Entrevista a David Cueto, diácono, que acaba de regresar de su estancia en Benín. Una experiencia que describe como “una ventana abierta al mundo”
Han sido dos meses en Benín, muy intensos.
Sí, fue llegar de la JMJ de Cracovia, y volver a hacer las maletas al día siguiente, casi. Ha sido una experiencia muy intensa, hay que estar ahí para entenderlo. Cuando me presentan como “misionero”, yo siempre digo que no, que yo he tenido una “experiencia misionera”; se me ha abierto una ventana a un mundo totalmente distinto.
¿Cómo es la misión?
Tiene un internado para alumnos, que como era verano estaba cerrado y no pude conocer. En realidad es básicamente una parroquia, con el funcionamiento habitual de una parroquia: impartir sacramentos, atender a las personas, a las comunidades, hacer visitas, Cáritas, todo eso. Pero, al mismo tiempo, se trata de un concepto de parroquia mucho más amplio de lo que estamos acostumbrados. La parroquia es una extensión muy grande, y está formada por muchas comunidades, que tienen un templo principal, que es el de Bembereké. Luego hay otros pequeños templos, algunos con más entidad, como Gamia, pero todos pertenecen a una misma parroquia.
En la zona en la que se encuentra la misión no hay mayoría católica.
No, en el norte de Benín, donde se encuentra la misión, predomina la religión musulmana. En la zona tenemos nuestra parroquia, un monasterio de franciscanos formado por vocaciones nativas, y las Dominicas de la Anunciata o la Compañía de El Salvador, aunque como parroquia, sólo es la nuestra de Bembereké.
Al mismo tiempo, en este mismo pueblo hay unas seis mezquitas, y en cada núcleo de población, por pequeño que sea, hay una mezquita también.
Por otro lado, está muy presente la religión animista y las costumbres ancestrales de la zona.
¿Cómo vive esa minoría de católicos?
Son una Iglesia joven, y reciben el Evangelio, a Cristo, con muchísimo fervor. Son comunidades muy frescas, muy vivas. Al mismo tiempo, precisamente por esa juventud, no tienen una tradición muy arraigada y ves que algunos se van, practican el animismo, luego vuelven. Eso convive con un gran amor a los Sacramentos, a la Eucaristía. Son un ejemplo brutal de fe, pero al mismo tiempo son aún jóvenes y tienen que ir depurándose.
Los catequistas tienen un sentido y una importancia especial.
Sí, es una auténtica vocación. Es una figura muy interesante allí porque es el pilar de la comunidad. Nada que ver como lo entendemos en España o en Occidente. Las comunidades tienen un presidente, pero son los catequistas los que dinamizan todo, se encargan de cuidar la comunidad y dirigen muchas veces la celebración de la Palabra. Para formarse, tienen que alejarse temporalmente de sus tierras y de su familia. Pero la gente se hace responsable de cuidar ambas, para que pueda recibir esa formación tan necesaria.
Cosa que no será fácil, porque no sobran los recursos.
Ciertamente el entorno de la misión diocesana es muy pobre. Muchas comunidades viven en cabañas de barro con tejado de metal, con muchísimo calor, mal olor, sin nada, expuestos a los insectos. Lo perfecto para enfermar. Te da mucha lástima, es una vida muy dura. Al mismo tiempo te encuentras con una riqueza humana y espiritual que es admirable.
¿Qué aporta esta experiencia a un futuro sacerdote?
Creo que una apertura importante, en el sentido de la pertenencia a una Iglesia Universal. Además, espiritualmente es impactante comprobar cómo son capaces de abrazar el cristianismo en un medio hostil para hacerlo. He sido testigo de conversiones que a mí me parecen un milagro, auténticos testimonios de cómo actúa el Espíritu Santo.
¿Cómo está considerada la Iglesia allí?
Pude comprobarlo tan sólo con la actitud de los niños, que son un tesoro y hay tantos que parece que salen de debajo de las piedras. Nada más llegar ya se me abrazaban y me gritaban ¡Mon Père! Me llamaba mucho la atención porque la verdad, no me conocían. Pero me di cuenta de que, además de su alegría y espontaneidad, ellos demuestran ese cariño por los misioneros que han ido pasando por allí, año tras año. La Iglesia que ha estado allí ha sido siempre fiel y eso tiene sus frutos. La gente los quiere, porque se han sentido queridos. ¿Por qué me quieren a mí si no me conocen? Me quieren porque la Iglesia antes que yo les ha querido y la Iglesia después de mí les querrá.
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