Con gozo nos acercamos otro
año más para celebrar la solemnidad de Nuestra Señora bajo la advocación de “la
Asunción”, titular de esta Parroquia y Patrona del pueblo de Viella. Celebrar a
la Madre siempre nos produce alegría, pero en esta fiesta mucho más, pues no
hablamos de cualquier cosa sino que hablamos del final de la vida en este mundo
de María y del comienzo de su vida “con mayúsculas”.
Al celebrar esta pascua de
María, conocida también como “la Virgen de Agosto”, nos reunimos como Comunidad
peregrina entorno a la mesa del altar. Su belleza es más brillante que “la del
oro de Ofir” (nos recuerda el salmista) pero unas veces queriendo y las más sin
darnos cuenta, entristecemos ese bello rostro que con tanta ternura nos mira y
acoge siempre a todos. Busquemos por tanto pues, a través de Ella, lo mucho que
nos une y alegra y tratemos de eliminar aquello que nos entristece y separa.
Todo el año litúrgico está cargado de momentos marianos: la Natividad, Encarnación,
Presentación, Visitación, Dulce Nombre, Dolorosa… pero de entre
todas estas hay dos fiestas de María de especial relevancia: su Concepción
Inmaculada y su Asunción al Cielo. El contexto de estas dos celebraciones nos predispone a buscar su
importancia para nosotros, la cual evidencia el amor que Dios nos
tiene al poner a esta humilde nazarena como punto de referencia de nuestra
esperanza. Lo hacemos desde dos ideas: Ella nació libre de pecado; nosotros
nacimos pecadores, y por ello, necesitados del bautismo purificador. María no conoció la
corrupción del sepulcro sino que subió al cielo en cuerpo y alma, mientras que
a nosotros nos espera la muerte y la sepultura. La Asunción de María no hace más que anticipar nuestra
propia llamada a la vida; una vida diferente que comienza en este mundo pero
que termina eternamente más allá de él.
Pero, ¿qué pasó realmente con María?; ¿murió?; ¿se durmió? … no lo sabemos a
ciencia cierta pero lo que sí es verdad es que terminó su vida terrenal de
manera distinta a la nuestra. Y así nos lo refiere el “dogma”
aprobado por Pio XII el uno de
noviembre de 1950 en la bula “Munificentissimus
Deus” al decir: Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que
la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su
vida terrena fue assumpta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.
Con estas palabras la
Iglesia Católica recogía y hacia suya una verdad creída y transmitida por el
pueblo fiel desde hacía más de 1900 años; ejemplo de ello es nuestra propia Parroquia
de Viella en la que mucho antes de la citada fecha se daba por un hecho asumido
con fe la Asunción de María.
Los
destinatarios de éste, seamos más o menos practicantes, hemos sido bautizados
porque así lo quisieron nuestros padres; ahora, en lo que respecta al final,
nos tocará elegir a nosotros la meta: con Dios subiendo al cielo, o,
renunciando a Él, en un estadio de vacio al que llamamos infierno, en el cual no
hay cuernos, pinchos ni llamas (que inspiraron, describieron y representaron
tantos artistas) sino tan solo la pura y desgarradora ausencia de la presencia
del Señor.
Hoy en día no está de moda
hablar ni de cielo ni del infierno; los curas parece que lo tienen prohibido o
les da vergüenza, pero es una realidad que más pronto o más tarde se nos
presentará. Al cielo no va el bueno ni al infierno el malo, aquí de lo que se
trata es de estar con Él, contra Él o sin Él…
Os invito hoy a fijaros en
la Imagen de Nuestra Señora; cómo su figura se eleva en expresión de canto de
acción de gracias como nos recuerda el evangelio de Lucas: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se
alegra mi espíritu en Dios mi salvador…”
Que nuestra vida sea un
continuo proclamar las numerosas gracias con que ha colmado nuestra vida el
buen Dios por medio de su santísima Madre.
¡Feliz Fiesta de la
Asunción! ¡Feliz Fiesta Paxarra!
Joaquín,
Párroco
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