miércoles, 1 de mayo de 2019
¿Por qué mayo es el Mes de María?
(ACI Prensa) Durante siglos la Iglesia Católica ha dedicado todo el mes de mayo para honrar a la Vírgen María, la Madre de Dios. Aquí te explicamos por qué.
La costumbre nació en la antigua Grecia. El mes mayo era dedicado a Artemisa, la diosa de la fecundidad. Algo similar sucedía en la antigua Roma pues mayo era dedicado a Flora, la diosa de la vegetación. En aquella época celebraban los ludi florals o los juegos florales a finales de abril y pedían su intercesión.
En la época medieval abundaron costumbres similares, todo centrado en la llegada del buen tiempo y el alejamiento del invierno. El 1 de mayo era considerado como el apogeo de la primavera.
Durante este período, antes del siglo XII, entró en vigor la tradición de Tricesimum o "La devoción de treinta días a María". Estas celebraciones se llevaban a cabo del 15 de agosto al 14 de septiembre y todavía puede observarse en algunas áreas.
La idea de un mes dedicado específicamente a María se remonta al tiempo barroco o siglo XVII. Si bien, no siempre se llevó a cabo en mayo, el mes de María incluía treinta ejercicios espirituales diarios en honor a la Madre de Dios.
Fue en esta época que el mes de mayo y de María se combinaron, haciendo que esta celebración cuente con devociones especiales organizadas cada día durante todo el mes. Esta costumbre se extendió sobre todo durante el siglo XIX y se practica hasta hoy.
Las formas en que María es honrada en mayo son tan variadas como las personas que la honran.
Es común que las parroquias tengan en mayo un rezo diario del Rosario y muchas erijan un altar especial con una estatua o imagen de María. Además, se trata de una larga tradición el coronar su estatua, una costumbre conocida como la Coronación de Mayo.
A menudo, la corona está hecha de hermosas flores que representan la belleza y la virtud de María y también es un recordatorio a los fieles para esforzarse en imitar sus virtudes. Esta coronación es en algunas áreas una gran celebración y, por lo general, se lleva a cabo fuera de la Misa.
Los altares y coronaciones en este mes no son solo privilegios de la parroquia. En los hogares también se puede participar plenamente en la vida de la Iglesia.
Debemos darle un lugar especial a María no porque sea una tradición de larga data en la Iglesia o por las gracias especiales que se pueden obtener, sino porque María es nuestra Madre, la madre de todo el mundo y porque se preocupa por todos nosotros, intercediendo incluso en los asuntos más pequeños.
Por eso se merece todo un mes en su honor.
Nicola Bux: ‘La salvación del mundo depende de los sacramentos, no de la acogida de los migrantes’
InfoVaticana en Roma entrevista a Monseñor Nicola Bux, quien fuera consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, colaborador de Juan Pablo II y Benedicto XVI y autor de numerosos libros de carácter litúrgico y teológico, entre los que destacamos “Con los sacramentos no se juega”.
Monseñor Nicola Bux lamenta que “el ateísmo ha penetrado en la Iglesia”, denuncia la banalización de los sacramentos como consecuencia de una crisis de Fe y explica, entre otras cosas, por qué debemos recibir la Sagrada Forma en la boca y no en las manos.
En una de sus homilías, Benedicto XVI señaló que “la acción litúrgica sólo puede expresar todo su significado y valor si va precedida, acompañada y seguida de una actitud interior de fe y adoración”. Usted en varias ocasiones ha asegurado que estamos viviendo una crisis de Fe, ¿cuál diría que es la principal causa de esta crisis?
La adoración expresa la fe en la presencia del Señor, ante nosotros, en la liturgia, que por eso se llama “sagrada”. La fe es el reconocimiento de que el Señor Jesucristo está presente, vivo y activo en su Iglesia, como se afirma en la Constitución Litúrgica del Vaticano II, n. 7. Sin fe y adoración, la liturgia no da gloria a Dios, y no tiene eficacia salvífica para las almas.
