En estos días se está presentando el proyecto pastoral que nos hemos trazado para este curso 2018-2019 en nuestra Diócesis de Oviedo. Es fruto del trabajo en oración, reflexión y discernimiento sobre la Diócesis en su conjunto: los territorios de nuestras comunidades cristianas en los arciprestazgos, los sectores pastorales de las distintas delegaciones episcopales, y los consejos con su labor de discernimiento y acompañamiento al obispo. Nos reunimos en Covadonga para alumbrar lo que el Señor señala para seguir caminando en el aquí de nuestros lares y en el ahora de nuestros días. Son los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres contemporáneos a los que anunciar la Buena Nueva de Cristo (cf. GS 1).
Como Diócesis hemos hecho una opción clara: las Unidades de Pastoral. No estamos hablando de un parche que sale del paso de dificultades coyunturales mientras encontramos una solución mejor ante algo que suponemos terminará superándose más allá del tiempo que nos embarga en este momento. Sino que es una novedad que Dios introduce en el fragor de cada tramo de la historia y, por lo tanto, es cuanto en esta ladera de nuestro devenir humano, cultural y eclesial, el Espíritu dice a nuestras Iglesias y debemos tener oído para escucharlo (cf. Apoc2,11).
Y esto es lo que nos está marcando en este momento eclesial el Papa Francisco como viene repitiendo al hilo de los desafíos que tenemos en la Iglesia de nuestro tiempo. No en vano, él afirma cómo la sinodalidad (caminar juntos) es la forma “constitutiva” de la Iglesia. No un método fugaz de pastoral en este momento histórico, sino más bien algo que pertenece al ser de la misma Iglesia en el empeño de caminar juntos movidos por el Espíritu Santo y con Jesús en medio de nosotros (Cf. Jn 14, 26 y Mt 18, 20).
Lo que quizás supone una mayor cerrazón a cuanto el Espíritu dice a la Iglesia de hoy, es la inercia que nos encierra y parapeta en una calculada y hasta argumentada comodidad. Es la cerrazón acomodada que se empeña en no abrir los ojos, mientras censura lo que provocativamente Dios siempre nos señala con Isaías: «Voy a hacer algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?» (Is 43, 19). Ese brote de novedad incesante es lo que testimonia también la comunidad cristiana que surca los tiempos y los lugares de la historia para decir que Dios vive con nosotros, que ha puesto su tienda en nuestras contiendas y nos invita a ser testigos de su perenne novedad.
Lo que debe despertarnos y nos debe espolear para salir del bucle del “siempre se hizo así” o del “esto nunca se hizo”, es lo que el Papa Francisco llama precisamente la conversión pastoral: «Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad» (EG 26).
Con este nuevo plan pastoral para el presente curso, preciso en sus objetivos, cauces y calendarios, confiamos en Dios, en la ayuda de María, para ser testigos de la Buena Noticia que anunciamos como esperanza a todos los hombres nuestros hermanos.
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