En los años setenta (y han pasado ya cuarenta y tantos años), salió al mercado un famosísimo disco entonces de Ricardo Cantalapiedra con el título de “El profeta”. En aquellos años no había reunión, encuentro, asamblea o convivencia donde no se cantaran algunas de sus canciones.
Pues ya ven, después de cuarenta años, ayer me dio por acordarme del susodicho disco y especialmente de una de sus canciones que llevaba por título “En dónde están los profetas” y que, entre otras cosas decía: “¿En dónde están los profetas, que en otros tiempos nos dieron las esperanzas y fuerzas para andar?” Eso digo yo.
Y es que la primera lectura tenía su miga, mucha miga: “te consagré: te constituí profeta de las naciones. Tú cíñete los lomos: prepárate para decirles todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, o seré yo quien te intimide…” Ahí es nada: decir todo lo que yo te mande…
Por el bautismo todos profetas, pero a uno no le queda más remedio que comprender que si bien es verdad que todos profetas, también es verdad que unos tenemos más obligación que otros, diáconos, sacerdotes y obispos, simplemente porque hemos recibido un sacramento peculiar. Me impresionan dos cosas: una, la de decir todo lo que Dios nos mande. La otra, lo de no tener miedo.
Lo que Dios nos mande. Me da que necesitamos escuchar mucho más a Dios y menos las voces del mundo. ¿Qué es lo que Dios me pide que proclame en esta hora? No me vale con el archisabido de que lo importante es no crispar, ser prudentes, ir despacito. La situación es muy compleja, cada vez más se dice desde todas partes, y eso de ir de prudentitos para no tener problemas como Iglesia ya vemos que no conduce a parte alguna.
¿Qué quiere Dios que proclamemos? Posiblemente necesitáramos todos vestirnos de saco y ceniza, ayunar de medios de comunicación, olvidarnos de las palmaditas de lo políticamente correcto y dedicar tiempo a la lectura de la Escritura, los padres de la Iglesia, el catecismo, la oración y la meditación para descubrir qué cosa quiere Dios de nosotros en esta hora difícil. Hora difícil en la que se ha suprimido en la práctica el derecho natural, la antropología es ideología, Dios pura entelequia y el consenso de lo que se lleva está acabando con la verdad. Hora de relativismo, de acomodación, de ir tirando.
Los fieles nos miran. Miran a la Iglesia, miran a sus pastores, nos miran a los sacerdotes, a sus párrocos, preguntándose qué pasa. Nosotros seguimos tan tranquilos, silbando y mirando para otro lado y creyendo que ser profetas es pronunciar el domingo una homilía cansina, repetida y sin garra. ¿De dónde sacarán nuestros fieles las fuerzas, el estímulo, al arrojo para no caer, para seguir alegres en la brecha? ¿Quién los animará para que no decaigan sus fuerzas?
Yo creo que el miedo ya no es ni siquiera a que puedan decirnos algo, que también. Nos hemos resignado y nos hemos dado por vencidos. Mantenemos el tipo, aguantamos el chaparrón, de cuando en cuando alguna cosa para que parezca que seguimos vivos. Y ya.
¿En dónde están los profetas? ¿Profetas, profetas?
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