lunes, 14 de agosto de 2017

Repasando el Catecismo (XLVIII)

2145 El fiel cristiano debe dar testimonio del nombre del Señor confesando su fe sin ceder al temor (cf Mt 10, 32; 1 Tm 6, 12).     La predicación y la catequesis deben estar penetradas de adoración y de respeto hacia el nombre de Nuestro Señor Jesucristo.

2146 El segundo mandamiento prohíbe abusar del nombre de Dios, es decir, todo uso inconveniente del nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de todos los santos.

2147 Las promesas hechas a otro en nombre de Dios comprometen el honor, la fidelidad, la veracidad y la autoridad divinas. Deben ser respetadas en justicia. Ser infiel a ellas es abusar del nombre de Dios y, en cierta manera, hacer de Dios un mentiroso (cf 1 Jn 1, 10).

2148 La blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste en proferir contra Dios —interior o exteriormente— palabras de odio, de reproche, de desafío; en injuriar a Dios, faltarle al respeto en las expresiones, en abusar del nombre de Dios. Santiago reprueba a “los que blasfeman el hermoso Nombre (de Jesús) que ha sido invocado sobre ellos” (St 2, 7). La prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte. El abuso del nombre de Dios para cometer un crimen provoca el rechazo de la religión.

La blasfemia es contraria al respeto debido a Dios y a su santo nombre. Es de suyo un pecado grave (cf CIC can. 1396).

2149 Las palabras mal sonantes que emplean el nombre de Dios sin intención de blasfemar son una falta de respeto hacia el Señor. El segundo mandamiento prohíbe también el uso mágico del Nombre divino.

«El Nombre de Dios es grande allí donde se pronuncia con el respeto debido a su grandeza y a su Majestad. El nombre de Dios es santo allí donde se le nombra con veneración y temor de ofenderle» (San Agustín, De sermone Domini in monte, 2, 5, 19).

Adecentando el cementerio


María Asunta al Cielo




‘’De Fiesta por la Asunción'’. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Con gozo nos acercamos otro año más para celebrar la solemnidad de Nuestra Señora bajo la advocación de “la Asunción”, titular de esta Parroquia y Patrona del pueblo de Viella. Celebrar a la Madre siempre nos produce alegría, pero en esta fiesta mucho más, pues no hablamos de cualquier cosa sino que hablamos del final de la vida en este mundo de María y del comienzo de su vida “con mayúsculas”. 

Al celebrar esta pascua de María, conocida también como “la Virgen de Agosto”, nos reunimos como Comunidad peregrina entorno a la mesa del altar. Su belleza es más brillante que “la del oro de Ofir” (nos recuerda el salmista) pero unas veces queriendo y las más sin darnos cuenta, entristecemos ese bello rostro que con tanta ternura nos mira y acoge siempre a todos. Busquemos por tanto pues, a través de Ella, lo mucho que nos une y alegra y tratemos de eliminar aquello que nos entristece y separa.

Todo el año litúrgico está cargado de momentos marianos: la Natividad, Encarnación, Presentación,  Visitación, Dulce Nombre, Dolorosa… pero de entre todas estas hay dos fiestas de María de especial relevancia: su Concepción Inmaculada y su Asunción al Cielo. El contexto de estas dos celebraciones nos predispone a buscar su importancia para nosotros, la cual evidencia el  amor que Dios nos tiene al poner a esta humilde nazarena como punto de referencia de nuestra esperanza. Lo hacemos desde dos ideas: Ella nació libre de pecado; nosotros nacimos pecadores, y por ello, necesitados del bautismo purificador. María no conoció la corrupción del sepulcro sino que subió al cielo en cuerpo y alma, mientras que a nosotros nos espera la muerte y la sepultura. La Asunción de María no hace más que anticipar nuestra propia llamada a la vida; una vida diferente que comienza en este mundo pero que termina eternamente más allá de él.