Esta crisis es la consecuencia de olvidar y de excluir a Dios de nuestras vidas. Como Benedicto XVI y otros pastores han observado, la razón es que el ateísmo ha penetrado en la Iglesia. La crisis antropológica sigue: el hombre no cree en la resurrección del Señor y, por lo tanto, tampoco en la suya propia, que comienza con la superación de la muerte, el paso de la muerte a la vida, del pecado a la Gracia.
Una de sus últimas obras es “Con los sacramentos no se juega”. ¿Qué significado tienen los sacramentos en la vida de un católico?
Los sacramentos son alimentos y medicamentos especiales que transmiten fuerza – virtudes, en el sentido clásico – empezando por el bautismo y la confirmación, que respectivamente destruyen el pecado original, dan la gracia de la filiación divina y la capacidad de dar testimonio de Jesucristo en el mundo. La confesión, seguida de la penitencia y la reconciliación, y la unción de los enfermos, respectivamente, restauran la inocencia de los pecadores, la salud del cuerpo y del alma, y salvan de la condenación eterna. Los sacramentos del orden sagrado y del matrimonio, respectivamente, permiten al ministerio sacerdotal y al servicio mutuo, transmitir el poder de la caridad divina. Y sobre todo la Eucaristía, que no sólo transmite una virtud, una fuerza, sino que nos pone en contacto con la persona misma de Jesucristo, persona divino-humana, a la que alimenta para santificar y divinizar al hombre y hacer posible el paso -la Pascua- ya aquí en la tierra, santificando, es decir, purificando de este mundo -como dice el apóstol Santiago- para la vida eterna.
¿A qué se refiere con que “no se deben jugar con ellos”?
Cada sacramento es importante para el crecimiento personal y social del cristiano, desde el nacimiento – bautismo – hasta la muerte – la extrema unción. Pero la Eucaristía es el sacramento más importante, el Santísimo Sacramento, porque es la persona misma de nuestro Señor, en cuerpo, sangre, alma y divinidad. Quien no reconoce -como dice san Pablo- esta presencia, es decir, no tiene fe, no la adora, la recibe en pecado mortal, la profana, abusa de ella, la reduce, come y bebe su condenación (1 Cor 11,29); entonces el Apóstol advierte a los cristianos: “Por eso muchos entre vosotros son débiles y enfermos y muchos mueren” (ivi., 30). Así que este sacramento, en vez de ser, según Ignacio de Antioquía, una “droga de la inmortalidad”, se convierte en un veneno que conduce a la muerte eterna.
Hace unas semanas denunció en una conferencia impartida en Roma que los sacramentos se han reducido a simples acontecimientos sociales. ¿Cuáles son las consecuencias de esta tendencia?
La catequesis en las últimas décadas después del Vaticano II ha descuidado u omitido enseñar la dimensión principalmente personal de los sacramentos. Es decir, que aunque sean administrados en la comunidad eclesial, conciernen a la persona, el cuerpo, el alma y el espíritu, del creyente cristiano individual, que debe prepararse para recibirlos personalmente, individualmente y lograr los efectos propios para la eficacia de cada uno. Que el sacramento se reciba en un rito individual o en un rito comunitario, no cambia la potencia y el efecto sobre la persona. Si la persona recibe y es fortalecida por el sacramento, también tiene una influencia constructiva en la vida de la comunidad cristiana. Pero si la persona recibe el sacramento en una condición viciosa – por ejemplo, en un concubinato, en un adulterio, … el vicio se transmite a la comunidad. Reducir la celebración sacramental a su dimensión social es, por tanto, mentir sobre la verdad de estos signos santos -los sacramentos- que Jesucristo ha querido, ha instituido, y ha confiado a la Iglesia para la salvación del hombre y, por tanto, del mundo.
Los católicos deben ser conscientes de ello, porque la salvación del mundo depende de los sacramentos, no del compromiso social con los pobres, de la acogida de los migrantes y de la salvaguarda de la creación. La Iglesia no ha recibido otro mandato de su Señor que el de hacer discípulos de todas las naciones y enseñarles todo lo que se le ha mandado, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Especialmente con los sacramentos – que son la palabra divina de la Palabra hecha carne – el Señor está con nosotros hasta el fin del mundo.
