Queridos familiares de D. José Manuel, hermanos sacerdotes, feligreses de estas comunidades parroquiales, Hermanos todos en el Señor:
Acaba de proclamar el Evangelio D. Avelino, compañero de curso de D. José Manuel, que en aquel 1957 junto a otros compañeros ya fallecidos recibieron el Orden Sacerdotal. Mirando las fechas, de forma inevitable en un momento como éste veo que D. José Manuel tenía la edad que hoy tendría mi padre, y es inevitable que uno repase tantas cosas de una biografía en la que los avatares del mundo, de la sociedad y de la propia Iglesia coincidían con sus vidas. Tantos me habéis dicho que el domingo pasado estuvisteis con él, y que no parecía, a pesar de la edad -sus 92 años- que el desenlace estuviera tan a la mano. Y es que como hemos cantado en el canto de entrada -''Hacia ti morada santa''- así la vida es una larga peregrinación cuya duración desconocemos completamente. Solamente Dios es quien lleva nuestra agenda, sabe la fecha, la circunstancia, y lo que a cada uno nos toca vivir. Y en el entre tanto, vamos aprendiendo cosas, viviéndolas con tropiezos y caídas, con sueños y con esperanzas.
Desde que tras el momento de su ordenación sacerdotal iniciara su ministerio en San Félix de Lugones, hasta esta parroquia de San Emiliano de Vega aquí en Gijón, cuántas cosas podríamos decir de lo que ha desarrollado como cura nuestro querido D. José Manuel. De cómo los que le habéis tratado mucho más que yo le habéis conocido pudiendo percibir lo que en él Dios nos regalaba. Hay un denominador común, y así todos me habéis dicho, que era un hombre de profunda bondad. Y es que cada uno de nosotros ha recibido una palabra única, la nuestra; esa para la que hemos nacido... Y a través de nuestras manos Dios viene a repartir un regalo que ha querido confiárnoslo. Esa palabra, y ese regalo en D. José Manuel Alonso no es otro que el de la bondad. Y me vienen los versos del gran poeta gaditano José María Pemán: ''el que reparte a sus hermanos/ palabras bondadosas/ le queda siempre entre las manos/ algún perfume de rosas''.
Cuando veo esta iglesia que es en la que mayormente ha desarrollado su ministerio como cura en unos años complejos en donde la circunstancia social y política hacían que no sólo los que se dedican a la labranza, sino aquí junto a La Camocha, a la minería, D. José Manuel podría dar ese testimonio que nos ha dejado de expresar su bondad en la cercanía concreta, con su preclara inteligencia y al mismo tiempo con su sencillez proverbial. Ser bondadosamente cercano a aquellos que le pudieran estar necesitando: un consejo, una acogida, una palabra; una cercanía sin más como padre y hermano de aquellos que se le confiaron: ¡cuántas cosas se lleva un cura en el corazón cuando es llamado por Dios!. En ese corazón se van nombres: ¡los nuestros! Se van escenas y circunstancias, esas que nos hacen llorar o esas que nos dibujan una sonrisa en el rostro; momentos de confusión y también de certeza caben como la vida misma. Y es lo que en el libro del corazón un cura que se hace confidente, amigo, hermano y padre de aquellos que se le confían, es lo que como bagaje en su maleta en el último viaje se lleva hacia el encuentro con el Señor.
Estos días atrás estábamos celebrando -porque tenemos esa paradoja o manera de vivir las cosas los cristianos- el primer aniversario del fallecimiento de dos curas en el mismo día: un cura relativamente joven como José Manuel, también se llamaba, -''El Peque''- que murió de un cáncer muy acelerado, y otro cura joven de apenas 40 años que murió en el accidente de coche cuando acudía al funeral por este compañero y hermano. Edades distintas, situaciones bien diferentes, y esta tarde nosotros piadosamente despedimos a D. José Manuel, nuestro Párroco, nuestro querido y recordado hermano... Le pedimos al Buen Dios que no sea el rumor del mar que los mineros de La Camocha escuchaban cuando estaban en sus galerías, sino que sea el rumor de los Ángeles de ese Cielo en el que él entrará y en el que pedimos que nos aguarde, mientras nos sigue acompañando. Es lo que pedimos, y que esa bondad como perfume de rosas que nos dejan sus manos, no sean un recuerdo que se va desgastando en el olvido según vayan pasando los años, sino que sea un legado, como quien recibe una herencia; herencia moral de quien mirándole y tratándole nos hizo mejores personas. Y aquel que nos acompañó en dos mil avatares de nuestras vidas concretas, seamos quienes seamos, pueda contarle al Buen Dios nuestras cosas. A él se las confiamos como diciéndole: ''háblale de mí'', ''háblale de nosotros''... Que encendáis una luz que nadie apague, y que podamos compartir el pan tierno que nos quite las hambres del amor y la esperanza. Eso se lo confiamos a D. José Manuel, y yo como siempre que tengo que despedir a un querido sacerdote, le confío como última petición: el que no deje de mirar por nuestra Diócesis, esa Diócesis que D. José Manuel tanto quiso con respeto y cuidado de la liturgia; y por la entrega a los necesitados, que no son actitudes sacerdotales contradictorias. De qué nos serviría comernos los santos, si no damos de comer a los hermanos; de qué serviría entregarnos a los hermanos, si no es desde el secreto de nuestro amor por Dios y con Dios mientras que lo vamos haciendo.
Pues le pedimos entonces que eche una mirada sobre nuestra Diócesis y nuestro presbiterio. Yo agradezco a este grupo de curas que en un día complicado -sábado por la tarde- hayan podido hacer el hueco para acompañarnos en este adiós que sentidamente en el Señor le estamos dando. Pedimos a María, nuestra Madre, que venga también a su encuentro, que como buena "Santina" que es, le arrope con su manto. Descanse en paz D. José Manuel, y que en sus manos en el cielo Dios nos siga bendiciendo. ¡Amén!
*Homilía grabada y trascrita. Predicación de Monseñor Fray Jesús Sanz Montes el 13/01/2024 en la iglesia de San Emiliano de Vega despidiendo al sacerdote local que llevaba en esa parroquia desde 1966.
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