Pero, ¿qué pasó realmente con María?; ¿murió?; ¿se durmió? … no lo sabemos a ciencia cierta pero lo que sí es verdad es que terminó su vida terrenal de manera distinta a la nuestra.  Y así nos lo refiere el  “dogma” aprobado por Pio XII el uno de noviembre de 1950 en la bula “Munificentissimus Deus” al decirPronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue assumpta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.

Con estas palabras la Iglesia Católica recogía y hacia suya una verdad creída y transmitida por el pueblo fiel desde hacía más de 1900 años; ejemplo de ello es nuestra propia Parroquia de Viella en la que mucho antes de la citada fecha se daba por un hecho asumido con fe la Asunción de María.

            Los destinatarios de éste, seamos más o menos practicantes, hemos sido bautizados porque así lo quisieron nuestros padres; ahora, en lo que respecta al final, nos tocará elegir a nosotros la meta: con Dios subiendo al cielo, o, renunciando a Él, en un estadio de vacio al que llamamos infierno, en el cual no hay cuernos, pinchos ni llamas (que inspiraron, describieron y representaron tantos artistas) sino tan solo la pura y desgarradora ausencia de la presencia del Señor.

Hoy en día no está de moda hablar ni de cielo ni del infierno; los curas parece que lo tienen prohibido o les da vergüenza, pero es una realidad que más pronto o más tarde se nos presentará. Al cielo no va el bueno ni al infierno el malo, aquí de lo que se trata es de estar con Él, contra Él o sin Él…

Os invito hoy a fijaros en la Imagen de Nuestra Señora; cómo su figura se eleva en expresión de canto de acción de gracias como nos recuerda el evangelio de Lucas: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador…”

Que nuestra vida sea un continuo proclamar las numerosas gracias con que ha colmado nuestra vida el buen Dios por medio de su santísima Madre.

¡Feliz Fiesta de la Asunción! ¡Feliz Fiesta Paxarra!


Joaquín, Párroco

«El robo en la Catedral fue un revulsivo. Se llevaron nuestros signos de identidad»

(El comercio) Hace 40 años, Benito Gallego (Villamoratiel de las Matas, León, 1943) era el canónigo más joven de la Catedral. Hoy es testigo de excepción del delito que conmocionó a Asturias y a toda España: el robo de las partes valiosas de la Cruz de los Ángeles, la Cruz de la Victoria y la Caja de las Ágatas por el pontevedrés José Domínguez Saavedra.

-Llevaba dos años de canónigo.

-Año y medio. Estaba dedicado específicamente a mi labor de penitenciario (confesor principal). El robo fue la noche del 9 al 10 de agosto. Al día siguiente, entramos juntos en la Catedral Ignacio Laizola, capellán de las Pelayas, y yo. Veníamos tranquilamente a nuestra labor diaria y vimos algo extraño en el balconcillo del crucero que da a la Cámara Santa: una cuerda colgada. Miramos alrededor y vimos algún lampadario un poco forzado. Cogimos las llaves, fuimos hacia la Cámara y... un impacto muy grande.

-¿Cómo se sintió?

-Muy mal. No nos lo podíamos creer. Vimos deshechas las piezas que tenían oro y piedras preciosas. Comprobamos que la Cruz de los Ángeles tenía un brazo roto, quedaba en pura madera. Vimos también una lata de conservas, mejillones o sardinas, y restos de fuego que se había hecho con un periódico o similar. Inmediatamente bajamos y llamamos a la Policía, además de que ya iban llegando los demás canónigos. Con esa impresión, no quisimos tocar nada.

-¿Cuál fue la reacción capitular?

-De incredulidad. Muy impresionados, sobre todo los canónigos mayores y más responsables, como el deán, Demetrio Cabo, y Luis Cortina, que era el encargado de las llaves. Luego hubo declaraciones a la Policía, fueron tomando pruebas de cómo estaba todo. Nos preguntaron allí, todo sobre el terreno.

-¿Puede reconstruir el robo?

