sábado, 6 de agosto de 2016

Velad y estad preparados. Por Raniero Cantalamessa


Después de haber instruido a los discípulos en el correcto uso de las cosas –en el Evangelio del domingo pasado-, en el pasaje evangélico del próximo domingo Jesús les exhorta sobre el correcto uso del tiempo. Estamos ante una serie de imágenes y parábolas con las que Jesús exhorta a la vigilancia en la espera de su retorno. La cintura ceñida es señal de quien está preparado para emprender viaje, como los judíos durante la celebración de la Pascua en Egipto (v. Ex 12, 11), y es también la disposición al trabajo. La lámpara encendida indica a quien se prepara para pasar la noche velando en espera de alguien. Jesús ilustra la necesidad de la vigilancia con otra imagen más, la del ladrón de noche.

Desearía proseguir en la línea de Jesús y añadir también yo una imagen y una parábola. Se trata del Himno de la perla que se remonta a la literatura de Oriente Medio del siglo I o II d.C. y que se nos ha transmitido por el apócrifo Hechos de Tomás . Trata de un joven príncipe enviado por su padre de Oriente (Mesopotamia) a Egipto para recuperar una determinada perla que ha caído en manos de un cruel dragón que la custodia en su cueva. Llegado al lugar, el joven se deja descaminar; se sacia de un alimento se le habían preparado con engaño los habitantes del sitio y que le hace caer en un profundo e inacabable sueño. El padre, alarmado por el prolongamiento de la espera y por el silencio, envía, como mensajera, un águila que lleva una carta escrita de su puño y letra. Cuando el águila sobrevuela al joven, la carta del padre se transforma en un grito que dice: «¡Despiértate, acuérdate de quién eres, recuerda qué has ido a hacer a Egipto y adónde debes regresar!». El príncipe se despierta, recupera el conocimiento, lucha y vence al dragón y, con la perla reconquistada, vuelve al reino donde se ha preparado para él un gran banquete.

El significado religioso de la parábola es transparente. El joven príncipe es el hombre enviado de Oriente a Egipto, esto es, por Dios al mundo; la perla preciosa es su alma inmortal prisionera del pecado y de satanás. Él se deja engañar por los placeres del mundo y se hunde en un tipo de letargo, o sea, en el olvido de sí, de Dios, de su destino eterno, de todo. Le despierta, en este caos, no el beso de un príncipe o de una princesa, sino el grito de un mensajero celestial. Para los cristianos este mensajero enviado por el Padre es Cristo, que grita al hombre, como hace en el Evangelio de hoy, que se despierte, que esté alerta, que recuerde para qué está en el mundo. El grito del Himno de la perla se encuentra casi tal cual en la carta a los Efesios: «Despiértate tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo» (Ef 5, 14).

La exhortación: «¡Estad preparados!» no es una invitación a pensar en cada momento en la muerte, a pasar la vida como quien está en la puerta de casa con la maleta en la mano esperando el autobús. Significa más bien «estar en regla». Para el propietario de un restaurante o para un comerciante estar preparado no quiere decir vivir y trabajar en permanente estado de ansiedad, como si de un momento a otro pudiera haber una inspección. Significa no tener necesidad de preocuparse del tema porque normalmente se tienen los registros en regla y no se practican por principio fraudes alimentarios. Lo mismo en el plano espiritual. Estar preparados significa vivir de manera que no hay que preocuparse por la muerte. Se cuenta que a la pregunta: «¿Qué harías si supieras que dentro de poco vas a morir?», dirigida a quemarropa a San Luis Gonzaga mientras jugaba con sus compañeros, el santo respondió: «¡Seguiría jugando!». La receta para disfrutar de la misma tranquilidad es vivir en gracia de Dios, sin pendencias graves con Dios o con los hermanos.

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