lunes, 14 de agosto de 2017

‘’De Fiesta por la Asunción'’. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Con gozo nos acercamos otro año más para celebrar la solemnidad de Nuestra Señora bajo la advocación de “la Asunción”, titular de esta Parroquia y Patrona del pueblo de Viella. Celebrar a la Madre siempre nos produce alegría, pero en esta fiesta mucho más, pues no hablamos de cualquier cosa sino que hablamos del final de la vida en este mundo de María y del comienzo de su vida “con mayúsculas”. 

Al celebrar esta pascua de María, conocida también como “la Virgen de Agosto”, nos reunimos como Comunidad peregrina entorno a la mesa del altar. Su belleza es más brillante que “la del oro de Ofir” (nos recuerda el salmista) pero unas veces queriendo y las más sin darnos cuenta, entristecemos ese bello rostro que con tanta ternura nos mira y acoge siempre a todos. Busquemos por tanto pues, a través de Ella, lo mucho que nos une y alegra y tratemos de eliminar aquello que nos entristece y separa.

Todo el año litúrgico está cargado de momentos marianos: la Natividad, Encarnación, Presentación,  Visitación, Dulce Nombre, Dolorosa… pero de entre todas estas hay dos fiestas de María de especial relevancia: su Concepción Inmaculada y su Asunción al Cielo. El contexto de estas dos celebraciones nos predispone a buscar su importancia para nosotros, la cual evidencia el  amor que Dios nos tiene al poner a esta humilde nazarena como punto de referencia de nuestra esperanza. Lo hacemos desde dos ideas: Ella nació libre de pecado; nosotros nacimos pecadores, y por ello, necesitados del bautismo purificador. María no conoció la corrupción del sepulcro sino que subió al cielo en cuerpo y alma, mientras que a nosotros nos espera la muerte y la sepultura. La Asunción de María no hace más que anticipar nuestra propia llamada a la vida; una vida diferente que comienza en este mundo pero que termina eternamente más allá de él.

Pero, ¿qué pasó realmente con María?; ¿murió?; ¿se durmió? … no lo sabemos a ciencia cierta pero lo que sí es verdad es que terminó su vida terrenal de manera distinta a la nuestra.  Y así nos lo refiere el  “dogma” aprobado por Pio XII el uno de noviembre de 1950 en la bula “Munificentissimus Deus” al decirPronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue assumpta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.

Con estas palabras la Iglesia Católica recogía y hacia suya una verdad creída y transmitida por el pueblo fiel desde hacía más de 1900 años; ejemplo de ello es nuestra propia Parroquia de Viella en la que mucho antes de la citada fecha se daba por un hecho asumido con fe la Asunción de María.

            Los destinatarios de éste, seamos más o menos practicantes, hemos sido bautizados porque así lo quisieron nuestros padres; ahora, en lo que respecta al final, nos tocará elegir a nosotros la meta: con Dios subiendo al cielo, o, renunciando a Él, en un estadio de vacio al que llamamos infierno, en el cual no hay cuernos, pinchos ni llamas (que inspiraron, describieron y representaron tantos artistas) sino tan solo la pura y desgarradora ausencia de la presencia del Señor.

Hoy en día no está de moda hablar ni de cielo ni del infierno; los curas parece que lo tienen prohibido o les da vergüenza, pero es una realidad que más pronto o más tarde se nos presentará. Al cielo no va el bueno ni al infierno el malo, aquí de lo que se trata es de estar con Él, contra Él o sin Él…

Os invito hoy a fijaros en la Imagen de Nuestra Señora; cómo su figura se eleva en expresión de canto de acción de gracias como nos recuerda el evangelio de Lucas: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador…”

Que nuestra vida sea un continuo proclamar las numerosas gracias con que ha colmado nuestra vida el buen Dios por medio de su santísima Madre.

¡Feliz Fiesta de la Asunción! ¡Feliz Fiesta Paxarra!


Joaquín, Párroco

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