Durante la misma conferencia lamentó la forma en que algunos lugares sagrados se utilizan para otros fines. Sin ir más lejos, hace un mes se celebró en la Catedral de la Almudena un concierto de musulmanes y judíos por “la Semana Mundial de la Armonía Interconfesional de la ONU” bajo el amparo del cardenal Osoro. ¿Qué opina sobre este tipo de actos?
Quizás se ha olvidado que la Catedral, como todos los lugares sagrados cristianos dispersos por el mundo, están dedicados al Dios Uno y Trino, que es consagrado, santificado, bendecido, con el rito solemne de la dedicación de la iglesia. Es un regalo hecho a nuestro Dios. ¿Qué es lo que hacemos? ¿Retiramos el regalo que le dimos? Los hombres que pertenecen a otras religiones, especialmente judíos y musulmanes, deducen que los católicos ya no están seguros de la fe que profesan, porque están enfermos de relativismo, no creen en los derechos de Dios al culto que le corresponde a Él y a los lugares que a Él se le dedican. Así, otras religiones terminan despreciándonos, en lugar de recibir el testimonio de la verdad, que sirve para acercarse al Dios vivo y verdadero.
Este es otro síntoma grave de la crisis de fe que estamos experimentando.
En su libro defiende la importancia de recibir la Comunión en la boca. ¿Qué le diría a una persona que defiende lo contrario?
Le diría lo siguiente: ¿le permitiría su médico que tomara un alimento especial y un medicamento con las manos expuestas a la contaminación? ¿O más bien con la boca, el órgano más delicado? La Eucaristía no es un alimento común sino la medicina de la inmortalidad. Recibirlo en la lengua y no recibirlo en la mano es sin duda un signo importante, que se va difundiendo cada vez más, a medida que los fieles toman conciencia de a quién van a recibir, y comprenden que no van sino a recibir al Señor; el mismo Jesús dio la Comunión en boca de los Apóstoles.
¿Qué opina acerca de la posible apertura de la Comunión a las personas divorciadas vueltas a casar?
Supondría la convicción de que la Eucaristía es una comida para los pecadores y no el sacramento para los pecadores que se han convertido y reconciliado con Dios y con la Iglesia.
Son varias las voces que dentro de la curia defienden un cambio en la Liturgia. ¿Qué opina al respecto?
En las últimas décadas se ha olvidado que la sagrada Liturgia la recibimos del Señor por medio de la tradición apostólica y que no está a disposición de la Iglesia, como lo demuestra el hecho de que la Misa no es válida si se cambia la fórmula sacramental. Esta es la parte inmutable de una institución divina, como lo establece la Constitución litúrgica del Vaticano II (n. 21). Los cambios permitidos deben seguir la tradición de los padres (cfr. ivi, n. 50); de lo contrario, la fe está en peligro, ya que existe una estrecha relación entre la “regula fidei” y la regla de la oración, es decir, la sagrada liturgia. Sacrosanctum Concilium afirma en el art. 22 que absolutamente nadie, ni siquiera un sacerdote, puede añadir, quitar o cambiar nada. Dentro de estos límites, el Papa y los obispos pueden moderar, o más bien aplicar, las normas litúrgicas. Ningún creyente o pastor – como ningún juez – es superior a la ley divina.
Repasando el Catecismo
La defensa de la paz
2302 Recordando el precepto: “No matarás” (Mt 5, 21), nuestro Señor pide la paz del corazón y denuncia la inmoralidad de la cólera homicida y del odio:
La ira es un deseo de venganza. “Desear la venganza para el mal de aquel a quien es preciso castigar, es ilícito”; pero es loable imponer una reparación “para la corrección de los vicios y el mantenimiento de la justicia” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 158, a. 1, ad 3). Si la ira llega hasta el deseo deliberado de matar al prójimo o de herirlo gravemente, constituye una falta grave contra la caridad; es pecado mortal. El Señor dice: “Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal” (Mt 5, 22).
