jueves, 28 de febrero de 2019

La gran clave del Padrenuestro está en la confianza en Dios Padre dice el Papa

(Rel.) Este último miércoles de febrero, el Papa Francisco ha continuado con sus catequesis sobre el Padre Nuestro, tema que va desarrollando en sus habituales audiencias públicas de los miércoles. El Papa ha destacado la importancia de la confianza dentro de la oración que Jesús enseñó.

“En la primera parte – de la oración afirma el Papa – Jesús nos hace entrar en sus deseos, todos dirigidos al Padre: santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad; en la segunda es Él quien entra en nosotros e interpreta nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de los pecados, la ayuda en la tentación y la liberación del mal”.

Contemplación serena, petición valiente

El Papa Francisco explica que, aquí está la matriz de toda oración cristiana – diría de toda oración humana – que siempre está hecha, por un lado, de contemplación de Dios, de su misterio, de su belleza y bondad, y, por otro lado, de sincera y valiente petición de lo que necesitamos para vivir, y vivir bien. “Así, en su sencillez y esencialidad – señala el Pontífice – el Padre nuestro educa a los que le oran a que no multipliquen palabras vanas, porque – como dice el mismo Jesús – vuestro Padre sabe lo que necesitamos antes incluso de pedírselo”.

Cuando hablamos con Dios, afirma el Papa, no lo hacemos para revelarle lo que tenemos en nuestro corazón, ¡Él lo conoce mucho mejor que nosotros! Si Dios es un misterio para nosotros, nosotros no somos un enigma a sus ojos. Dios es como aquellas madres que sólo necesitan una mirada para comprender todo sobre sus hijos: si son felices o tristes, si son sinceros o esconden algo.

El primer paso de la oración es entregarnos a Dios, confiar

En este sentido, el Santo Padre dijo que, el primer paso de la oración cristiana es la entrega de nosotros mismos a Dios, a su providencia. Es como decir: “Señor, tú lo sabes todo, no hay necesidad de hablarte de mi dolor, sólo te pido que estés aquí a mi lado: tú eres mi esperanza”. Es interesante notar que Jesús, en su discurso en la montaña, inmediatamente después de transmitir el texto del Padre Nuestro, nos exhorta a no preocuparnos y a no angustiarnos por las cosas. Parece una contradicción: primero nos enseña a pedir el pan de cada día y luego nos dice: “No se preocupen diciendo: ¿qué vamos a comer? ¿Qué vamos a beber? ¿Qué nos vamos a poner?”. Pero la contradicción es sólo aparente: las peticiones del cristiano expresan confianza en el Padre; y es precisamente esta confianza la que nos hace pedir lo que necesitamos sin ansiedad y agitación.

El Papa Francisco dice que por eso rezamos, diciendo: “Santificado sea tu nombre”. En esta invocación se siente toda la admiración de Jesús por la belleza y grandeza del Padre, y el deseo de que todos lo reconozcan y lo amen por lo que realmente es. Y al mismo tiempo está la súplica que su nombre sea santificado en nosotros, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en el mundo entero. Es Dios que santifica, que nos transforma por su amor, pero al mismo tiempo somos nosotros los que, con nuestro testimonio, manifestamos la santidad de Dios en el mundo, haciendo presente su nombre.

Los espíritus malignos contra la santidad que crece

La santidad de Dios es una fuerza en expansión, afirma el Santo Padre y nosotros suplicamos que derribes las barreras de nuestro mundo rápidamente. Cuando Jesús comienza a predicar, el primero en sufrir las consecuencias es precisamente el mal que aflige al hombre. Los espíritus malignos injurian: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a arruinarnos? Sé quién eres: ¡el santo de Dios!”. Nunca antes se había visto una santidad como ésta: no preocupada por sí misma, sino extendida. Una santidad que se extiende en círculos concéntricos, como cuando se tira una piedra a un estanque. La oración expulsa todo temor. El Padre nos ama, el Hijo levanta sus brazos junto a los nuestros, el Espíritu trabaja en secreto para la redención del mundo. No vacilamos en la incertidumbre. Una cosa es cierta: es el mal el que tiene miedo.

Antes de concluir su catequesis, el Papa Francisco saludó cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. “Pidamos al Señor que con la fuerza de su santidad destruya el mal que aflige a nuestro mundo, y nos conceda vivir con la convicción de que su amor redentor, que ha vencido al maligno, nunca nos abandona”.

