domingo, 15 de agosto de 2021

Peregrinación a la Novena de la Santina y Horarios Santos - Difuntos

 


Al cielo vais


Al cielo vais, Señora,
allá os reciben con alegre canto;
¡oh, quién pudiera ahora
asirse a vuestro manto
para subir con vos al monte santo!

De ángeles sois llevada,
de quien servida sois desde la cuna,
de estrellas coronada,
cual reina habrá ninguna,
pues os calza los pies la blanca luna.

Volved los linces ojos,
ave preciosa, sola humilde y nueva,
al val de los abrojos
que tales flores lleva,
do suspirando están los hijos de Eva.

Que, si con clara vista
miráis las tristes almas de este suelo,
con propiedad no vista
las subiréis de vuelo,
como perfecta piedra imán al cielo. Amén.

“ Se alegra mi espíritu en Dios ”. Por Fray Antonio Osuna Fernández-Largo O.P.

(Dominicos) Estamos ante una de las fiestas más populares en el pueblo cristiano. Por ello conviene matizar bien el significado que para el pueblo cristiano tiene la fiesta y no recargarla con desacertadas imágenes y significados que ahogan su espiritualidad. Lo que se celebra es la muerte y resurrección de la Santísima Virgen María, es decir, los misterios del final de su vida y su resurrección por la gracia de Dios que la asocia como compañera inseparable de su Hijo eterno en la vida eterna.

Debe prescindirse, en primer lugar, de toda imaginación simplificadora de ángeles que bajan y trasladan el cuerpo mortal de la Virgen al otro mundo sin pasar por el trance doloroso y denigrante de la muerte, como pasamos todos los mortales. Hacer así es lo mismo que negar la redención de Cristo y el motivo por el que él se encarnó. Hemos sido redimidos por la muerte de Cristo. Así, con todo el realismo. Una muerte ignominiosa y humillante, un derramar hasta la última gota de sangre que nos da la vida mortal y un ofrecer esa muerte en precio de nuestra salvación. A veces, parece que pasamos como de puntillas por esa muerte y solo interesa que ha resucitado, incluso en algunas celebraciones pascuales; no así la imaginería cristiana que reservó siempre tallas admirables para rememorar a Jesús muerto.

El realismo de la muerte es impronta necesaria de nuestra redención -hemos sido redimidos por una muerte humillante- y no podemos subrepticiamente callarla o disimularla. Y también la vida de la Virgen santificada por esa redención tuvo que pasar por la muerte, con su sentido auténtico y universal de dejar para siempre la vida mortal, el cuerpo caduco con el que nacemos y olvidarse para siempre de las condiciones mortales que señalan nuestra vida: la convivencia con otros seres y las relaciones de amistad establecidas y los proyectos terrenos llevados a cabo. La muerte se ceba en todos nosotros arrancándonos jirones de la vida de amistad, convivencia y tareas terrenas. “Todos nosotros nos transformaremos… y lo mortal tiene que revestirse de inmortalidad” (I Cor 15,54) nos amonesta San Pablo.

Y en segundo lugar, pero ya fuera del tiempo, resucitar por obra de Dios para la vida nueva e inmortal. Así fue la muerte y resurrección de Cristo y es a la que configura la muerte y resurrección de su madre santísima. Lo contrario sería ocultar el sentido de la muerte de Cristo.

Se trata de recordar el misterio pascual de Cristo y afirmar cómo se vivió de una manera singular y excelente en su santísima Madre. Después de la Pascua del Señor celebramos la pascua de su santísima madre. Y, eso sí, lo hacemos llenos de esperanza en que también nosotros alcanzaremos nuestra pascua personal. En la fiesta de hoy anhelamos nuestra pascua por la gracia de Dios. Lo que para nosotros es espera, para la Virgen es realidad gozosa por estar asociada a la muerte y resurrección de su Hijo.

Misa por nuestros difuntos

 

Evangelio

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas:

En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:

«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

María dijo:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
“se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava”.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
“su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
“derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia”
—como lo había prometido a “nuestros padres”—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».