2303 El odio voluntario es contrario a la caridad. El odio al prójimo es pecado cuando se le desea deliberadamente un mal. El odio al prójimo es un pecado grave cuando se le desea deliberadamente un daño grave. “Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial...” (Mt 5, 44-45).
2304 El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz. La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra, sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad. Es la “tranquilidad del orden” (San Agustín, De civitate Dei 19, 13). Es obra de la justicia (cf Is 32, 17) y efecto de la caridad (cf GS 78, 1-2).
2305 La paz terrenal es imagen y fruto de la paz de Cristo, el “Príncipe de la paz” mesiánica (Is 9, 5). Por la sangre de su cruz, “dio muerte al odio en su carne” (Ef 2, 16; cf Col 1, 20-22), reconcilió con Dios a los hombres e hizo de su Iglesia el sacramento de la unidad del género humano y de su unión con Dios. “El es nuestra paz” (Ef 2, 14). Declara “bienaventurados a los que construyen la paz” (Mt 5, 9).
2306 Los que renuncian a la acción violenta y sangrienta y recurren para la defensa de los derechos del hombre a medios que están al alcance de los más débiles, dan testimonio de caridad evangélica, siempre que esto se haga sin lesionar los derechos y obligaciones de los otros hombres y de las sociedades. Atestiguan legítimamente la gravedad de los riesgos físicos y morales del recurso a la violencia con sus ruinas y sus muertes (cf GS 78).
2302 Recordando el precepto: “No matarás” (Mt 5, 21), nuestro Señor pide la paz del corazón y denuncia la inmoralidad de la cólera homicida y del odio:
La ira es un deseo de venganza. “Desear la venganza para el mal de aquel a quien es preciso castigar, es ilícito”; pero es loable imponer una reparación “para la corrección de los vicios y el mantenimiento de la justicia” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 158, a. 1, ad 3). Si la ira llega hasta el deseo deliberado de matar al prójimo o de herirlo gravemente, constituye una falta grave contra la caridad; es pecado mortal. El Señor dice: “Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal” (Mt 5, 22).
2303 El odio voluntario es contrario a la caridad. El odio al prójimo es pecado cuando se le desea deliberadamente un mal. El odio al prójimo es un pecado grave cuando se le desea deliberadamente un daño grave. “Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial...” (Mt 5, 44-45).
2304 El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz. La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra, sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad. Es la “tranquilidad del orden” (San Agustín, De civitate Dei 19, 13). Es obra de la justicia (cf Is 32, 17) y efecto de la caridad (cf GS 78, 1-2).
2305 La paz terrenal es imagen y fruto de la paz de Cristo, el “Príncipe de la paz” mesiánica (Is 9, 5). Por la sangre de su cruz, “dio muerte al odio en su carne” (Ef 2, 16; cf Col 1, 20-22), reconcilió con Dios a los hombres e hizo de su Iglesia el sacramento de la unidad del género humano y de su unión con Dios. “El es nuestra paz” (Ef 2, 14). Declara “bienaventurados a los que construyen la paz” (Mt 5, 9).
2306 Los que renuncian a la acción violenta y sangrienta y recurren para la defensa de los derechos del hombre a medios que están al alcance de los más débiles, dan testimonio de caridad evangélica, siempre que esto se haga sin lesionar los derechos y obligaciones de los otros hombres y de las sociedades. Atestiguan legítimamente la gravedad de los riesgos físicos y morales del recurso a la violencia con sus ruinas y sus muertes (cf GS 78).
El genuino sentido del rito
Escribe José Luis Alonso Tuñón, Delegado episcopal de Piedad Popular
Una vez que hemos pasado la Semana de Pasión, ahoraV Semana de Cuaresma y la Semana Santa es tiempo de revisión serena y sin prejuicios. Desde luego que es imprescindible el tener más claro que todo el camino cuaresmal hay que vivirlo a la Luz de la Pascua, de lo contrario, aumenta el riesgo de quedarse en apariencias externas que pueden convertir nuestras manifestaciones religiosas en espectáculo, o en el mejor de los casos, en tradiciones o expresión cultural, que tanto gusta a algunos, como quien quiere ocultar lo que verdaderamente está en la raíz de estas expresiones. En definitiva, los que participamos en los actos de Semana Santa tenemos que poner todo el interés en que nuestras actitudes en su trasfondo expresen, sin ambigüedades, cuáles son los verdaderos motivos por los que nos manifestamos tanto a nivel comunitario como personal.
Es necesario que en las celebraciones de Semana Santa haya una valoración prioritaria de las celebraciones litúrgicas de las cuales dimanan las manifestaciones populares: procesiones, viacrucis, y otras expresiones de religiosidad popular, que por distintas razones fueron “evolucionando” en muchos casos “degenerando”, perdiendo su sentido original, por cierto siempre con verdadero sentido cristiano. Se me ocurren en este momento algunos ejemplos, que no voy a citar, porque no hay espacio suficiente para hablar del rito original, su sentido, y sus realización actual.
Por otra parte, sería conveniente un estudio de los mismos y que sirviera de enseñanza para recuperar el genuino sentido del rito, en algunos casos, verdaderas catequesis plásticas de algún pasaje de la vida de Jesús, o de temas doctrinales referidos a la vida cristiana. Ciertamente sería más positivo que estos ritos pudieran recuperar el sentido que tuvieron en el principio y que aún ahora conservan para los que lo conocen. Lo que parece claro es que las celebraciones de todo el año necesitan revisión permanente para no caer en la rutina y, casi, en el sinsentido.
¡Cristo ha resucitado! Proclamémoslo de palabra y con nuestras vidas.
Confía en la Resurrección. Por Fray Cornelius Avaritt, OP
No siempre podemos entender cuándo, porqué o cómo hace Dios lo que hace. Dios sigue siendo un misterio.
Si llegamos a entender del todo cada hecho o acontecimiento que sucede en nuestra vida, nuestra naturaleza caída nos puede llevar a pensar que no necesitamos a Dios.
Y a pesar de todo, confiamos en que Dios cuidará de nosotros, nos guiará y nos amará. Confiamos en que Dios sabe lo que más nos conviene y nos lo revelará de una manera que implique nuestra felicidad eterna. Confiar en Dios nos da paz. Es motivo de paz no tener que entender todo lo que hace.
A menudo he sido testigo de que a amigos y familiares se les diagnosticó una enfermedad grave. En lugar de sentirse desesperados, aceptaron el sufrimiento con total confianza en la providencia del Señor.
Debido a su confianza, encontraron la paz. No entendieron exactamente porqué Dios permitió su enfermedad, y sin embargo, confiaron en que Dios tenía en la mente su felicidad última. Confiar en el Señor aumentó su fe y les dio paz.
Podemos o no sufrir una enfermedad grave, pero al contemplar los misterios de la providencia de Dios podemos crecer en la confianza en Él, lo que a su vez conduce a la paz.
Contemplar el misterio de la pasión de Cristo como un acto de amor por la humanidad, aumenta nuestra confianza y nos da paz.
Los actos de confianza nos dan paz y fortalecen nuestra fe en el amor de Dios. La confianza que tenemos en la resurrección de Cristo nos da paz.
Dios Padre, resucitando a Cristo de entre los muertos mos mostró otro gesto de inmenso amor.
Entender completamente cómo sucedió la resurrección no es necesario. Lo importante es confiar y creer en el misterio.
Confiamos en que un día nos llevará a Su Reino celestial.
Confiando en los misterios del Señor encontramos paz y felicidad.
Durante el tiempo de Pascua, tómate un tiempo para deleitarte con el misterio de la Resurrección de Cristo. Date cuenta de que lo hizo por tí porque te ama, aunque no entiendas bien el porqué.
El misterio te invita a seguir adelante. Contempla el misterio de la Resurrección de Cristo y responde a las indicaciones del Señor, diciéndole: Te doy gracias y confío en Tí.
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