¿Se puede ser buena persona sin ir a Misa?. Por Pedro Trevijano

A lo largo de mi vida me he quedado un poco, o más bien, un mucho harto de oír frases como: «se puede ser buena persona sin ir a Misa y muchos de los que van a Misa no son precisamente buenas personas ni dan precisamente un buen ejemplo».

Como todas las medias verdades se trata de una afirmación peligrosa por lo fácil que es que induzca a error. Ante todo hemos de afirmar que se puede ser buena persona y no ser cristiano. Todos conocemos a personas honradas e íntegras que no son cristianos, aparte que no debemos ni podemos juzgar a los demás. Pero tampoco los creyentes debemos andar con complejos de inferioridad. Cuando se compara creyentes con ateos debemos distinguir dos campos distintos: el campo de las ideas y el campo de la práctica. Y creo que en ambos la superioridad de los creyentes roza la evidencia.

Ninguna doctrina religiosa ni política alcanza la perfección de la doctrina cristiana, que, al fin y al cabo, ha sido fundada por Cristo, que es Dios hecho hombre. Para la doctrina cristiana el motor que ha de mover la Sociedad es el amor. Cuando le preguntan a Jesús que cuál es el mandamiento principal respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Ester mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,38-39). No nos olvidemos que Dios es Amor (cf. 1 Ju 4,8 y 16) y que es el amor el que da sentido a nuestra existencia amenazada por el mal.

El amor es por tanto el motor que debe mover la vida cristiana. Como nos dice San Juan de la Cruz: «al final de tu vida te examinarán del amor». Y para hacer el Bien, que es la consecuencia del amor, contamos con la ayuda inestimable de la gracia de Dios y de los sacramentos, lugares privilegiados de nuestro encuentro con Dios, en especial los de la Penitencia, que nos ayuda a corregirnos de nuestras desviaciones, y el de la Eucaristía, que es por excelencia el sacramento del amor.

En cambio, en las ideologías no creyentes lo que prima es la no aceptación de Dios, sea por un rechazo abierto, sea por prescindir de Él. Esta no aceptación hace que no sea el amor lo que motiva la acción social, sino que por el contrario sus motores son las luchas fratricidas y el odio. Así la lucha de clases en el marxismo, la racial en el nazismo, la de sexos en la ideología de género, y en el relativismo la no distinción entre Bien y Mal, entre Verdad y Mentira, pues lo que hoy puede ser un crimen, mañana puede ser un derecho, como ya ha sucedido con el aborto y la eutanasia, y es que el amor siempre es superior al odio. Además al no aceptar el pecado original y la inclinación al mal existente en el hombre, tratan de edificar la Sociedad sobre un ser humano que no existe, lo que hace que esa construcción se realice sobre pilares falsos abocados a la ruina, como lo prueban los millones y millones de personas asesinadas o con las vidas destrozadas como consecuencia de estas ideologías.

Y si nos vamos al campo de la acción práctica, la superioridad de los creyentes es clara. La inmensa mayoría de las obras sociales son de instituciones religiosas o de creyentes, y es que la entrega de una persona que actúa por amor a Dios es muy superior a la de la que actúa por motivos simplemente humanistas. Esto se ve claro en momentos de persecución; mientras la gran mayoría de las ONG desparecen, se quedan allí sólo los misioneros y misioneras. E incluso en nuestros países la gran mayoría de instituciones sociales son de la Iglesia. Recuerdo que en cierta ocasión en una charla, alguien preguntó: «¿Qué hace la Iglesia por los pobres?» Recuerdo le respondí con otra pregunta para él y todo el público: «Cítenme alguien que haga más por los pobres que la Iglesia Católica». Un silencio clamoroso fue la respuesta.

Pero incluso a la hora de hacer el mal creo lo hacemos mucho menos. Supongo se me recordará la Inquisición, las Cruzadas y la pedofilia. Sobre ésta, no hace mucho oí el siguiente dato: de más de cuarenta y cinco mil casos de abuso sexual que hasta Octubre hubo en España, sólo treinta y tres afectaban a sacerdotes, aunque estoy de acuerdo que uno solo ya es mucho. Por el contrario los no creyentes tienen las manos mucho más manchadas de sangre que nosotros y a la hora de robar, véase lo sucedido en Andalucía, son unos campeones. La sabiduría popular lo expresa en este refrán: «delante de la casa del creyente no dejes trigo, delante de la del no creyente ni el trigo ni la cebada».

domingo, 10 de febrero de 2019

Datos del pasado año


En dónde están los profetas. Por Jorge González Guadalix

En los años setenta (y han pasado ya cuarenta y tantos años), salió al mercado un famosísimo disco entonces de Ricardo Cantalapiedra con el título de “El profeta”. En aquellos años no había reunión, encuentro, asamblea o convivencia donde no se cantaran algunas de sus canciones.