María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.

Palabra del Señor

Paxarr@s: ¡Feliz día de la Asunción!

 

Algunos textos para interiorizar el misterio de la Asunción

Homilía del Papa Benedicto XVI en la Solemnidad de la Asunción. 15 de agosto de 2009

Con la solemnidad de hoy culmina el ciclo de las grandes celebraciones litúrgicas en las que estamos llamados a contemplar el papel de la santísima Virgen María en la historia de la salvación. En efecto, la Inmaculada Concepción, la Anunciación, la Maternidad divina y la Asunción son etapas fundamentales, íntimamente relacionadas entre sí, con las que la Iglesia exalta y canta el glorioso destino de la Madre de Dios, pero en las que podemos leer también nuestra historia.

El misterio de la concepción de María evoca la primera página de la historia humana, indicándonos que, en el designio divino de la creación, el hombre habría debido tener la pureza y la belleza de la Inmaculada. Aquel designio comprometido, pero no destruido por el pecado, mediante la Encarnación del Hijo de Dios, anunciada y realizada en María, fue recompuesto y restituido a la libre aceptación del hombre en la fe. Por último, en la Asunción de María contemplamos lo que estamos llamados a alcanzar en el seguimiento de Cristo Señor y en la obediencia a su Palabra, al final de nuestro camino en la tierra.

La última etapa de la peregrinación terrena de la Madre de Dios nos invita a mirar el modo como ella recorrió su camino hacia la meta de la eternidad gloriosa.

En el pasaje del Evangelio que acabamos de proclamar, san Lucas narra que María, después del anuncio del ángel, "se puso en camino y fue aprisa a la montaña" para visitar a Isabel (Lc 1, 39). El evangelista, al decir esto, quiere destacar que para María seguir su vocación, dócil al Espíritu de Dios, que ha realizado en ella la encarnación del Verbo, significa recorrer una nueva senda y emprender en seguida un camino fuera de su casa, dejándose conducir solamente por Dios. San Ambrosio, comentando la "prisa" de María, afirma: "La gracia del Espíritu Santo no admite lentitud" (Expos. Evang. sec. Lucam, II, 19: pl 15, 1560). La vida de la Virgen es dirigida por Otro —"He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38)—, está modelada por el Espíritu Santo, está marcada por acontecimientos y encuentros, como el de Isabel, pero sobre todo por la especialísima relación con su hijo Jesús. Es un camino en el que María, conservando y meditando en el corazón los acontecimientos de su existencia, descubre en ellos de modo cada vez más profundo el misterioso designio de Dios Padre para la salvación del mundo.

Además, siguiendo a Jesús desde Belén hasta el destierro en Egipto, en la vida oculta y en la pública, hasta el pie de la cruz, María vive su constante ascensión hacia Dios en el espíritu del Magníficat, aceptando plenamente, incluso en el momento de la oscuridad y del sufrimiento, el proyecto de amor de Dios y alimentando en su corazón el abandono total en las manos del Señor, de forma que es paradigma para la fe de la Iglesia (cf. Lumen gentium, 64-65).

Toda la vida es una ascensión, toda la vida es meditación, obediencia, confianza y esperanza, incluso en medio de la oscuridad; y toda la vida es esa "sagrada prisa", que sabe que Dios es siempre la prioridad y ninguna otra cosa debe crear prisa en nuestra existencia.

Y, por último, la Asunción nos recuerda que la vida de María, como la de todo cristiano, es un camino de seguimiento, de seguimiento de Jesús, un camino que tiene una meta bien precisa, un futuro ya trazado: la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte, y la comunión plena con Dios, porque —como dice san Pablo en la carta a los Efesios— el Padre "nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Ef 2, 6). Esto quiere decir que, con el bautismo, fundamentalmente ya hemos resucitado y estamos sentados en los cielos en Cristo Jesús, pero debemos alcanzar corporalmente lo que el bautismo ya ha comenzado y realizado. En nosotros la unión con Cristo, la resurrección, es imperfecta, pero para la Virgen María ya es perfecta, a pesar del camino que también la Virgen tuvo que hacer. Ella ya entró en la plenitud de la unión con Dios, con su Hijo, y nos atrae y nos acompaña en nuestro camino.

