(Iglesia de Asturias) Los menores conflictivos, aquellos que nadie quiere tener en su clase porque son capaces de reventar ellos sólos un instituto; aquellos que inspiran miedo porque han aprendido a hacerlo; aquellos que pasan de un programa a otro dentro de los múltiples recursos que tienen las administraciones, y en ninguno parecen encajar; aquellos que nadie sabe qué hacer con ellos, salvo tenerlos lejos para que no hagan daño y supongan una amenaza en el funcionamiento habitual de clases, grupos, etc. Todos esos menores, son también nuestros, y se merecen una oportunidad a su medida. Esa es la teoría que defienden desde la Fundación Padre Vinjoy, en boca de su director, Adolfo Rivas. En ello llevan trabajando ya diez años, por sus instalaciones han pasado ya centenares de chavales en diversas circunstancias, y su experiencia les permite afirmar que el trabajo da fruto, los resultados son positivos, y que merece la pena apostar por estos jóvenes, desahuciados por la sociedad.
La Fundación Vinjoy –fundada por el sacerdote Padre Vinjoy en 1876 para asistir a niños huérfanos y necesitados– cuenta hoy con el apoyo del Gobierno asturiano, la Junta General del Principado y el Arzobispado de Oviedo en su patronato. Con los años, ha ido diversificando sus líneas de trabajo. Además de ser referencia nacional en la educación de niños con problemas de audición, atiende también a jóvenes con discapacidades psíquicas, y más recientemente, con trastornos de conducta.
En este último sentido, lleva acabo una importante labor en el campo de la intervención socioeducativa con menores en riesgo, a través de los programas Trampolín y Puente.
A pesar de los resultados que muestran más del 90% de éxito con chicos con los que se habían agotado todos los recursos, el director generente de Fundación Vinjoy, Adolfo Rivas, reconoce que no están encontrando “todos los recursos que esperábamos. Los menores en situación de riesgo –afirma– son un lugar donde podemos encontrarnos todos. Nosotros estamos haciendo un esfuerzo por poner el foco en esos menores y ahí están implicadas todas las consejerías e instituciones, el Gobierno regional, la Junta, las organizaciones sociales, la Iglesia, todos. Porque esos menores no son extraños, son nuestros menores, nuestros niños”. “Y hoy –declara– hay niños de nuestra comunidad que no tienen oportunidad de salir adelante. Por eso, debemos implementar todas las medidas que sean necesarias para que tengan una oportunidad. No sólo para que no nos hagan daño –recalca el director–. Ni para que no nos agredan, rompan nuestros coches, nos violen o nos hieran. Tenemos que trabajar con ellos porque son nuestros niños, están rotos, y no hemos sabido acompañarlos”.
En el caso del programa Trampolín, que nació en el año 2006, y por el que han pasado ya alrededor de un centenar de chavales, está concertado con la Consejería de Educación y trabaja con aquellos menores que “por sus problemas de comportamiento están fracasando en los estudios y con los que se ha agotado cualquier tipo de medida tanto curricular como disciplinaria”, explica su responsable, Pedro Antuña Asenjo. Pero los problemas con los que llegan estos chicos, procedentes de toda Asturias y que tienen entre 13 y 15 años, no son sólo el fracaso escolar, sino factores de riesgo tan graves como la falta de control de los impulsos, de la ira, posibles consumos de droga o actividades predelictivas. En Trampolín se trabajan todos esos aspectos, “desde el punto de vista individual terapéutico, grupal y manteniendo a su vez la parte curricular, para que puedan continuar más adelante otros itinerarios de formación para su futura incorporación laboral, como la FP Básica de informática que impartimos en la Fundación”, explica.
Actualmente se encuentran doce chavales, que participan manera voluntaria, y con los que se intenta mantener una relación especial donde ellos son los protagonistas. “La idea es que rebajen la ansiedad, porque en el momento en que están más tranquilos, cambian totalmente, y su conducta se modifica para mejor. Tratamos de que aprendan a respetarse a sí mismos, a tomar decisiones, y que se den cuenta de que tienen capacidades para hacer las cosas bien, porque son chicos muy machacados con mensajes negativos sobre sí mismos”.
Hablar de perfiles en los usuarios de Trampolín es difícil, porque cada uno tiene su propia historia, pero lo cierto es que la mayoría son varones: de cien menores atendidos, tan sólo cuatro eran niñas. “Ellas tienen una forma de exteriorizar muy distinta –explica Pedro Antuña–. Ellos son agresivos, provocan destrozos e insultan, sus problemas son muy visibles. Ellas, en cambio, pueden quedarse en una mesa de la esquina de la clase, fracasando, teniendo problemas emocionales igualmente, porque al final eso es algo que les une, pero en su caso se deriva hacia depresiones, transtornos de alimentación, etc. Cuando cumplen 16 años se van del instituto y quizá no han llamado la atención en todo ese tiempo”. “En general –describe Pedro– son chicos que han asumido el rol de problemáticos, pero más allá de eso no tienen habilidades sociales, tienen pocos conocimientos y no tienen capacidad para liderar de forma positiva. Sólo destacan por ser malos”. Sin embargo, ahondando un poco en sus historias, se encuentran situaciones familiares muy complicadas, familias desestructuradas, malos tratos físicos y psíquicos, “o que las personas que les tenían que haber dado seguridad y cariño, sus padres, no lo hicieron, al menos de manera continuada”, explica Pedro. “Todo eso va conformando personalidades difíciles. Tener una familia desestructurada no es un factor decisivo, desde luego, pero es un factor de riesgo grande –afirma–. De la misma manera, hemos tenido bastantes chavales con transtornos de hiperactividad diagnosticado que quizá en su infancia no se supo o no se pudo atajar”. En general, “se nota mucho si los chicos han sido queridos o no. Si han sido queridos –añade– es un factor de protección brutal. Pueden haber vivido situaciones duras, pero si han sido queridos, eso ayuda muchísimo”.
Los resultados de este proyecto “no se miden en función de quiénes terminan la ESO –destaca Pedro– sino comparando cómo llegaron y cómo salen: si se redujeron sus problemas con la familia y su entorno, y si van a poder desarrollarse en la sociedad de manera normalizada”.
En el programa Puente, la labor que se realiza es la intervención socioeducativa con chavales entre los 12 y los 21 años, “un amplio rango de edad, porque la adolescencia comienza cada vez más pronto, y porque a partir de los 18 años los jóvenes se quedan casi sin recursos”, explica Andrea Iglesias, su responsable. El objetivo básico del programa es ser una referencia estable que les acompañe en su transición a la vida adulta. En este caso, no se trata de menores con transtornos de comportamiento. “Son situaciones diferentes –explica Andrea. Son chavales en situación de riesgo, porque cuentan con daños emocionales a raíz de situaciones familiares complicadas, en una edad en la que eso les desborda. Pero no son agresivos. La mayor parte son absentistas, no acuden al instituto, y lo único que hacen es estar encerrados en casa, o en la calle todo el día y sus problemas no les dejan llevar una vida normalizada”. Por eso, desde Puente se intenta trabajar con ellos de manera individual y grupal, siendo ellos los que verbalizan qué quisieran trabajar –la mayor parte reconoce que tiene problemas para controlar su ira–, qué problemas tienen en casa o cómo se sienten.
Junto con esta línea, la Fundación desarrolla trabajo de calle, intentando establecer contacto con chavales que pueden tener las mismas problemáticas, y una labor de sensibilización para mejorar la imagen de los adolescentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario