(Iglesia de Asturias) Las fiestas de San Mateo, de la Perdonanza o del Jubileo de la Santa Cruz han supuesto todo un acontecimiento para la ciudad desde hace siglos
Durante una semana Oviedo vive unas fiestas que, cada vez más, traspasan sus propias fronteras. Si el tiempo lo permite, la fiesta se vive en la calle, entre espectáculos gratuitos y buen ambiente. Son las fiestas de San Mateo. Una celebración antiquísima que responde a una tradición de más de diez siglos, y que además proviene de unos privilegios otorgados en su momento por considerarse la ciudad como el relicario de las Cruces de Oviedo, lugar muy frecuentado de peregrinación, al custodiar unas reliquias tan especiales.
La fiestas de la Perdonanza, o celebración del Jubileo, eran ya todo un acontecimiento en la vida de la ciudad en el siglo XVI. Según el sacerdote y canónigo de la Catedral José María Hevia, ya en documentos del año 1537 «se habla de procesión solemne por las calles con el obispo vestido de pontifical portando la santa Bula, de tapices colgando de los balcones, y de antorchas luciendo noche y día en la Catedral. Ya entonces se mostraba el Santo Sudario a los fieles y se rezaban maitines a media noche siguiendo una antigua tradición».
Algún tiempo más tarde, concretamente en el año 1639, se proclamaba a Santa Eulalia patrona de la ciudad y de la diócesis de Oviedo, y se situaba en el 7 de septiembre una fiesta en su honor, llamada la “fiesta de la traslación”, que curiosamente se encontraba muy cercana a las fiestas del Jubileo de la Santa Cruz o de la Perdonanza. Durante muchos años, en el mes de septiembre, se celebraron fiestas en honor a Santa Eulalia, fiestas mayormente profanas, que con el tiempo se vieron desplazadas por las fiestas de San Mateo, que suponen el final del Jubileo y que son las que han llegado a nuestros días.
¿Cuál es el origen del Jubileo?
Según explica el propio José María Hevia, la palabra jubileo tiene una raíz hebrea y otra latina. “En la Biblia el término hebreo es yobel, que significa el cuerno del cordero usado como instrumento sonoro que servía para anunciar el año excepcional dedicado a Dios. El término latino, por su parte, es iubilum, que inicialmente expresaba los gritos de alegría de los pastores y después simplemente alegría, gozo y alabanza”.
La unión de ambos conceptos se produjo al traducir San Jerónimo, a finales del siglo IV y principios del V, la Biblia del hebreo al latín. Él tradujo la palabra hebrea yobel por la latina iubileus, de forma que a ese significado de año excepcional dedicado a Dios se le unía el concepto de alegría.
Más adelante, en la Edad Media, la palabra jubileo se aplicó a la indulgencia que el Papa concedía cada determinado período de tiempo, por lo que terminó indicando “año de conversión, de perdón, de gracia”.
Volviendo a Oviedo, se sabe que ya el rey Alfonso II el Casto, una vez dispuesta la Cámara Santa, obtuvo del Papa indulgencias para todos aquellos que visitaran las reliquias.
“En el Testamento y famosa donación de Alfonso II de Asturias, otorgado hacia el año 812 a la Iglesia de San Salvador de Oviedo –explica José María Hevia–, el monarca recuerda haber sido bautizado en ese lugar. Nació seguramente en la hacienda rural de su padre, el rey Fruela, en Oviedo. Se sabe que sufrió una infancia difícil, primeramente resguardado en un monasterio, después depuesto como rey y cobijado en Álava por sus parientes maternos. Finalmente, Alfonso regresó a Asturias y fue proclamado rey el 14 de septiembre de 791, fiesta, por cierto, de la Exaltación de la Santa Cruz”.
En la Escritura de Fundación de la Cofradía de la Cámara Santa se explica la llegada de las Reliquias en un arca, procedente del Monsacro, donde el rey Alfonso las depositó en una Cámara que llamaron Capiella de los Angeles, y la enriqueció, más adelante, con la donación de la Cruz de los Ángeles (año 808). La Cruz de la Victoria, de Alfonso III, llegaría a la Cámara Santa un siglo más tarde. También a este último rey se debe la llegada de las cenizas de Santa Eulalia, traídas desde Santianes de Pravia, y cien años más tarde de la incursión de su tío, el rey Silo, el presbítero toledano Dulcidio incorporó a la cripta de Santa Leocadia los cuerpos de San Eulogio y Santa Leocricia.
La presencia de aquellas reliquias en el templo fueron objeto de veneración desde muy antiguo; probablemente, en los mismos años en que se descubrió la tumba del Apóstol Santiago y se comenzaba a edificar la primera Iglesia sobre ella. El templo de El Salvador no era catedral, tampoco era sede episcopal, pero como relicario se consideraba merecedor de indulgencias.
A pesar de encontrarse, entre las reliquias, el Santo Sudario, en realidad éste se menciona por vez primera en el año 1075, al abrirse el Arca Santa para hacer un inventario de su interior, a petición del rey Alfonso VI. No fue el Sudario verdadero protagonista hasta varios siglos más adelante, por lo que las reliquias que motivaron el Jubileo son las cruces, especialmente, la Cruz de los Ángeles. Por eso el Jubileo se conoce como “de la Santa Cruz”, y al mismo tiempo se le añadió el término de “Perdonanza”, simbolizando alegría y redención a través del perdón.
El concepto de penitencia y perdón en los primeros siglos tenía carácter público, y a partir del siglo XI hasta nuestros días pasó a ser algo privado, entre el sacerdote y el fiel que acudía a confesarse, a ser absuelto y a cumplir la penitencia. A las rigurosas penitencias, inicialmente impuestas, sucede una cierta aminoración mediante las indulgencias parciales. En el siglo XI aparecen, por primera vez, las indulgencias plenarias o generales para cualquier persona que realizase una obra especialmente meritoria, como la visita de un monasterio recientemente consagrado, o dádivas a los pobres. Conviene recordar que la indulgencia no es un sacramento; es decir, no absuelve ni perdona el pecado en sí mismo, sino que, una vez perdonado por la penitencia, exime de las penas temporales que, de otra manera, los fieles deberían purgar.
En Oviedo, el Papa Clemente VI, a petición del obispo Juan Sánchez, concedió, en octubre de 1344, numerosas gracias y perdones en determinados casos “a todos los que quisiera ser cofrades de la santa Iglesia de San Salvador”. Más adelante fueron los propios capitulares los que decidieron solicitar a la Santa Sede la gracia de un Jubileo, como correspondía a un templo de la nobleza e importancia de la Catedral de San Salvador, que ya en el siglo XV recibía a gran número de peregrinos. Y así, el Papa Eugenio IV, en una Bula del año 1438, concedía la indulgencia plenaria a cuantos visitaran la Catedral de Oviedo el día de la Exaltación de la Santa Cruz, o los ocho días anteriores o posteriores del año en que tal festividad ocurriera en viernes.
Con los años se sucedieron algunas variaciones, hasta que, en el año 1982, con motivo de la reposición de la Cruz de la Victoria, restaurada, en la Cámara Santa, la Santa Sede, con el Papa Juan Pablo II a la cabeza, concedió la gracia de la indulgencia plenaria durante los días 14 al 21 de septiembre; práctica que continúa intacta hasta nuestros días.
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