos abrirnos a esta gracia que actúa dentro de nosotros y nos conduce a la santidad» (Francisco, 19 de noviembre de 2014).
Con esta firme convicción el Papa Francisco, en el segundo año de su pontificado, nos recordaba a todos en qué consiste esta vocación universal a ser santos y cómo podemos realizarla. Cuatro años más tarde, concretamente el 19 de marzo de 2018, regaló a la Iglesia la magnífica exhortación apostólica Gaudete et exsultate, sobre la llamada a la santidad en el mundo actual, texto magisterial imprescindible para quienes en este siglo XXI aceptamos el reto de una vida santa según la propuesta del Evangelio de las Bienaventuranzas, que «van muy a contracorriente con respecto a lo que es costumbre, a lo que se hace en la sociedad» (n. 65).
Cuando el mundo nos lleva hacia otro estilo de vida con falsas promesas de una felicidad inmediata y sin coste alguno; cuando la llamada posverdad manipula las creencias y emociones más nobles y hace de la mentira estandarte que ondea con desfachatez ante la impotencia de muchos; cuando la insensatez, el narcisismo y la mediocridad nos impiden mirar al hermano; cuando el odio y el sinsentido sesgan vidas inocentes, precisamente ahora, estamos llamados a vivir la santidad, Y es posible por la gracia del Espíritu Santo que nos invade con toda su potencia y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo.
No nos dejemos engañar. La santidad es para todos. Allí donde estés tú puedes ser santo. Dios te da la gracia para llegar a ser santo. Dios se comunica contigo.
En el documento de síntesis del Sínodo que se acaba de publicar leemos: «En el centro de formación está la profundización del kerygma, es decir, el encuentro con Jesucristo que nos ofrece el don de una nueva vida. La lógica catecumenal nos recuerda que todos somos pecadores llamados a la santidad. Por esto nos comprometemos en caminos de conversión que el sacramento de la Reconciliación lleva a cumplimiento y alimentamos el deseo de santidad, sostenidos por un gran número de testigos».
Es el mensaje del Amor de Dios siempre presente. Esto celebramos cada primero de noviembre al recordar a Todos los Santos, una fiesta importantísima que nos recuerda, en primera persona: “¡tú también estás llamado a ser santo!”.
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