Pues ya ven, después de cuarenta años, ayer me dio por acordarme del susodicho disco y especialmente de una de sus canciones que llevaba por título “En dónde están los profetas” y que, entre otras cosas decía: “¿En dónde están los profetas, que en otros tiempos nos dieron las esperanzas y fuerzas para andar?” Eso digo yo.

Y es que la primera lectura tenía su miga, mucha miga: “te consagré: te constituí profeta de las naciones. Tú cíñete los lomos: prepárate para decirles todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, o seré yo quien te intimide…” Ahí es nada: decir todo lo que yo te mande…

Por el bautismo todos profetas, pero a uno no le queda más remedio que comprender que si bien es verdad que todos profetas, también es verdad que unos tenemos más obligación que otros, diáconos, sacerdotes y obispos, simplemente porque hemos recibido un sacramento peculiar. Me impresionan dos cosas: una, la de decir todo lo que Dios nos mande. La otra, lo de no tener miedo.

Lo que Dios nos mande. Me da que necesitamos escuchar mucho más a Dios y menos las voces del mundo. ¿Qué es lo que Dios me pide que proclame en esta hora? No me vale con el archisabido de que lo importante es no crispar, ser prudentes, ir despacito. La situación es muy compleja, cada vez más se dice desde todas partes, y eso de ir de prudentitos para no tener problemas como Iglesia ya vemos que no conduce a parte alguna.

¿Qué quiere Dios que proclamemos? Posiblemente necesitáramos todos vestirnos de saco y ceniza, ayunar de medios de comunicación, olvidarnos de las palmaditas de lo políticamente correcto y dedicar tiempo a la lectura de la Escritura, los padres de la Iglesia, el catecismo, la oración y la meditación para descubrir qué cosa quiere Dios de nosotros en esta hora difícil. Hora difícil en la que se ha suprimido en la práctica el derecho natural, la antropología es ideología, Dios pura entelequia y el consenso de lo que se lleva está acabando con la verdad. Hora de relativismo, de acomodación, de ir tirando.

Los fieles nos miran. Miran a la Iglesia, miran a sus pastores, nos miran a los sacerdotes, a sus párrocos, preguntándose qué pasa. Nosotros seguimos tan tranquilos, silbando y mirando para otro lado y creyendo que ser profetas es pronunciar el domingo una homilía cansina, repetida y sin garra. ¿De dónde sacarán nuestros fieles las fuerzas, el estímulo, al arrojo para no caer, para seguir alegres en la brecha? ¿Quién los animará para que no decaigan sus fuerzas?

Yo creo que el miedo ya no es ni siquiera a que puedan decirnos algo, que también. Nos hemos resignado y nos hemos dado por vencidos. Mantenemos el tipo, aguantamos el chaparrón, de cuando en cuando alguna cosa para que parezca que seguimos vivos. Y ya.

¿En dónde están los profetas? ¿Profetas, profetas?

Repasando el Catecismo

El respeto de la integridad corporal

2297 Los secuestros y el tomar rehenes hacen que impere el terror y, mediante la amenaza, ejercen intolerables presiones sobre las víctimas. Son moralmente ilegítimos. El terrorismo, amenaza, hiere y mata sin discriminación; es gravemente contrario a la justicia y a la caridad. La tortura, que usa de violencia física o moral, para arrancar confesiones, para castigar a los culpables, intimidar a los que se oponen, satisfacer el odio, es contraria al respeto de la persona y de la dignidad humana. Exceptuados los casos de prescripciones médicas de orden estrictamente terapéutico, las amputaciones, mutilaciones o esterilizaciones directamente voluntarias de personas inocentes son contrarias a la ley moral (cf Pío XI, Cart enc. Casti connubii: DS 3722).