Así pues, en María elevada al cielo contemplamos a Aquella que, por singular privilegio, ha sido hecha partícipe con alma y cuerpo de la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte. "Terminado el curso de su vida en la tierra —dice el concilio Vaticano II—, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte" (Lumen gentium, 59). En la Virgen elevada al cielo contemplamos la coronación de su fe, del camino de fe que ella indica a la Iglesia y a cada uno de nosotros: Aquella que en todo momento acogió la Palabra de Dios, fue elevada al cielo, es decir, fue acogida ella misma por el Hijo, en la "morada" que nos ha preparado con su muerte y resurrección (cf. Jn 14, 2-3).

La vida del hombre en la tierra —como nos ha recordado la primera lectura— es un camino que se recorre constantemente en la tensión de la lucha entre el dragón y la mujer, entre el bien y el mal. Esta es la situación de la historia humana: es como un viaje en un mar a menudo borrascoso; María es la estrella que nos guía hacia su Hijo Jesús, sol que brilla sobre las tinieblas de la historia (cf. Spe salvi, 49) y nos da la esperanza que necesitamos: la esperanza de que podemos vencer, de que Dios ha vencido y de que, con el bautismo, hemos entrado en esta victoria. No sucumbimos definitivamente: Dios nos ayuda, nos guía. Esta es la esperanza: esta presencia del Señor en nosotros, que se hace visible en María elevada al cielo. "Ella (...) —leeremos dentro de poco en el prefacio de esta solemnidad— es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra".

Con san Bernardo, cantor místico de la santísima Virgen, la invocamos así: "Te rogamos, bienaventurada Virgen María, por la gracia que encontraste, por las prerrogativas que mereciste, por la Misericordia que tú diste a luz, haz que aquel que por ti se dignó hacerse partícipe de nuestra miseria y debilidad, por tu intercesión nos haga partícipes de sus gracias, de su bienaventuranza y gloria eterna, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos de los siglos. Amén" (Sermo 2 de Adventu, 5: pl 183, 43).

Homilía del Papa S. Juan Pablo II en la Solemnidad de la Asunción. 15 de agosto de 1998

1. «¡Bienaventurada la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45).

Con estas palabras, Isabel acogió a María, que había ido a visitarla. Esta misma bienaventuranza resuena en el cielo y en la tierra, de generación en generación (cf. Lc 1, 48), y, de modo singular, en la solemne celebración de hoy. María es bienaventurada porque creyó enseguida en la palabra del Señor, porque acogió sin vacilaciones la voluntad del Altísimo, que le había manifestado el ángel en la Anunciación.

Podríamos ver en el viaje de María desde Nazaret hasta Ain Karim, que nos relata el evangelio de hoy, una prefiguración de su singular viaje espiritual que, comenzando con el «sí» del día de la Anunciación, culmina precisamente en la Asunción al cielo en cuerpo y alma. Se trata de un itinerario hacia Dios, iluminado y sostenido siempre por la fe.

El concilio Vaticano II afirma que María «avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58). Por eso ella, con su incomparable belleza, agradó tanto al Rey del universo, que ahora, plenamente asociada a él en cuerpo y alma, resplandece como Reina a su derecha (cf. Salmo responsorial)....

2. En la solemnidad de hoy, la liturgia nos invita a todos a contemplar a María como la «mujer vestida de sol, con la luna por pedestal, coronada con doce estrellas» (Ap 12, 1). En ella resplandece la victoria de Cristo sobre satanás, representado en el lenguaje apocalíptico como «un enorme dragón rojo» (Ap 12, 3).