-La impresión con la que me quedé fue que Saavedra, al cerrar la Cámara Santa, se quedó escondido en una escalera. No era difícil por cómo estaba aquello: no había seguridad, no había alarmas. La gente entraba dentro del 'camarín'. No había ni un horario fijo de visitas. Cuando estaba todo en calma, bajó del escondite y, con una ganzúa, que también apareció allí, forzó la verja y se fue solo a por las piezas de oro: no fue a por las reliquias ni a por el Arca Santa.

-¿Las obras que había en el tejado le pudieron ayudar?

-Sí, eso lo facilitó. Lo que no sé es si los obreros ya habían terminado. Al día siguiente no los vi por allí. Descerrajó el oro y lo fue metiendo en una bolsa de deporte. Había una especie de cuerda del balcón al crucero por la que pensamos que bajó, no tuvo que abrir puertas como la verja de entrada a la Cámara Santa. Después intentó abrir esta caja fuerte (señala la de su despacho de sacristía) y, como no podía, trató de sacarla. Picó, no sé con qué. No lo logró.

-¿Había algo de valor dentro?

-No, ahí suele haber poco dinero. Algo de donativos, de bodas. Entonces, en agosto, había pocas. Saavedra dio un paseo por la Catedral. Pasó por los lampadarios, que no creo que sacase mucho de ahí. No estoy seguro de si salió por el tránsito de Santa Bárbara o por la Puerta de la Limosna. Ese es el recorrido que la Policía hacía también.

-¿Notaron la reacción de la gente? Hubo manifestaciones.

-Sí, después de un breve espacio de tiempo hubo una más potente, decían que cuatro mil y pico personas. Ahí estaba la gente de la ciudad, algunos 'amigos' de la Catedral en protesta contra las autoridades y el Cabildo que pude percibir. Creo que fue un revulsivo para la ciudad: se habían llevado nuestros signos de identidad, los signos de Oviedo.

-Eran símbolos de una comunidad que aún no existía.

-Pero ya lo eran de Asturias y de Oviedo. La bandera no es que se hiciera con la democracia, todo existía. Eso removió las conciencias. Hay cosas que, cuando faltan, uno las valora. Fue un revulsivo social y también político, los poderes públicos se sensibilizaron. Enseguida se nombró una comisión por el arzobispo para ver cómo se podía restaurar.

-El robo tuvo eco internacional.

-Claro. No se tardó mucho en detener a este chico con restos en su mochila. Otras partes estaban en una escombrera de Gijón. Se recuperó prácticamente todo. La comisión empezó a funcionar enseguida en el Palacio de la Diputación.

-Hubo reivindicaciones pintorescas del robo.

-Sí, pero eso se cayó enseguida. Él siempre declaró que estaba solo, aunque algunos sospechan que había más.

-Su abogado, Antonio Masip, así lo sostiene.

-No lo sé, eso no se probó nunca. Las huellas eran de este chico.

-¿Puede que tuviera ayuda de dentro o de alguien que conociera?

-Sospechamos que no porque todo fue muy basto en la realización, muy torpe. No eran especialistas, desde luego. Él estaría dos o tres días por ahí, imagino. Aprovechó la escalera para guardarse.

-¿Qué partes no se recuperaron?

-Un camafeo de la Caja de las Ágatas que después se recuperó con tiempo y se repuso. La primera decisión que tomó la comisión fue cómo se iba a restaurar y dónde: en Oviedo, en el taller de Pedro Álvarez.

-Saavedra dijo que había partes que no aparecerían porque estaban en otras manos.

-Las que vendió a los gitanos de Orense. Si hay alguna pieza muy pequeñita que no... no lo sé.

-¿Barajaron hacer una réplica y dejar aparte los restos rotos?

-No se ha permitido por el Cabildo hacer réplicas cogiendo las cruces, ni siquiera a Carlos Álvarez, el restaurador jefe.

-La comisión estuvo años reuniéndose. ¿Tan complejo era todo?