2298 En tiempos pasados, se recurrió de modo ordinario a prácticas crueles por parte de autoridades legítimas para mantener la ley y el orden, con frecuencia sin protesta de los pastores de la Iglesia, que incluso adoptaron, en sus propios tribunales las prescripciones del derecho romano sobre la tortura. Junto a estos hechos lamentables, la Iglesia ha enseñado siempre el deber de clemencia y misericordia; prohibió a los clérigos derramar sangre. En tiempos recientes se ha hecho evidente que estas prácticas crueles no eran ni necesarias para el orden público ni conformes a los derechos legítimos de la persona humana. Al contrario, estas prácticas conducen a las peores degradaciones. Es preciso esforzarse por su abolición, y orar por las víctimas y sus verdugos.

San José, glorioso Patriarca


La vida sólo tiene valor al donarla

El Evangelio (Mc 6, 14-29) cuenta el martirio de Juan Bautista. Un relato con cuatro personajes: el rey Herodes, Herodías, Salomé y el profeta decapitado. Al final, los discípulos de Juan piden el cuerpo del profeta y le dan sepultura. El más grande acabó así. Pero Juan lo sabía, sabía que tenía que anonadarse. Lo dijo desde el principio, hablando de Jesús: “Él debe crecer, y yo disminuir”. Y disminuyó hasta la muerte. Fue el precursor, el anunciador de Jesús, que dijo: “No soy yo; ese es el Mesías”. Lo mostró a los primeros discípulos y luego su luz se apagó poco a poco, hasta la oscuridad de aquella celda, en la cárcel donde, solo, fue decapitado. ¿Y porqué pasó eso? No es fácil contar la vida de los mártires. El martirio es un servicio, un misterio, un don de la vida muy especial y muy grande. Y al final las cosas concluyen violentamente, por actitudes humanas que llevan a quitar la vida a un cristiano, a una persona honrada, y hacerlo mártir.

Veamos los otros tres personajes. Primero el rey, que creía que Juan era un profeta, lo escuchaba con gusto, de algún modo lo protegía, pero lo tenía encarcelado. Era indeciso, porque Juan le reprochaba su pecado, el adulterio. En el profeta, Herodes oía la voz de Dios que le decía: “Cambia de vida”, pero no lograba hacerlo. El rey era corrupto, y donde hay corrupción, es muy difícil salir. Un corrupto que intentaba hacer equilibrios diplomáticos entre su vida, no solo adúltera, sino también de tantas injusticias, y su conciencia que sabía que aquel hombre era santo. Y no lograba desatar el nudo. Luego, Herodías, la mujer del hermano del rey, asesinado por Herodes para poseerla. El Evangelio dice de ella solo que odiaba a Juan, porque hablaba claro. Y sabemos que el odio es capaz de todo, es una fuerza grande. El odio es la respiración de Satanás. Pensemos que él no sabe amar, no puede amar. Su ‘amor’ es el odio. Y esta mujer tenía el espíritu satánico del odio, que destruye. El tercer personaje, la hija de Herodías, Salomé, buena bailarina, que gustó mucho a los comensales y al rey. Herodes, con ese entusiasmo, prometió a la chica: “Te lo daré todo”. Usa las mismas palabras que Satanás para tentar a Jesús: “Si me adoras te daré todo, todo el reino”. Pero Herodes no lo podía saber.

Tras estos personajes está satanás, sembrador de odio en la mujer, sembrador de vanidad en la chica, sembrador de corrupción en el rey. Y el hombre más grande nacido de mujer acabó solo, en una celda oscura de la cárcel, por el capricho de una bailarina vanidosa, el odio de una mujer diabólica y la corrupción de un rey indeciso. Un mártir que dejó que su vida se fuese apagando poco a poco, para dejar sitio al Mesías. Juan muere en la celda, en el anonimato, como tantos mártires nuestros. El Evangelio dice solo que “sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro”. Todos sabemos que fue un gran testigo, un gran hombre, un gran santo. La vida tiene valor solo al darla, al darla en el amor, en la verdad, al darla a los demás, en la vida ordinaria, en la familia. Siempre al darla. Si uno toma la vida para sí, para protegerla, como el rey en su corrupción o la mujer con el odio, o la chica con su vanidad –un poco adolescente, inconsciente–, la vida muere, la vida se marchita, no sirve.

Juan dio su vida: “Yo debo disminuir para que Él sea escuchado, sea visto, para que Él se manifieste, el Señor”. Solo os aconsejo no pensar mucho en esto, pero sí recordar la imagen de los cuatro personajes: el rey corrupto, la mujer que solo sabía odiar, la chica vanidosa que es una inconsciente, y el profeta decapitado solo en la celda. Mirar eso, y que cada uno abra el corazón para que el Señor le hable de eso.

