(Infovaticana) El 7 de octubre de 1571 se llevó a cabo la Batalla de Lepanto, en la cual los cristianos vencieron a los turcos, contra todo pronóstico. En juego estaba occidente y el cristianismo y es por ello por lo que El Papa San Pío V pidió a los cristianos rezar el rosario por la flota. Confiaron en la ayuda de Dios a través de la intercesión de la Santísima Virgen y lograron la victoria. Días más tarde, llegaron los mensajeros con la noticia oficial del triunfo cristiano. Como muestra de agradecimiento, Pío V instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias el 7 de octubre. Un año más tarde, Gregorio XIII cambió el nombre de la fiesta por el de Nuestra Señora del Rosario y determinó que se celebrase el primer domingo de Octubre (día en que se había ganado la batalla).
Sin embargo, el Santo Rosario en la forma y método de que hoy nos servimos en su recitación fue inspirado a la Iglesia en 1214 por la Santísima Virgen que lo dio a Santo Domingo para convertir a los herejes albigenses y a los pecadores. Ocurrió de la forma siguiente, según lo cuenta el Beato Alano de Rupe en su famoso libro titulado De Dignitate Psalterii (de la dignidad del Salterio de María). Viendo Santo Domingo que los crímenes de los hombres obstaculizaban la conversión de los albigenses, entró en un bosque próximo a Tolosa y permaneció allí tres días y tres noches dedicado a la penitencia y a la oración continua. La Santísima Virgen se le apareció y le dijo: «¿Sabes, querido Domingo, de qué arma se ha valido la Santísima Trinidad para reformar el mundo?» ¡Oh Señora, tú lo sabes mejor que yo, respondió el; porque después de Jesucristo, Tu Hijo, Tú fuiste el principal instrumento de nuestra salvación!
Pues sabe, añadió Ella, que la principal pieza de batalla ha sido el salterio angélico (El Rosario), que es el fundamento del Nuevo Testamento. Por ello, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, predica mi salterio. Inflamado de celo por la salvación de aquellas gentes, entró en la catedral. Al momento sonaron las campanas para reunir a los habitantes, gracias a la intervención de los ángeles. Al comenzar él su predicación, se desencadenó una terrible tormenta, tembló la tierra, se oscureció el sol, truenos y relámpagos repetidos hicieron temblar y palidecer a los oyentes. El terror de estos aumentó cuando vieron que una imagen de la Santísima Virgen expuesta en un lugar prominente, levantaba por tres veces los brazos al cielo para pedir a Dios venganza contra ellos si no se convertían y recurrían a la protección de la Santa Madre de Dios.
Quería el cielo con estos prodigios promover esta nueva devoción del Santo Rosario y hacer que se la conociera más. Gracias a la oración de Santo Domingo, se calmó finalmente la tormenta. Prosiguió él su predicación, explicando con tanto fervor y entusiasmo la excelencia del Santo Rosario, que casi todos los habitantes de Tolosa lo aceptaron, renunciaron a sus errores. En poco tiempo se experimentó un gran cambio de vida y de costumbres en la ciudad.
En el año 1475 el fraile Dominico francés, Alano de Rupe, conocido actualmente como el beato Alano, puso por escrito los acontecimientos milagrosos de que había sido protagonista unos años antes: especialmente lo que la Virgen había prometido «a todos los que recen devotamente mi Rosario».
El Rosario se mantuvo como la oración predilecta durante casi dos siglos. Cuando la devoción empezó a disminuir, la Virgen se apareció a Alano de Rupe y le dijo que reviviera dicha devoción. La Virgen le dijo también que se necesitarían volúmenes inmensos para registrar todos los milagros logrados por medio del Rosario y reiteró las promesas dadas a Santo Domingo referentes al Rosario.
Las 15 promesas de Nuestra Señora, Reina del Rosario, tomadas de los escritos del Beato Alano:
1. Quien rece constantemente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.
2. Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.
3. El Rosario es el escudo contra el infierno, destruye el vicio, libra de los pecados y abate las herejías.
4. El Rosario hace germinar las virtudes para que las almas consigan la misericordia divina. Sustituye en el corazón de los hombres el amor del mundo con el amor de Dios y los eleva a desear las cosas celestiales y eternas.
5. El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.
6. El que con devoción rece mi Rosario, considerando sus sagrados misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá de muerte desgraciada, se convertirá si es pecador, perseverará en gracia si es justo y, en todo caso será admitido a la vida eterna.
7. Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos.
8. Todos los que rezan mi Rosario tendrán en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia y serán partícipes de los méritos bienaventurados.
9. Libraré bien pronto del Purgatorio a las almas devotas a mi Rosario.
10. Los hijos de mi Rosario gozarán en el cielo de una gloria singular.
11. Todo cuanto se pida por medio del Rosario se alcanzará prontamente.
12. Socorreré en sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.
13. He solicitado a mi Hijo la gracia de que todos los cofrades y devotos tengan en vida y en muerte como hermanos a todos los bienaventurados de la corte celestial.
14. Los que rezan Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.
15. La devoción al Santo rosario es una señal manifiesta de predestinación de gloria.
Tras «entregar» las quince promesas, la Virgen se despidió de Alano pidiéndole un gesto de obediencia: «Predica cuanto has visto y oído. Y no temas, porque yo estaré siempre contigo y con todos los devotos de mi Rosario. Castigaré a los que se opongan a ti.
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