Esta visión gloriosa y al mismo tiempo dramática recuerda a la Iglesia de todos los tiempos su destino de luz en el reino de los cielos y la consuela en las pruebas que debe afrontar durante su peregrinación terrena. Mientras dure este mundo, la historia será siempre teatro del enfrentamiento entre Dios y satanás, entre el bien y el mal, entre la gracia y el pecado, entre la vida y la muerte.

También los acontecimientos de este siglo que ya está llegando a su fin testimonian con extraordinaria elocuencia la profundidad de esta lucha, que marca la historia de los pueblos, pero también el corazón de cada hombre y de cada mujer. Ahora bien, el anuncio pascual que acaba de resonar en las palabras del apóstol Pablo (cf. 1 Co 15, 20), es fundamento de esperanza segura para todos. María santísima elevada al cielo es imagen luminosa de ese misterio y de esa esperanza.

3. ... María, glorificada en su cuerpo, se presenta hoy como estrella de esperanza para la Iglesia y para la humanidad, en camino hacia el tercer milenio cristiano. Su altura sublime no la aleja de su pueblo y de los problemas del mundo; por el contrario, le permite velar eficazmente sobre los acontecimientos humanos, con la misma solicitud atenta con que logró que Jesús hiciera su primer milagro durante las bodas de Caná.

El Apocalipsis afirma que la mujer vestida de sol «estaba encinta y gritaba con los dolores del parto» (Ap 12, 2). Esto nos hace pensar en una página del apóstol Pablo de importancia fundamental para la teología cristiana de la esperanza. En la carta a los Romanos leemos: «Sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza hemos sido salvados» (Rm 8, 22-24).

Mientras celebramos su Asunción al cielo en cuerpo y alma, pidamos a María que ayude a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo a vivir con fe y esperanza en este mundo, buscando en todas las cosas el reino de Dios; que ayude a los creyentes a abrirse a la presencia y a la acción del Espíritu Santo, Espíritu creador y renovador, capaz de transformar los corazones; y que ilumine las mentes sobre el destino que nos espera, sobre la dignidad de toda persona y sobre la nobleza del cuerpo humano.

Adorno floral Iglesia de Viella 2021

 







Papa Francisco: Es la humildad la que atrajo la mirada de Dios hacia María

(www.vaticannews.va) Dios no nos exalta por nuestros dones, riquezas o habilidades, sino por la humildad, señaló el Papa en su alocución previa a rezo mariano, Dios levanta a quien se abaja, a quien sirve. “En efecto, María no se atribuye más que el "título" de sierva: es "la esclava del Señor". No dice nada más de sí misma, no busca nada más para sí misma”.

Francisco recuerda también que Jesús nos enseña que “el que se humilla será exaltado". En la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, el Papa Francisco recuerda que el secreto de María es la humildad. “Es la humildad la que atrajo la mirada de Dios hacia ella. El ojo humano busca la grandeza y se deslumbra por lo que es ostentoso, dijo el Papa, Dios, en cambio, no mira las apariencias, sino el corazón y le encanta la humildad.

¿Cómo está mi humildad?

Seguidamente el Pontífice, nos cuestiona a cada uno de nosotros. ¿cómo está mi humildad? ¿Busco ser reconocido por los demás, reafirmarme y ser alabado, o pienso en servir? ¿Sé escuchar, como María, o solo quiero hablar y recibir atención? ¿Sé guardar silencio, como María, o siempre estoy parloteando? ¿Sé cómo dar un paso atrás, apaciguar las peleas y las discusiones, o solo trato de sobresalir?

Para seguir el ejemplo de la Virgen María, Francisco nos recuerda que ella, en su pequeñez, conquista primero los cielos. “El secreto de su éxito reside precisamente en reconocerse pequeña, necesitada. Con Dios, solo quien se reconoce como nada es capaz de recibirlo todo. Solo quien se vacía es llenado por Él. Y María es la "llena de gracia" precisamente por su humildad”.