-En febrero del 78 es la primera reunión y, en 1982, ya están prácticamente las dos cruces terminadas. Ya ese año notamos un incremento muy grande de asistencia de la gente para la bendición del sudario. Tanto es así que en el 85 le pedimos al arzobispo licencia para bajar el sudario al centro del altar, y a los tres días se muestra porque estaba llena la Catedral. Antes se ponía en el balconcito del crucero porque no venía mucha gente.

-De ahí nació la devoción por el sudario.

-Siempre pasa, Dios escribe derecho con renglones torcidos, no hay mal que por bien no venga. No nos alegramos de lo que pasó, en absoluto. Pero a partir de ese momento la Cámara estuvo mucho más arropada.

-¿Siguió el juicio de Saavedra?

-Me acuerdo de que salieron 18 años de cárcel. Alguien me comentó que lo mataron, pero no estoy seguro.

-¿Podría volver a suceder un robo así hoy en día?

-Lo mismo no. Se han puesto muchas más cautelas.

-¿Ha habido algún otro intento estos años?

-No. Los raterillos de los lampadarios, pero hasta ahí se ha puesto seguridad.

-¿Cómo están ahora las cruces?

-Bien. Cuando se restauró la Cámara, se sacaron y fueron a una caja fuerte. Previamente se llamó a Carlos Álvarez para que las revisara y diera un repaso a todo. Hubo alguna cosita, algún tornillo. Se limpiaron algunas cosas, como la sandalia de San Pedro.

miércoles, 2 de agosto de 2017

Repasando el Catecismo (XLVII)

I. El Nombre del Señor es santo

2142 El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. Pertenece, como el primer mandamiento, a la virtud de la religión y regula más particularmente el uso de nuestra palabra en las cosas santas.

2143 Entre todas las palabras de la Revelación hay una, singular, que es la revelación de su Nombre. Dios confía su Nombre a los que creen en Él; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad. “El nombre del Señor es santo”. Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa (cf Za 2, 17). No lo empleará en sus propias palabras, sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf Sal 29, 2; 96, 2; 113, 1-2).

2144 La deferencia respecto a su Nombre expresa la que es debida al misterio de Dios mismo y a toda la realidad sagrada que evoca. El sentido de lo sagrado pertenece a la virtud de la religión:


«Los sentimientos de temor y de “lo sagrado” ¿son sentimientos cristianos o no? [...] Nadie puede dudar razonablemente de ello. Son los sentimientos que tendríamos, y en un grado intenso, si tuviésemos la visión del Dios soberano. Son los sentimientos que tendríamos si verificásemos su presencia. En la medida en que creemos que está presente, debemos tenerlos. No tenerlos es no verificar, no creer que está presente» (Juan Enrique Newman, Parochial and Plain Sermons, v. 5, Sermon 2).

Cubierta del Templo (I)


Madre de los Pobres


La Eutanasia. Por Pedro Trevijano Etcheverria

Hace unos días he leído la noticia que Pedro Sánchez, del PSOE, y Garzón, de IU, han llegado al acuerdo que si llegan al poder una de sus primeras leyes será legalizar la eutanasia.

Para el Diccionario de la Real Academia “eutanasia es acortamiento voluntario de la vida de quien sufre una enfermedad incurable, para poner fin a sus sufrimientos”. El Catecismo Joven de la Iglesia Católica, en línea con la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica (2277-2279), el YouCat, nos dice en su número 382: “La eutanasia en sentido propio, es decir, toda acción u omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte con el fin de eliminar cualquier dolor, constituye siempre un homicidio, gravemente contrario a la Ley de Dios”.