X tantos



60 años de Manos Unidas contra el hambre en el mundopor Monseñor Demetrio Fernández

Manos Unidas es una ONG de la Iglesia católica para promover el desarrollo integral de las personas y los pueblos, declarando la guerra al hambre en el mundo. Brotó de la feliz iniciativa de las mujeres de Acción Católica en un momento crucial. Cuando muchos optaban por eliminar bocas para que tocáramos a más, ellas optaron por ensanchar la mesa y dar un lugar a muchos que padecen situaciones de hambre material, cultural o espiritual, aunque tocáramos a menos. En estos 60 años han llegado a millones de personas en los países en vías de desarrollo, proporcionándoles crecimiento en todos los sentidos y dándoles una serie de oportunidades en todos los campos: proyectos agrícolas, educativos, sanitarios, de atención específica a la mujer, a los migrantes, etc. El mundo está mal repartido, y la culpa no es de Dios, sino de los hombres, que tienen lo necesario y mucho más, olvidándose de quienes no tienen ni siquiera para sobrevivir. Es preciso romper la indiferencia y aportar nuestro grano de arena para revertir la situación mundial.

En 2017, más de un millón y medio de personas se beneficiaron directamente de esta organización, repartiendo cerca de 40 millones de euros. Para este y los próximos años, se quiere acentuar la ayuda a la mujer, que sufre grandes discriminaciones en tantos lugares de la tierra. Ese apoyo en programas concretos tendrá un efecto multiplicador, pues a su vez tales mujeres repercutirán en sus respectivas familias, en sus hijos, en la educación, en la sanidad, etc.

¿Cuáles pueden ser las tentaciones de Manos Unidas? Por una parte, centrarse solamente en lo material. Existe el peligro por parte nuestra de tener como objetivo recoger dinero sin más, que pensamos va a ser bien empleado, pero quedarnos ahí. Necesitamos el dinero para llevar adelante los proyectos, pero ese no es el objetivo principal. Detrás de cada proyecto hay personas concretas. Y la motivación de todas esas recaudaciones es el amor cristiano, que mueve el corazón a interesarnos por nuestros hermanos que carecen de lo necesario. La ONG Manos Unidas admite también donaciones de todos los que quieren hacer el bien a través de esta organización, aunque no sean cristianos. Pero los cristianos realizamos la colecta anual como fruto del ayuno, privándonos de algo, y poniendo nuestros donativos a los pies de los Apóstoles para que ellos repartan según las necesidades.

Otro peligro es el de seleccionar necesidades en los destinatarios: comida, casa, cultura, sanidad, prescindiendo de su dimensión religiosa. No podemos ayudar a la persona reduciendo sus necesidades a lo material, cultural, sanitario, etc. y olvidándonos de lo religioso. La religión es una dimensión esencial de la persona. Y nuestra ayuda es una ayuda integral a toda la persona, incluida esa dimensión religiosa, que le abre a la relación con Dios y mejora las relaciones humanas. No se trata de ayudar sólo a los católicos o sólo a los creyentes. Se trata de ayudar a la persona en todas sus dimensiones, incluyendo la dimensión religiosa y espiritual. Entiendo que haya prioridades, la del hambre en el mundo, pero no hay mayor hambre que el hambre de Dios. Algunos pueden pensar que si se atiende a la persona en su totalidad, integralmente, incluida su dimensión religiosa, quizá se redujeran los ingresos de algunos donantes. Y entonces vuelvo a la tentación anterior. Manos Unidas no es sólo una ONG para recaudar fondos, aunque los destine para bien de los pobres. Manos Unidas tiene una identidad cristiana, que la configura como institución de la Iglesia Católica al servicio de los más pobres de la tierra.

Aprovecho este momento especial de la campaña anual para agradecer a todos los que trabajan en Manos Unidas en nuestra diócesis de Córdoba, que son muchos, y además lo hacen de manera voluntaria como una prolongación de su compromiso cristiano. También a todos aquellos que lo hacen de manera altruista, aunque no tengan una motivación cristiana. Hacer el bien abre el camino y el corazón al encuentro con Dios y con los hermanos.

Publicado en el portal de la diócesis de Córdoba.