Este es el consejo que da el Papa, que nuestro punto de partida, que el comienzo de nuestra fe sea la humildad. “Es esencial ser pobre de espíritu, es decir, necesitado de Dios. El que está lleno de sí mismo no da espacio a Dios, pero el que permanece humilde permite al Señor realizar grandes cosas”, manifestó el Santo Padre.

Un mensaje de esperanza

Y la Virgen María, la “criatura más humilde y elevada de la historia, la primera en conquistar los cielos con todo su ser, cuerpo y alma, pasó su vida mayormente dentro del hogar, en lo ordinario”, sus días no tuvieron mucho de impresionantes, señaló Francisco, eran iguales, en silencio, por fuera, “nada extraordinario. Sin embargo, “la mirada de Dios permaneció siempre sobre ella, admirando su humildad, su disponibilidad, la belleza de su corazón, nunca tocado por el pecado”.

Y este es el mensaje de esperanza para nosotros, expresó Francisco:

“Para ti, que vives las mismas jornadas, agotadoras y a menudo difíciles. María te recuerda hoy que Dios también te llama a este destino de gloria. No son palabras bonitas. No es un final feliz artificioso, una ilusión piadosa o un falso consuelo. No, es la pura realidad, viva y verdadera como la Virgen Asunta al Cielo. Celebrémosla hoy con amor de hijos, animados por la esperanza de estar un día con ella en el Cielo”.

El Papa concluyó su alocución pidiendo a la Virgen que nos “recuerde que el secreto del recorrido está contenido en la palabra humildad. Y que la pequeñez y el servicio son los secretos para alcanzar la meta”.

Oración

 

La Asunción de María. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Como ocurrió con la celebración de Santiago Apóstol, al coincidir el domingo 15 de agosto la celebración de la Pascua de María, ésta eclipsa el domingo XX del Tiempo Ordinario que nos correspondería celebrar, y es que la Asunción de Nuestra Señora no es una celebración cualquiera, sino una solemnidad tan importante que se considera preceptiva.

Es una antiquísima tradición que la Iglesia oriental celebra desde el siglo V y la occidental desde el siglo VI, lo que evidencia que si ya en esos tiempos era una celebración perfectamente asumida, es por que los primeros cristianos así transmitieron este hermoso misterio de cómo fue el final de la vida entre nosotros de Nuestra Señora, esa llamada "dormición", para ser asumpta en cuerpo y alma al cielo.

A lo largo de los siglos numerosos santos, teólogos y pontífices, contribuyeron a la extensión del culto asumpcionista: Santo Tomás de Aquino, San Pío V, numerosas congregaciones religiosas y un sin fin de parroquias, iglesias, santuarios, capillas y ermitas diseminadas por todo el mundo, son expresión clara de que no estamos ante una imposición de la Iglesia, sino todo lo contrario: el sentir del pueblo fiel que supo comprender perfectamente cómo la Madre de Dios no podía terminar su peregrinar terrenal igual nosotros, precisamente por haber sido ella distinguida en su previa elección por el Señor para cooperar en la obra de la redención. Hasta la definición del dogma en 1950 transcurrió mucho tiempo, éste simplemente corrobora que la Iglesia hizo suya y ratificó lo que ya era para todos una auténtica verdad de fe.

La Palabra de Dios de esta solemnidad nos acerca a estos conocidos textos en los que la Iglesia siempre ha sabido identificar la figura de María. El pasaje del Apocalipsis de la mujer vestida de Sol, coronada de doce estrellas, hace que fijemos nuestros ojos en Nuestra Señora. El texto apocalíptico nos presenta ese símbolo del mañana, cuando todo será nuevo: un cielo nuevo, una comunidad nueva, una tierra nueva... Un pueblo liberado y una Iglesia redimida de la que María es la primera hija. No celebramos a una criatura divina, sino qué, siendo mortal como nosotros, la vemos salvada -como salvados nos sentimos nosotros- y resucitada -como anhelamos también nosotros-. Es la Hija de Sión que se ha convertido para nosotros en Madre, Reina del Cielo y abogada que interce siempre por sus hijos.

El fragmento de la primera carta de San Pablo a los corintios nos ayuda a situarnos ante el misterio que celebramos. Nos dice el Apóstol: ''Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos'', si vemos a Jesús como el nuevo Adán no podemos omitir a María, la nueva Eva. Sin María no habría encarnación; Cristo no habría venido a nosotros, no podríamos haber sido salvados de ese modo. Esta solemnidad nos recuerda que el Señor tiene Madre, una madre que quiso entregar a Juan momentos antes de su muerte para que la cuidara, y que nos la dio a todos como madre universal. María no podía terminar su peregrinación terrenal como una mortal cualquiera. Como canta la liturgia de este día: Con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida

Para los cristianos la Asumpción de María es una mirada al cielo como meta en el camino que ella siguió primero. Para nosotros no puede haber otra meta que ser santos; si no llegamos al cielo nuestra existencia habrá sido un fracaso. Nuestra misión es vivir en gracia con Dios con los hermanos que el Señor pone en nuestro camino, como hizo la Santísima Virgen. Hay muchas realidades de la vida del creyente que con riesgo de frustración del plan de salvación que Dios tiene para cada uno, se empiezan a diluir en esta sociedad, como por ejemplo es el precepto dominical, la confesión individual frecuente, o al menos una vez al año para poder comulgar. Pueden parecernos tonterías de un pasado ya superado, pero todo lo contrario; hoy más que nunca son la senda inequívoca que nos ayudan a vivir y esperar el cielo ya en la tierra. No podemos ignorar las verdades y exigencias de nuestra fe. Como decía un sabio jesuita: catolico ignorante, futuro protestante...

En el evangelio de este día hemos escuchado el canto del Magníficat, el canto de María. Ella proclama la grandeza del Señor, hace su oración de acción de gracias, consciente de que lo que Dios da sobrepasa cualquier cálculo. La alegría de quien vive unido al Señor permite vivir con el corazón ensanchado, pues responder al amor que Dios nos regala nos hace sentirnos únicos, llamados, amados. Él no nos quiere por lo que hacemos, sino sencillamente por quienes somos.

María se autodenomina "esclava" como gesto de entrega plena que asume la misión que se propone, pero preferida, hasta el punto que es consciente que su sí cambiará la historia: desde ahora me felicitaran todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes en mí. Cuántas obras buenas ha hecho Dios con nosotros, y no somos capaces de darle gracias, de valorarlas y tenerlas presentas. No dejemos pasar nuestro tiempo de vida terrenal sin saborear los pequeños y grandes regalos que el Creador nos da cada día. No esperemos a valorar las cosas cuando ya las hayamos perdido.

En este día de "La Asumpción", las palabras del Antiguo Testamento en Salmo que hemos cantado, son una definición perfecta de la realidad que vive Nuestra Señora. María no ha conocido la corrupción del sepulcro, el Señor la ha sentado junto a Él. Ella ha sido asociada a la resurrección y triunfo de su Hijo, por eso la soñamos allí coronada y engalanada con las joyas de la gloria: De pie a tu derecha está la Reina enjoyada con oro de Offir. Ella es modelo y defensora de los cristianos; al ser elevada en cuerpo y alma al cielo no se aleja de nosotros, sino que nos acerca más a su misma realidad. En palabras de Benedicto XVI: Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros. Que Ella nos ayude en nuestro camino hacia el cielo, donde nos aguarda. 

sábado, 14 de agosto de 2021

5 claves para entender el dogma de la Asunción de la Virgen María

Cada 15 de agosto celebramos el dogma de la Asunción de la Virgen María a los cielos, por ello ACI Prensa presenta cinco claves que ayudarán a entender mejor esta verdad sobre la fe católica.

1. Se debe conocer lo que significa un dogma

Un dogma es una verdad de fe absoluta, definitiva, infalible, irrevocable e incuestionable revelada por Dios a través de la Biblia o la Sagrada Tradición. Luego de ser proclamado no se puede derogar o negar, ni por el Papa ni por decisión conciliar.

Para que una verdad se torne en dogma, es necesario que sea propuesta de manera directa por la Iglesia Católica a los fieles como parte de su fe y de su doctrina, a través de una definición solemne e infalible por el Supremo Magisterio de la Iglesia.

2. “Asunción” no significa lo mismo que “Ascensión”

Según la tradición y teología de la Iglesia Católica, la Asunción es la celebración de cuando el cuerpo y alma de la Virgen María fueron glorificados y llevados al Cielo al término de su vida terrena. No debe ser confundido con la Ascensión, la cual se refiere a Jesucristo.

Se dice que la resurrección de los cuerpos se dará al final de los tiempos, pero en el caso de la Virgen María este hecho fue anticipado por un singular privilegio. Este dogma también es celebrado por la Iglesia ortodoxa.

3. El dogma se proclamó hace 70 años por Pío XII

Desde 1849 empezaron a llegar a la Santa Sede diversas peticiones para que la Asunción de la Virgen sea declarada dogma de fe. Fue el Papa Pío XII que, el 1 de noviembre de 1950, publica la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus que proclama el dogma con estas palabras:

“Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.

4. La Asunción de María es anticipación de nuestra propia resurrección

Esta fiesta tiene un doble objetivo: La feliz partida de María de esta vida y la Asunción de su cuerpo al cielo. La respuesta a por qué es importante para los católicos, la encontramos en el Catecismo de la Iglesia Católica, que dice en el numeral 966: “La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos”.

La importancia que tiene para todos nosotros la Asunción de la Virgen se da en la relación que ésta tiene entre la Resurrección de Jesucristo y nuestra resurrección. El que María se halle en cuerpo y alma ya glorificada en el Cielo, es la anticipación de nuestra propia resurrección, dado que ella es un ser humano como nosotros.

5. La Virgen no experimentó corrupción en el cuerpo al final de su vida terrena

La Escritura no da detalles sobre los últimos años de María sobre la tierra desde Pentecostés hasta la Asunción, solo sabemos que la Virgen fue confiada por Jesús a San Juan. Al declarar el dogma de la Asunción de María, Pío XII no quiso dirimir si la Virgen murió y resucitó enseguida, o si marchó directamente al cielo. Muchos teólogos piensan que la Virgen murió para asemejarse más a Jesús, pero otros sostienen que ocurrió el “Tránsito de María” o Dormición, que se celebra en Oriente desde los primeros siglos.

En lo que ambas posiciones coinciden es que la Virgen María, por un privilegio especial de Dios, no experimentó la corrupción del su cuerpo y fue asunta al cielo, donde reina viva y gloriosa, junto a Jesús.

martes, 10 de agosto de 2021

Fiesta Patronal

Nombramientos Diocesanos 2021



El Sr. Arzobispo, Mons. Jesús Sanz Montes, ofm, ha procedido a realizar los siguientes nombramientos:

Curia Diocesana

D. José Luis González Vázquez, Delegado Episcopal de Ecumenismo


D. Juan José Tuñón Escalada, Encargado del Archivo Histórico Diocesano


D. Pedro Fernández García, Director del Secretariado del Apostolado del Mar


Dña. Ana Belén Alonso González, Notaria de Matrimonios y Agente de Preces


D. Artemio Grande Bermejo, Responsable del Catecumenado de Adultos


D. José Manuel Vázquez Menéndez, Director de la Escuela de Tiempo Libre


Cabildo de Covadonga


D. David Cueto Rodríguez, Canónigo de la Real Colegiata de Covadonga


Seminario Misionero Diocesano “Redemptoris Mater”

D. Ricardo Castrillo Rojas, Rector


Vicaría de Oviedo-Centro

Arciprestazgo de Oviedo


D. José Miguel Uríos Grande, Párroco de la Unidad Pastoral de La Sagrada Familia-La Natividad de Nuestra Señora y Capellán del HUCA


D. Bernardo Granda Pérez, Capellán del Convento de Nuestra Santísima Madre del Carmen (Carmelitas Descalzas), sin dejar la Parroquia que atiende