En consecuencia hemos de decir no a la eutanasia activa, pues matar para aliviar el dolor o la agonía no es una práctica ética y el personal sanitario está para curar y no para matar, no siendo desde luego lo mismo provocar la muerte que permitirla. Nadie tiene derecho a matar a nadie. La presencia de la intención de provocar la muerte, es lo que caracteriza la eutanasia. Sus defensores lo que piden es poder matar en determinadas circunstancias. En el juramento hipocrático, compendio durante tantos siglos de la ética médica, se dice: “no administraré a nadie un fármaco mortal, aunque me lo pida, ni tomaré la iniciativa de una sugerencia de este tipo”. Permitir la eutanasia trae como consecuencias, como lo muestra los casos de Holanda y Bélgica, muertes sin consentimiento del paciente e incluso con su rechazo y como consecuencia desconfianza en las instituciones sanitarias, aparte de la paradoja que supone que para respetar la dignidad de un ser humano se le mate. Si la eutanasia tiene soporte legal, es indiscutible que los legisladores que contribuyen a aprobarla, son también responsables de los homicidios que se cometen. Por supuesto estoy en contra de la eutanasia, a la que considero un acto criminal y homicida, pero si se hace además en contra de la voluntad del paciente, se trata de un asesinato en toda regla. El crimen es crimen, se haga físicamente o desde un sillón parlamentario. Recordemos que Himmler en su vida sólo presenció un fusilamiento y sin embargo ha pasado a la Historia como un gran genocida. Además el médico está para curar, no para matar, y el ideal de un médico puede ser Hipócrates, pero desde luego no Mengele.

Por ello me parece interesante ver lo sucedido en Holanda. Mi fuente de información es Internet, buscando en Eutanasia Holanda. En ese país se despenaliza la eutanasia en 1993 (no se culpaba a los médicos que la practicaban) y lo que comenzó siendo una práctica tolerada se establece como Ley en el año 2002. A partir de ese momento la ley holandesa considera legal la intervención directa y eficaz del médico para causar la muerte del paciente que sufre una enfermedad irreversible ​o que se encuentra en fase terminal y con padecimiento insoportable. Una primera consecuencia es que desde ese momento las eutanasias han crecido un 73% en los últimos diez años, según revela “Lifenews”. La tendencia creciente sigue imparable y así en el 2012 hay 4360 casos, de los que oficialmente 310 son eutanasias no consentidas, un 7% del total. Pero en el 2016 son ya 6091, con un aumento del 10% sobre el año anterior.

Pero la realidad es que el número de eutanasias no consentidas es muy superior a la cifra oficial. Una encuesta llevada a cabo por el fiscal general del Estado holandés, garantizando anonimato, confidencialidad e impunidad jurídica dice que prácticamente en la mitad de los casos se ha hecho sin consentimiento del paciente. En la mayor parte de los casos los médicos alegaron que el paciente tenía dificultad para comunicarse. Para un 51% de los médicos la eutanasia es una opción digna.

No es extraño que bastantes ancianos con apego a la vida no quieran ni oír hablar de ir a un hospital holandés. Muchos de ellos llevan consigo un documento en el que solicitan no se les aplique la eutanasia e incluso que no se les lleve a un hospital.

Aquí en España puede pasarnos lo mismo si ganan Sánchez y Garzón. Si voy a un hospital de la Seguridad Social, quiero estar seguro que se va a intentar curarme, no matarme. Si esta ley se aprueba y con la tendencia que hay al deslizamiento no estoy muy convencido que, en poco tiempo, no nos pase lo de Holanda. Y es que lo tengo muy claro: con mi vida no se juega. Por ello lucharé con todas mis fuerzas contra la eutanasia y no tendré reparo en llamar presuntos criminales a quienes favorezcan o quieran favorecer mi asesinato, y para que no hay dudas considero así a todos los políticos que voten a favor del aborto.

Todo esto me lleva a plantearme el problema de mi propia muerte. Creo que es bueno, si nos sentimos católicos, que nuestros familiares sepan que deseamos morir como buenos cristianos en paz con Dios y que les pidamos ya ahora que no duden en llamar al sacerdote. Estemos ciertos del infinito amor que Dios nos tiene, mayor que el que yo tengo hacia mí mismo, lo que significa que puedo fiarme de Él. Dios me pide que me arrepienta de mis pecados con el sacramento de la Penitencia y que con la ayuda de su gracia, haga lo posible por quererle. Si con mi vida no se juega con mi salvación menos.