D. Ricardo Castrillo Rojas, Adscrito a la Parroquia de San Francisco de Asís


D. Francisco Fermín Duque Ania, Diácono Permanente Adscrito a la Parroquia de San Juan el Real


D. David Álvarez Rodríguez, Diácono Adscrito a la Parroquia de San Pablo


Arciprestazgo de Siero

D. Roberto Mata Santamaría, Párroco de la Unidad Pastoral de Sariego


D. Manuel Alonso Martín, Párroco de la Unidad Pastoral de La Carrera


D. Artemio Grande Bermejo, Diácono Permanente Adscrito a la Unidad Pastoral de Siero


Arciprestazgo de El Caudal

D. Natanael Valdez Arredondo, Diácono Adscrito a la Unidad Pastoral de El Bajo Aller


Arciprestazgo de El Nalón

D. Marcos Argüelles Montes, Párroco de la Unidad Pastoral de Redes y Vicario Parroquial de Santa María de Pola de Laviana


Vicaría de Gijón-Oriente

Arciprestazgo de Gijón


D. José Reinerio Fernández Iglesias, Párroco de La Resurrección, en la Unidad Pastoral de La Resurrección-El Espíritu Santo-San Pablo


D. César Rodríguez García, Adscrito a la Unidad Pastoral de La Resurrección-El Espíritu Santo-San Pablo


D. José Eduardo Zulaiba Cordero, Párroco de Santa Cruz de Jove, sin dejar la Parroquia que atiende


D. Santiago Heras Cendón, Párroco de El Buen Pastor


D. Andrés Fernández Díaz, Párroco de La Asunción, en la Unidad Pastoral 
de La Asunción-San Juan XXIII


D. José María Laredo Argüelles, Diácono Permanente 
Adscrito a la Parroquia de San Miguel de Pumarín


Arciprestazgo de Covadonga

D. Arturo José Matías Gutiérrez, Párroco de Santa Eulalia de Coya, Santa María de Anayo, Santa Lucía de Cadanes, Nuestra Señora de la Merced de Lodeña, San Cristóbal de Pintueles, Nuestra Señora de la Asunción de Artedosa, Santo Domingo de La Marea y Santo Toribio de Tozo


Arciprestazgo de Villaviciosa

D. Carlos Capellán Montoto, Párroco de San Julián de Cazanes y San Vicente de Grases, sin dejar las Parroquias que atiende


D. Néstor Andrés Atampiz Ríos, Párroco de la Unidad Pastoral de Selorio, sin dejar de ser Vicario Parroquial de Villaviciosa


Vicaría de Avilés-Occidente

Arciprestazgo de Avilés


D. José Juan Hernández Déniz, Párroco de la Unidad Pastoral de Villalegre-La Luz


Arciprestazgo de Pravia

D. Pedro Martínez Serrano, Diácono Adscrito a la Unidad Pastoral de Muros de Nalón-Cudillero


Arciprestazgo de El Eo

D. Allan Eduardo Cerdas Gamboa, Párroco de Santa Eulalia de Oscos, en la Unidad Pastoral de Grandas de Salime-Los Oscos


D. Diego Fernando Cruz Sosa, Vicario Parroquial de Santa Eulalia de Oscos, en la Unidad Pastoral de Grandas de Salime-Los Oscos


D. Benjamín Álvarez Freije, Adscrito a la Parroquia de Santa Eulalia de Oscos


Arciprestazgo de El Acebo

D. César Gustavo Acuña Dos Santos, Párroco de la Unidad Pastoral de Pola de Allande


D. Miguel Vilariño Suárez, Párroco de la Unidad Pastoral de Degaña-Ibias, sin dejar de ser Vicario Parroquial de la Unidad Pastoral de Cangas del Narcea


D. Gonzalo Mazarrasa Martín, Vicario Parroquial de la Unidad Pastoral de Cangas del Narcea


La entrega de los nombramientos tendrá lugar en el mes de septiembre.